Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Huelga de samaritanos

Álvaro Prieto quiso coger el tren de los vivos y terminó en un vagón convertido en catafalco

Córdoba es el nombre ferroviario de Sevilla y viceversa. Cuando vienes en tren de Madrid y llegas a la ciudad de la Mezquita ya ves muy próximo tu destino; a la inversa, cuando sales de Sevilla y te detienes en la capital califal ya saboreas el campo de Cardeña donde don Quijote quiso sorprender a Sancho Panza con sus cabriolas para que éste convenciera a Dulcinea de que su amo tenía el seso perdido por sus desvelos amatorios. Tanto es así que la estación de plaza de Armas por la que llegaron en tren Juan Belmonte de las Américas, Evita Perón de los barcos, Alfonso XIII o Gracia de Mónaco siempre se conoció como estación de Córdoba, como la de San Bernardo era la de Cádiz.

Córdoba y Sevilla comparten el gran Señor de Andalucía, como llamaba Góngora al río Guadalquivir, ese tren de andenes con meandros y recovecos. El poeta cordobés cuyo recuerdo fue el acta bautismal de la generación del 27. Álvaro Prieto nunca llegó a coger ese tren. Todo terminó de la forma más trágica horas después de que otro cordobés, Alfonso Pedraza, debutara en Oslo con la selección española; de que Manuel Benítez, El Cordobés padre, le cortara la coleta a Manuel Díaz, El Cordobés hijo, en la plaza de toros de Jaén, en sus fiestas de San Lucas.

El samaritano del Evangelio de San Lucas se había ido de vacaciones esa fatídica mañana del 13 de octubre. Ya conocen la historia, que parece una aventura del Quijote. Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó cayó en manos de unos bandidos, que “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. A Álvaro lo molieron a palos los bandidos del infortunio. En la lectura de San Lucas, un sacerdote y un levita que pasaban cerca se abstuvieron de ayudar al caminante. Fue el samaritano el que lo socorrió y le pagó con denarios al posadero para que lo acogiera. Llevarán luto por Álvaro, promesa balompédica de la cantera del Arcángel.

bestia humana es una película ferroviaria que Jean Renoir dirigió a partir de una novela de Émile Zola. Recuerdo que la vi en la cantina de la estación de Manzanares hace muchos años esperando el tren Madrid-Sevilla, antes de que existiera el AVE. Álvaro se topó con la bestia del desasosiego. No lo dejaron coger el tren de los vivos y apareció en un vagón convertido en catafalco. Quería volver a casa, de donde nos enseñó Pascal que nunca deberíamos salir. Esa vía del tren separa los Polígonos Store y Calonge, luces industriales de metrópolis de Murnau que serían lo último que vio el joven futbolista.

Sobre la vía del tren hay un puente que une la carretera de Carmona con la avenida Kansas City, puente que en mis años de periodista de Diario 16 Andalucía (hoy es el aniversario del periódico matriz: Libertad sin Ira) yo cruzaba en bicicleta y haciéndolo pensaba en la película de Win Wenders Alicia en las ciudades en ese entramado de ires y venires donde se cruzaban los trenes, los aviones y los coches, camiones y furgonetas del trasiego diario y cotidiano. No existía el AVE ni los móviles. Los avances que dejaron atrás a Álvaro Prieto en una noche sin mañana. Los tiempos no adelantan, lo que adelanta es la barbaridad.

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