Luces y razones

Antonio Montero Alcaide

Ocasional ausencia

Ocasional ausencia

Ocasional ausencia / Antonio Lao

El oficio de vivir requiere aposento. No solo por el amparo ante las inclemencias de la intemperie, donde se acaba por malvivir en las inhóspitas condiciones del abandono, sino por la reserva de la intimidad, bastante más que lo concerniente a las partes íntimas. Aunque tal salvaguarda, por otra parte, haga desconocer lo que, de puertas adentro, no discurre como correspondería a la naturaleza de un hogar, sino a las privaciones de un encierro o al tormento de una condena.

Cuando nuestros más ancestrales predecesores dejaron de dar largos garbeos entre los confines del mundo conocido y de aventurarse por tierra ignota, resolvieron que la vida sedentaria tenía algunos beneficios, con el alivio, cierto es, de darse alguna escapada.

Y aunque el callejero de las ciudades tardó algo más en configurarse, con el empuje de la civilización, primero, y del urbanismo, después -o acaso a la vez-, las moradas fueron disponiéndose en una cercana vecindad, con muros, tabiques, puertas y ventanas con las que cerrarse y abrirse a la presencia de los otros y a las repartidas luces y sombras de los días. Esta calle y esta plaza solitarias parecen, sin embargo, deshabitadas, y su atractivo resulta, paradójicamente, de la ocasional ausencia de moradores y ciudadanos presentes de puertas afuera.

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