'522. Un gato, un chino y mi padre'

No digo diferente, digo raro

Natalia de Molina y Alberto Jo Lee, en una escena del filme

Natalia de Molina y Alberto Jo Lee, en una escena del filme / M. H.

En una de las maravillosas ficciones que Juan Carlos Ortega prepara en radio cada semana, contaba la historia de un marido que se las ingeniaba para preparar a su esposa un viaje sorpresa a Nueva York… previo sedarla y reproducir el dormitorio dentro de una furgoneta. A algo parecido ha de recurrir el personaje de Alberto Jo Lee para sacar a George (Natalia de Molina) del estudio en el que vive, sometida a medias entre su agorafobia y una rutina dictatorial encomendada por un psicólogo.

Arranca así una road movie (sí, agorafóbica) que muestra indicios de funcionar mejor en el papel que al materializarse, dada la notable incompatibilidad de sus diferentes aristas: por un lado, el universo marcadamente literario -a veces cursi- de los diálogos. Por otro, una puesta en escena y una fotografía más apegadas al indie que a la distopía. Y en tercer lugar, la dimensión excesivamente terrenal de los problemas de los protagonistas. Estos estratos, lejos de complementarse -habría que acudir a Payne para saber hacerlo-, se pelean entre ellos durante toda la cinta. “Es curioso que tu padre haga guías de viaje y tú no salgas de casa”, argumenta él. “Tanto como un chino que se hace pasar por japonés”, espeta ella, y al verbalizarlo se pierde toda opción de magia.

Además, como el personaje, Baños muestra pánico a los espacios abiertos y filma una amplia mayoría de secuencias en primeros planos agotadores: otra idea que posiblemente funcionaba sobre el papel pero que a la postre sobrecarga la narración y aplaza una empatía con los personajes que no termina de llegar. Hay algo sugerente en las secuencias de soledad de Natalia de Molina pero, en el global, la actriz no tiene su mejor tarde. La sucesión de desarraigados con los que los viajantes toman contacto tampoco suscitan una aportación de valor justificable. “En el fondo, el alma y el mar son la misma cosa”, le sugiere un vigilante a George como remedio a sus dos fobias. “Qué tipos tan extraños”, concluye un agente de policía. Y sí, ese regusto queda.

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