La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Según Serrano y Haretón

Cajón y corona, mi Amargura es la de las fotos del 36 y la de Serrano. Y mi Calvario, el de Haretón

Tienen pendiente las hermandades y los sevillanos hacer un homenaje a los fotógrafos de las estampas y fotos devocionales que cambiaron para siempre nuestra relación con las sagradas imágenes. Permiten la devoción doméstica e íntima al representarlas con la absoluta fidelidad de la imagen fotográfica. Desvelan, gracias al genio con que los fotógrafos las encuadran e iluminan, secretos que el ojo no puede apreciar, enriqueciendo y ahondando nuestra percepción de las sagradas imágenes. Acompañan soledades. Consuelan tribulaciones. Confortan madrugadas en los hospitales. Y, como bien sé, anulan distancias: gracias a ellas Jesús Nazareno, el Calvario, la Esperanza y el Gran Poder siempre estuvieron presentes en nuestra casa de Tánger. “El sevillano –escribió Romero Murube–, ha metido, por medio de la cofradía, a Dios en su vida más vulgar y cotidiana, lo lleva en la cartera, y lo tiene en la tienda del barrio…”. Y ello gracias a las fotografías.

La primera, para mí, es la foto de Serrano impresa por Heraclio Fournier que fue la oficial de la coronación y está en mi cabecera desde que era niño. La que estaba presente en tantas tiendas del barrio y hoy sólo mantiene Antonio Castro en su Casa Román de Los Venerables, regalo que fue de su vecino Manuel Bermudo Barrera, histórico hermano mayor de la Amargura nada menos que de 1937 a 1962, heredero de otro grande, Rafael Montaño de la Bastida, a quienes, junto a José Prados Vera, tanto, casi todo, debemos los de San Juan de la Palma, desde la conversión en el silencio blanco, la marcha Amarguras o salvar del fuego las sagradas imágenes a la coronación. Aunque la foto definitiva de la Amargura es la del cajón: nunca su rostro reflejó tan trágicamente su advocación.

Junto a ella, el perfil del Calvario de Haretón, presente en la mesita de noche de mi padre y en su despacho desde que tengo memoria. El purísimo blanco y negro, la perfecta iluminación y el acertado encuadre que recorta el perfil del cuerpo a la altura del paño de pureza muestran toda la verdad del escueto cuerpo del Calvario con tal maestría que esta fotografía es una meditación visual sobre la abismal hondura de este Cristo mío solo comparable a lo que sobre él escribió Juan Sierra.

Dedicado a la querida memoria de Rafael Alba Mauri, hermano mayor de la Candelaria Madre de Dios y de la dinastía de los Alba del Calvario.

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