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Ojos de Brujo: un corazón que va mucho más allá de la suma de las partes

  • La multitudinaria banda presenta esta esta noche en la sala Industrial Copera las canciones que han hecho de 'Aocaná' un pequeño universo donde es posible perderse con los sonidos más dispares

Querían que en su disco apareciese en letras inmensas la palabra garlochí, que en caló significa corazón. Al final se llamó Aocaná, que quiere decir ahora, aunque para la portada pintaron "un corazón enorme" de los de verdad, de los que parece que laten. "En un momento como éste hay que demostrar más que nunca que hay vida antes, durante y después de la manida crisis. Una de nuestras canciones resume perfectamente lo que pensamos: Si este mundo está perdido, y no encuentras la razón, báilate una buena rumba, pero no para olvidar, sino para llevarlo mejor". Es la filosofía de Ojos de Brujo y la cuenta uno de los que mejor la conocen, Ramón Jiménez, el guitarrista que ha dado sentido a la banda desde sus inicios y que ha visto "maravillado" todo lo grande que se ha hecho ella solita en estos años.

"Lo importante en Ojos de Brujo, más que cualquier proyecto personal, es el proyecto artístico global. Desde que entiendes que hay un objetivo común donde el arte es lo máximo, ya no tiene importancia lo que componga cada uno, sino lo que cada miembro hace para ver qué aporta al otro o qué sugiere en el otro. Es necesario tener ganas de empujar un proyecto artístico, y lo que sale en Ojos de Brujo es superior a la suma de las partes. Individualmente hay muy buenos músicos, pero la suma es lo que hace que haya una voz al unísono definiendo una propuesta artística independiente", explica Jiménez.

El nuevo Aocaná que esta noche la banda presentará en la sala Industrial Copera -"es una sala prueba de fuego porque allí hay fans incondicionales desde que Ojos de Brujo casi ni existía", reconoce- 'peca' de todos los ritmos que sus miembros han ido descubriendo en los últimos años. Más folk, más flamenco, más rumba y hasta más hip hop. Más de todo. Y colaboraciones de esas 'para enmarcar' como las de Tote King, Los Van Van, Chano Domínguez, Kumar, Duquende o Ramamani.

"Siempre parece que el último disco es el guapo, y más en Ojos de Brujo, que es un proyecto de investigación y que cada disco es el resultado de los anteriores. Techarí fue la catedral en cuanto a experimentación, incluso un proyecto interdisciplinar donde habían participado artistas diferentes de todo el planeta para cada canción. Con Aocaná se trataba de cerrar el círculo. Así como anteriormente lo que hacíamos era fruto de la investigación, ir a buscar las canciones como el primer disco pero capturando todo el léxico aprendido en los otros trabajos, aquí está todo. Queríamos que la gente pudiese digerir el disco, que lo entendiese bien y poder continuar nosotros con la investigación musical que se ha quedado integrada en las canciones. Es como la bailarina que se pone de puntillas y no se le nota que le está temblando el pie. Queríamos introducir todo ese léxico de una forma muy diáfana y plana. Aocaná suena muy fresco en la primera escucha, pero después empiezas a descubrir cosas. Hemos querido integrar todo, fusionar desde el scratch, las tablas, los samplers y las bases electrónicas en una bulería sin llegar enmascararla ni que pareciese demasiado colorista", asegura.

Y entre tanta fusión de sonidos tan dispares, ¿nunca vence el respeto o el miedo? "Ojos de Brujo no va en busca de músicas a ver cómo puede genetizarlas. La explosión tiene que ser natural, que pase algo que te toque el corazón y que veas claro que tiene sentido, pero no mezclar a lo loco como un alquimista. El conocimiento musical te hace cada vez conectar más cosas, y rodearnos de gente buena ayuda mucho. Nos gusta sacar a nuestros colaboradores de sus espacios naturales y ponerlos a hacer otras cosas para ver qué sale. Eso es lo bonito y lo que alimenta, que cada uno utilice su lenguaje pero en un contexto diferente".

Están viviendo lo que llevan de gira "de subidón total" porque, por primera vez en diez años, han decidido parar y tomarse algo de tiempo para grabar el disco. "Nos ha dado mucho tiempo para pensar lo que queríamos, aunque en verdad siempre falta tiempo cuando el artista y el productor es el mismo, parece que se hace muy difícil ponerle fin así a una producción", afirma.

Con un público exageradamente fiel en España, sigue siendo curioso que en países tan dispares como Marruecos, Inglaterra, Grecia, Eslovaquia o Polonia sepan bailar sus canciones a la perfección: "Hace unos años sí que se notaban más las diferencias, pero ahora las fronteras son cada vez más estrechas. Nosotros nos hemos ayudado mucho de las videoproyecciones, y con eso se salta mucho la barrera idiomática. Con la tontería, llevamos girando por Europa casi doce años, y la propuesta ya se entiende muy bien en general, es casi como si estuvieras de concierto en España".

Aseguran que un proyecto como el de Ojos de Brujo, totalmente autogestionado, "lleva implícita la crisis" y el "estar siempre en la cuerda floja y con el agua al cuello". Lejos de ser un problema, prefieren buscar el lado positivo, el que "te conecta con la realidad" y ayuda a buscar nuevos colores: "Ahora más que nunca hay que mirar a otros sitios y disfrutar con las pequeñas cosas que te hacen la vida mejor, como la música".

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