La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
LA casualidad ha querido que la periodista Victoria Prego muriese a los 75 años pocos días después del fallecimiento del último ministro de Franco que quedaba vivo: Fernando Suárez (León, 1933-Madrid, 2024), perfil prototípico de los dirigentes aperturistas del régimen que hicieron la Transición. No participó en la Guerra Civil porque era un niño, fue ascendiendo en el escalafón de la administración desde la provincia con la paciencia militar que imprimía Su Excelencia, llegó al Gobierno poco antes de la muerte del dictador y defendió como ponente la ley para la Reforma Política que supuso el harakiri de las Cortes franquistas. Victoria Prego le puso la voz dramática a la serie de Televisión Española sobre la Transición con un tono angustioso que define con rigor aquellos años difíciles y violentos de tantos sobresaltos que han sido criticados por algunos revisionistas como autocomplacientes. Y es verdad, salieron bien pero no fueron idílicos, Prego le dio el tono preciso.
Casi a la vez que España, otros dos países europeos, Portugal y Grecia, se embarcaron en procesos similares para transitar desde una dictadura a una democracia, pero ninguno de ellos fue tan meritorio porque lo que superó la Transición no fue un cambio político, que también, sino el resultado de una Guerra Civil. La Constitución de 1978 puede entenderse como eso, como un tratado de paz construido a partir de concesiones de las partes bajo la premisa de la impugnación del régimen anterior. Esto último es lo que Vox no comparte.
La casualidad también ha querido que la muerte del ministro y la periodista se produjese poco después de un amago de dimisión del presidente del Gobierno, un episodio que resulta cómico si se compara con la única renuncia que se ha vivido en España desde entonces, la de Adolfo Suárez, concebida por él mismo como un antídoto contra un golpe de Estado que finalmente se produjo aunque se malograse por la violencia que anidaba en sus ejecutores.
La carta de amor y dudas que el presidente del Gobierno publicó en una red social es una noticia del corazón comparada con aquel rótulo de avance informativo con el que Televisión Española interrumpía su emisión. Presagiaba un atentado o un golpe. O una dimisión.
A pesar de la toxicidad que rebosa la política, de lo nauseabundo de las redes y de la devaluación de la verdad con respecto a la mentira, éste es un país más libre, más culto y más rico que el de hace 40 años. La melancolía es un engañoso paliativo que se apodera de los países sin futuro, y éste no es el caso.
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