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Real Academia de Bellas Artes de Cádiz

Pablo Juliá: “Mi visión de la vida es la que sustenta toda mi visión de la imagen”

  • El fotógrafo, ojo andaluz de la Transición, ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz con un discurso muy personal donde, además, apuesta por el apoyo a los jóvenes creadores

El fotógrafo Pablo Juliá, durante la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes.

El fotógrafo Pablo Juliá, durante la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes. / Jesús Marín

No es hecho baladí, ni fortuito, que el fotógrafo Pablo Juliá decidiera tejer con su propia biografía el discurso con el que este miércoles 9 de febrero ingresó en la Real Academia Bellas Artes de Cádiz. “Mi visión de la vida es la que sustenta toda mi visión de la imagen”, pronunciaría muy pronto el gaditano, rodeado de cariño y respeto, en el Palacio Provincial de Cádiz.

Otros tiempos, al igual que su antológica que, precisamente, se inauguró hace unos años en los Claustros de esa misma institución, tituló Juliá este revelador alegato con el que ya forma parte como Académico de Número de una corporacion a la que llega “cargado de emoción y ambición para poder cumplir con las expectativas de una Academia de Bellas Artes moderna que está en el primer cuarto del siglo XXI y tiene que pensar con criterios de futuro”.

Así, encarando ese porvenir, pero sin olvidar el pasado (hizo un reconocimiento al académico Antonio Galván Cuéllar, fallecido hace cuatro años, y a quien sustituye), el artista conjuró los escenarios de su niñez en Cádiz (“con un cierto punto de neorrealismo, muy de blanco y negro con abundancia de grises”), a sus primeros maestros (Rafael Parrilla y el Bori), las primeras fotografías (“unas muñecas despanzurradas en una playa invernal en Cádiz” hechas con una cámara que le trajo un cura jesuita de Japón, “yo entonces no sabía qué era el surrealismo, pero se presentó solo”) y aquellas siestas que de pequeño le obligaban a dormir pero que le revelaron en la pared frente a su cama una serie de “sombras e imágenes invertidas de los que andaban por la calle”. “Aquella visión fantástica incrustada en mi memoria difícil sería que me hubiera dedicado a otra cosa que no fuera el mundo de la imagen”, razonó.

La imagen. La fotografía pero antes, confesó, fue el cine uno de sus primeros amores cuando le cruzaron el corazón las flechas de Marsillach (Fernández, punto y coma) y Welles (Ciudadano Kane). Pero también estaba el teatro, y la política, claro, la política. “En Sevilla empiezo la carrera de Filosofía, pero me interesa la política. Llegó el 68, con los movimientos universitarios contra la dictadura, y aún quedaban años para que llegara la democracia. Nos sentíamos protagonistas de ese cambio que ya se barruntaba. Conocí a Carmen Romero, Felipe, Manuel Chaves, Carmeli Hermosín, Luis Yáñez y Juan Alarcón, entre otros muchos. Junto a Isabel Pozuelo establecimos en el año 1973 la agrupación socialista en Cádiz, en la calle Salvador del Mundo, 2. Menos mal que no era el 1. Allí, con los primeros militantes del PSOE (Alfonso Perales, Luis Pizarro, Pepe Blanco, etc.) Fue una gran experiencia compartida con muchos militantes de otros partidos los hermanos Santander y Horacio Lara de CCOO”, rememoró el ojo andaluz de la Transición española, como se ha tildado a Juliá.

Y es que con la llegada de este principio de democracia (y después de terminar la especialidad en Historia Moderna y Contemporánea en Barcelona tras ser expedientado en la Universidad de Sevilla), el gaditano opta por dedicarse al periodismo centrado en documentar los acelerados cambios políticos que se estaban produciendo a su alrededor.

“Abrí mi estudio fotográfico en Sevilla. Trabajé con muchos medios, entre los que destaco Torneo, Tierras del Sur, Cambio 16 y Posible. También en la clandestinidad me hice cargo de la edición gráfica de El Socialista y de una revista, Andalucía Socialista, cuyo principal escritor era mi amigo Manuel Chaves -que estuvo presente en el acto de este miércoles junto a su mujer Antonia Iborra además de Carmen Hermosín Bono y Luis Yañez-Barnuevo García, entre otros políticos socialistas-. Clave en este proceso fue Plácido Fernández-Viagas, primer presidente de la Junta de Andalucía, que me propuso documentar el cambio. Viajé acompañándolo en esa aventura por toda nuestra comunidad y aprendí quiénes éramos. Varias vueltas le di a Andalucía, porque lo seguí repitiendo con otros presidentes y posteriormente con El País”, narró el académico que también se acordó de su amigo Augusto Delkáder por su apoyo recibido en El País y de aquella etapa de “aprendizaje total”.

De esta forma, Juliá hizo también un aparte para explicar que “ser fotógrafo en un periódico no era en aquellos años solo una profesión, sino una manera de entender el mundo, de mirarlo de frente resolviendo lo imposible, en el que las cosas tenían que estar contadas y resueltas para ayer”. “Era muy estresante, pero agudizaba los sentidos del fotógrafo para entender lo que miraba”, rememoraba el fotoperiodista que, en paralelo, impartía clases en la facultad de Periodismo de Sevilla.

Pero también del desencanto, de la pérdida del “pellizco” que le proporcionaba la información, y de su labor como director del Centro Andaluz de Fotografía hasta hace cuatro años, habló el protagonista de la tarde que fue tremendamente crítico con la situación actual de este centro tan único en su momento. “Ha perdido su carácter singular, su internacionalidad, y se ha convertido solo en una sala expositiva más, sin carácter identitario, ni programación estudiada y específica”, se despachó.

Pero, sobre todo, apoyado en su biografía o suelto de manos, Juliá colocó la imagen, la fotografía, en el centro de todo su discurso, elevándola y despojándola de su traje de “asignatura pobre de las artes” para erigirse como lo que es, “ lo que permanece, es la esencia, esto es la fotografía”.

Además, el nuevo miembro de Bellas Artes se atrevió con un breve resumen de la historia de la fotografía moderna “con la intención de situar a España en su entorno, pero la situación es penosa para la fotografía a día de hoy a pesar de los buenos fotógrafos que tenemos en nuestro país”, denunció.

Por ello, entre otros motivos, el creador reconoció que le “llena de ganas arrimar el hombro con Joaquín Hernández y con todos los demás académicos con la finalidad de conseguir que el lenguaje más internacional y más popularmente utilizado del arte, que es la imagen, tenga el reconocimiento que se le debe”.

“Hay que informar hasta la saciedad de lo que significa este lenguaje, dar talleres y conferencias, estimular el pensamiento abriendo el abanico de las ideas”, apostó Juliá que recomienda avivar “el duende del extrañamiento, de la mirada extranjera” para esquivar “la pereza de lo cotidiano” que es la que “quema los sueños, aborta la imaginación”.

Pablo Juliá, durante la imposición de la medalla de académico en Bellas Artes. Pablo Juliá, durante la imposición de la medalla de académico en Bellas Artes.

Pablo Juliá, durante la imposición de la medalla de académico en Bellas Artes. / Jesús Marín

Además, el artista quiso dejar claro que “el hecho de que todos utilicemos la fotografía, que sea popular, no implica que no sea digna de expresar el arte y de que se estudie debidamente en las universidades. Mas bien debería ser al revés”, valoraba Juliá que opina que en el mundo actual “es necesario una integración de todos los lenguajes artísticos” para que sea “beneficioso” para el conjunto de la cultura, “y aunque en España tengamos un déficit cultural importante debido al paréntesis de la dictadura, dejar a un lado a la fotografía como ha sido hasta ahora solo está en contra del conocimiento general que una sociedad moderna necesita y que en otros lugares del mundo, y desde hace tiempo, ya no se cuestiona”, aseguró.

En este sentido, el fotógrafo lanzó una última advertencia y un deseo. “Descuidamos a los jóvenes, nos creemos que el pasado fue mejor y eso es profundamente erróneo”, acertó Juliá que pide a la Academia “desarrollar programas para esos jóvenes que organicen la inmensidad de estímulos que existen en sus vidas y orientarles en la participación de un futuro en presente continuo en el mundo de la creación”.

“No sé si la cultura da la felicidad, pero ayuda a la libertad de pensar, para hacernos críticos y libres en un mundo que rechace el soma para todos de un falso mundo feliz”, se decidía el recién nombrado académico que cerró su intervención con un texto del fotógrafo Josef Sudek que podría “haber escrito” el propio Juliá:

“Me asombra que a los jóvenes les interesen mis fotografías. No sé qué ven en ellas, puede que ni ellos mismos lo sepan. La temática de mis fotografías no es la de esta época, de eso estoy seguro. Pensaba que mi trabajo nunca más iba a tener ningún eco, que estaba acabado. Imagino que, si a alguien le dice algo, tal vez no sea tan insignificante. En cualquier caso, mientras me siga divirtiendo, seguiré sacando fotos como si solo fueran para mí. No sabría hacerlo de otra manera. Los jóvenes ven en mis fotografías algo distinto que yo y, si les preguntara, seguramente me confundirían, querría cambiar, ver lo mismo que ellos, y algo se perdería”.

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