Los horarios del capillita

Tiene el cofrade algo de zahorí del tiempo y del espacio, que de tanto andar ante los pasos tiene aprendidos los recorridos

Hasta ahora, los capillitas teníamos el horario en la cabeza, y casi no hacía falta mirar el programa para saber por dónde andaban las cofradías. Sabíamos que en cuanto revirara el palio del Subterráneo para buscar con toda su elegancia los naranjos de Doña María Coronel tendríamos que darnos prisa para coger, en toda su plenitud que tan bien nos cantó el pregonero el domingo, a la cofradía de la Hiniesta llegando a la Alameda. Y que nada más perder de vista el solemne cortejo del preste detrás de la Virgen de las Tristezas doblando Cardenal Cisneros y dejar el silencio del antiguo convento para adentrarse en la bulla de la Campana, no podíamos distraernos mucho si queríamos admirar el paso grande de Santa Marta avanzar poderoso por Cuna. Y así, un día tras otro, hasta completar la casi totalidad de las cofradías.

Tiene el cofrade algo de zahorí del tiempo y del espacio, que de tanto andar delante de los pasos se tiene aprendidos los recorridos de memoria, bastándole sólo la intuición para localizar cualquier cofradía. Yo creo que por eso nos gusta verlas en el mismo sitio, con fidelidad de último tramo. La Amargura en Conde Torrejón, San Benito por Águilas, Los Caballos en Gerona, El Calvario en Molviedro, La Soledad en San Lorenzo con la torre sonando… Cada uno tiene su horario sentimental, definido y consolidado por el paso de los años, al que no queremos renunciar, porque sería tanto como hacerlo con el reencuentro y la memoria, que mucho de eso al cabo es la Semana Santa.

Por eso mismo no me hace gracia tanto cambio en la nómina de las cofradías, como si todas fueran iguales e intercambiables. Me disgusta que la de la Paz no sea de manera natural la primera cruz de guía en la calle, y que el Valle no vuelva por Hernando Colón, o que el Gran Poder ya no pase por Castelar, la calle que aquel amigo canastilla del colegio nos recomendó para verlo mejor, como el que revela un secreto. Conste que hablo desde la nostalgia, que no desde el conocimiento, ni mucho menos desde la responsabilidad que afortunadamente no tengo, y quienes tienen que tomar las decisiones lo habrán hecho, seguro, pensando en el bienestar de todos. Pero ya no podré quedar tan bien como antes con los invitados de fuera cuando les anunciaba, con esa seriedad gris marengo y azul tan nuestra, que allí, detrás de la esquina, nos esperaba orgullosa la cruz de guía del Silencio.

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