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Análisis

Manolo Fossati

Los señores de La Salle

Los hermanos de La Salle puede que al final consiguieran sacar de nosotros lo mejor que tenía cada uno dentro

La escultura de San Tarsicio, ocultando un sagrario en su pecho, permanece aún en la capilla del colegio La Salle de la calle San Cristóbal, naturalmente hierática e inalterable al paso de los años. Poca gente conoce hoy la historia de este niño que murió martirizado por los romanos defendiendo las hostias que llevaba para los cristianos encarcelados, y cuya valiente actitud en defensa de un bien mayor se nos ponía como ejemplo a los infantiles alumnos de ese centro allá por los años 60. No puedo decir que esa constante hagiografía, que de pequeño yo admiraba, hiciera de mí un buen cristiano. Si Dios existe, me dotó de la suficiente capacidad de indagación y razonamiento como para dudar hasta de eso.

Miraba el otro día la figura de Tarsicio, mientras asistía como espectador respetuoso a la misa que formaba parte de la conmemoración que hicimos un grupo de antiguos alumnos, antes aventajados y ahora digna y orgullosamente avejentados, de una promoción de bachillerato demasiado lejana. Pero no tanto como para no recordar tantas cosas. Y las revivía. Las revivíamos.

Rememoramos algunos métodos pedagógicos casi sangrientos que hoy enviarían a la cárcel a sus practicantes, pero con una distancia sarcástica, acompañada de risas, que nos aliviaba la memoria. El recuerdo de esos personajes no nos hizo llorar, y sin embargo evocamos con cariño a otros, y como sin quererlo un sentimiento de orgullo y de pertenencia a una patria común, yo diría que no impostada, recorrió la reunión; hasta el punto de que al final de la jornada los lazos rotos o debilitados por los años se habían renovado.

Concluimos que, pese a todas las carencias, contradicciones e imposiciones de la época, los hermanos de La Salle puede que al final consiguieran sacar de nosotros lo mejor que tenía cada uno dentro. Al menos, por lo visto con el pasar de los años, sin importar la procedencia social mayoritariamente humilde de cada uno, nos salvaron el orgullo de ser lo que somos, que es lo mejor que se puede concluir sobre nosotros mismos a ciertas alturas de la vida. Así que tal vez por eso, todos nos repetíamos sincera y emocionadamente: gracias.

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