La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Esperanza según Emilio Sáenz

Borrando hasta el aire que la rodea desvela, como nunca se ha hecho, el secreto a voces que hace única a la Esperanza

La inmensa obra fotográfica, expositiva y bibliográfica del maestro Emilio Sáenz incluye la Semana Santa a la vez que la desborda. No es un fotógrafo especializado en la fotografía devocional, aunque suyas sean las decisivas de su Cristo del Calvario, Pasión o la Macarena. Su libro Memoria íntima de Sevilla da en su título y en sus imágenes idea de la amplitud y hondura de su visión de Sevilla. Que abarca la Semana Santa como parte importante, incluso la más importante por lo que devocional y emocionalmente implica, pero también solo parte de su historia milenaria. Su visión abarcadora de Sevilla lo libera de limitaciones localistas. Su larga memoria íntima de la Esperanza le ha permitido llegar hasta lo más hondo del secreto a voces de la Macarena.

Muchas veces la ha fotografiado Emilio. Pero nunca como en la fotografía ante la que ahora mismo, como todos los días, escribo. Es un atrevido primerísimo plano ligeramente lateral –primera decisión arriesgada, tratándose de esta Virgen que tan valientemente mira de frente– y de formato rectangular, segunda decisión singular. A ambos lados, como las cortinas descorridas de un sagrario –¿acaso no está escrito “Ella es tabernáculo de Dios” en el azulejo de su arco?–, los encajes del rostrillo enmarcan el rostro. El corte del encuadre es de una valentía solo permisible a los maestros. El superior no deja ver las cejas –siendo su frunce tan característico– que solo se intuyen. El inferior está dado al límite del óvalo perfecto. Solo el rostro, y no completo.

No esas mil palabras que dicen que valen menos que una imagen, ni muchos miles podrían transmitir lo que esta fotografía desvela. Mandan los ojos que parecen mirar al infinito, desbordándose por ellos la eternidad que esta Virgen única promete. Manda la boca entreabierta repitiendo, bajito, lo que al pie de la cruz oyó que su Hijo decía a Dimas: “Estarás conmigo en el paraíso”. Manda lo que en la Macarena manda: su rostro. Quien va a ver a la Esperanza es lo único que busca. Nada más. Lo demás, su ajuar espléndido, su elegante andar, sus músicas felices, por espléndido que sea, no cuenta. “¡Cuánto nos dan tan pocos centímetros!” me decía un amigo macareno. Esto es lo que Emilio Saénz captó borrando saya, tocado, rostrillo y hasta el aire que la rodea para desvelar, como nunca se ha hecho, el secreto a voces que hace única a la Esperanza Macarena. Su cara. Nada más. Nada menos.

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