La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Alimentando el monstruo

Nada que entre de fuera puede dañar a nuestra Semana Santa. Lo que sale de dentro es lo que más la daña

Terminaba diciendo que esta Semana Santa nuestra, en la que lo peor no ha sido la lluvia, necesita que se dé a cada cosa su sitio y a Dios el suyo, que es el primero. Porque de nuestra relación con Él, y no de otra cosa, va la Pasión según Sevilla. No de las vergonzosas e irrespetuosas mamarrachadas que se han visto, pese a que tan pocas cofradías hayan salido. Las peores y más graves de ellas tienen que ver con decisiones de las juntas de gobierno. Y no solo en lo que se refiere a puntuales decisiones relacionadas con el mal tiempo. Sobre todo a otras que vienen de más atrás. Muchas hermandades han creado un monstruo que las está devorando a ellas y a la Semana Santa. Lo han alimentado durante años dándole espectáculo sin contenido, invirtiendo el lugar que cada elemento debe tener en la salida procesional en la que todo ha ordenarse a lo que la dignidad de las sagradas imágenes exige, en la que lo primero es Dios encarnado en Cristo y su Madre representados a través ellas, buscando un éxito fácil con exhibiciones cada vez más exageradas y vulgares que congreguen el mayor número de espectadores para quienes que lo que está –prefiero decir Quién está– sobre los pasos es un pretexto para exageradas y efectistas coreografías al son de músicas de una desoladora vulgaridad. Este público creado por las propias hermandades es el monstruo que está devorándolas a ellas y a la Semana Santa

Esto nada tiene que ver con elementos exógenos, por poderosos que sean, sino endógenos. Debe aplicarse a esta cuestión, como a cuanto tenga que ver con la religión, lo que dijo el Nazareno: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos”. Adaptándolo a nuestra Semana Santa: nada que entre en ella de fuera puede dañarla hasta el punto de hacerle perder su sentido; lo que sale de dentro de las hermandades es lo que más la daña. Y a estas se pueden sumar el Consejo y la autoridad religiosa. Pienso en el 8 de diciembre próximo, que echará más leña al fuego de la reducción a espectáculo, la banalización exhibicionista y la obsesión por concentrar multitudes al precio de trivializar, vulgarizar y descontextualizar lo que exige contención, mesura y sobre todo respeto.

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