Terminaba diciendo que esta Semana Santa nuestra, en la que lo peor no ha sido la lluvia, necesita que se dé a cada cosa su sitio y a Dios el suyo, que es el primero. Porque de nuestra relación con Él, y no de otra cosa, va la Pasión según Sevilla. No de las vergonzosas e irrespetuosas mamarrachadas que se han visto, pese a que tan pocas cofradías hayan salido. Las peores y más graves de ellas tienen que ver con decisiones de las juntas de gobierno. Y no solo en lo que se refiere a puntuales decisiones relacionadas con el mal tiempo. Sobre todo a otras que vienen de más atrás. Muchas hermandades han creado un monstruo que las está devorando a ellas y a la Semana Santa. Lo han alimentado durante años dándole espectáculo sin contenido, invirtiendo el lugar que cada elemento debe tener en la salida procesional en la que todo ha ordenarse a lo que la dignidad de las sagradas imágenes exige, en la que lo primero es Dios encarnado en Cristo y su Madre representados a través ellas, buscando un éxito fácil con exhibiciones cada vez más exageradas y vulgares que congreguen el mayor número de espectadores para quienes que lo que está –prefiero decir Quién está– sobre los pasos es un pretexto para exageradas y efectistas coreografías al son de músicas de una desoladora vulgaridad. Este público creado por las propias hermandades es el monstruo que está devorándolas a ellas y a la Semana Santa
Esto nada tiene que ver con elementos exógenos, por poderosos que sean, sino endógenos. Debe aplicarse a esta cuestión, como a cuanto tenga que ver con la religión, lo que dijo el Nazareno: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos”. Adaptándolo a nuestra Semana Santa: nada que entre en ella de fuera puede dañarla hasta el punto de hacerle perder su sentido; lo que sale de dentro de las hermandades es lo que más la daña. Y a estas se pueden sumar el Consejo y la autoridad religiosa. Pienso en el 8 de diciembre próximo, que echará más leña al fuego de la reducción a espectáculo, la banalización exhibicionista y la obsesión por concentrar multitudes al precio de trivializar, vulgarizar y descontextualizar lo que exige contención, mesura y sobre todo respeto.
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