javier compás

Los cabales del Sábado Santo

Después de una Semana Santa muy polémica en redes llegó el Sábado Santo. Día tradicional de menos gente en las calles, en este año atípico en el que pocos días se han librado de la lluvia y de los tontos de Twitter y TikTok. Las cofradías del Sábado Santo me han reconciliado conmigo mismo. Buenas procesiones y buenos bares, un tándem quizás poco religioso, pero que en Sevilla entendemos perfectamente.

Noche donde se han dejado de escuchar esas marchas que recuerdan bandas sonoras de películas de romanos de esas que echaban en los cines de verano, para dejarnos momentos de gran belleza sensorial. Así, en pocos minutos, tuve la dicha de disfrutar de Amarguras, de Madrugá y de alguna otra composición maravillosa.

Cofradías con ese regusto decimonónico que destila elegancia. Primero los Servitas en San Pedro, con sus pitos y su capilla vocal, había gente, sí, pero mayoritariamente respetuosa, con silencios maestrantes de lujo y menos móviles estorbando la visión. Todo bien a pesar de la torpeza del Ayuntamiento colocando vallas que, sobre todo en la entrada de la calle Ortiz de Zúñiga, daban sensación de peligro más que proteger de nada.

Magnífico y muy medido de personal el Santo Entierro por Tetuán, me hacía gracia una chica de al lado que le comentaba a su pareja que los uniformes de los romanos eran idénticos a los de Ben Hur, las cosas que les gustan a los turistas. Tras despedir a la sacra conversación, enfilamos para la zona cercana a San Lorenzo en busca de la Soledad.

Parada de avituallamiento en ese pequeño paraíso de la calle San Eloy que se llama La Mar de Fresquita, la cosa ya estaba chunga de existencias, gracias a eso probamos unas excelsas gambas rojas de Denia que quizás en circunstancias normales no hubiésemos pedido, gustosas, con un punto perfecto de cocción y sal, qué maravilla de bocado. Para llenar, unos montaditos de gambas con alioli, los mejores que he probado en mucho tiempo. Todo ello con cerveza bien fría, mirando de reojo su magnífica bodega de champanes y generosos gaditanos.

La noche iba tan bien que no me importaron dos puntos negros en el camino, primero los malos modos y poca educación del dueño de un bar negando una mesa vacía porque era de seis e íbamos menos (sin saber lo que íbamos a gastar, por cierto), después, una vez más, otra negación de mesa porque la cocina cierra a las once, eran menos cuarto, el sitio lleno y cofradías cerca, aunque igual bien por ellos por mantener su filosofía horaria a pesar del momento. Vale, digo nombres, el primero un clásico, El Rincón de Trea (C/ Virgen de Buenos Libros), el segundo un modernito, Marabunda Bar (C/ Jesús del Gran Poder).

Entre uno y otro habíamos pasado por la Gavidia, sin muchas esperanzas de encontrar huecos, en la puerta de La Pajarita estaba con unos amigos mi vecino de página, el jefe, don Luis Sánchez-Moliní, charlando tranquilamente mientras su señora aparecía con un plato de montaditos. El peregrinaje nos llevó afortunadamente hasta Maquila. Mesa libre, buenísimos platos, cerveza artesana y buenos vinos por copas, con un servicio espectacular. Como colofón, la Soledad, que se marchó a buen paso por Conde de Barajas cuando apareció el malaje chaparrón de última hora. Y en la Trinidad los del chunda chunda se marcharon con el rabo entre las piernas, Deo gratias.

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