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La guindilla esta vez la puso Velasco

Los ingredientes con los que se había cocinado este derbi de Domingo de Ramos presagiaban un mediodía sin demasiados excesos en Heliópolis. La delicada situación del Betis, con pie y medio en Segunda desde antes de comenzar el encuentro, y la resaca sevillista, tras su festín ante el Oporto, provocaban que este encuentro de máxima rivalidad apareciera en el calendario más desangelado que nunca, aunque en esta Liga española de hoy siempre se puede esperar que el picante corresponda al cuarteto arbitral, por más que el principal de ayer sea el próximo representante de nuestro país en el Mundial.

Velasco Carballo, un colegiado que en los últimos tiempos venía destacando por su mesura en las decisiones y, sobre todo, por el manejo de las situaciones se complicó la vida él solito, al señalar como penalti una acción entre Juan Carlos y Bacca, en la que además expulsó al madrileño, que no daba crédito a la determinación de su paisano. Hasta ese momento, el encuentro había transcurrido con normalidad, con situaciones polémicas que no hubieran pasado más allá de la barra de un bar. Era un Betis que como local quería agradar a su gente ejerciendo el mando del encuentro -con escasa profundidad en el juego- y un Sevilla que quería administrar sus energías, consciente de que este derbi, a diferencia del europeo, se decidía en 90 minutos y no sólo en el arreón inicial, como posteriormente se acabaría demostrando.

Con los béticos desquiciados tras la decisión de Velasco, el ambiente sí empezó a parecerse a un derbi de los de siempre, por más que las fuerzas sobre el césped ya aparecieran desequilibradas. Con el marcador a favor, los 1.500 sevillistas que acudieron al Benito Villamarín disfrutaron de otra fiesta más en la casa del vecino. Los cánticos de guasa aparecieron en más de una ocasión y, cómo no, ese grito que recordaba al eterno rival que otra vez se marcha a los avernos.

Los béticos, con la misma dignidad -aunque alguno también la pueda tachar de conformismo- con la que están llevando la peor temporada que se les recuerda tras haber disfrutado de una presencia europea, no abandonaron entonces a los suyos, que siempre sintieron el aliento de una afición que bien haría en señalar cuando sea oportuno a los responsables de este oprobio sin igual.

Al Betis, a este Betis descabezado y que para empezar debería exigirse respeto a sí mismo antes de realizarse fotos en la capital de España que rozan el ridículo, ya sólo le queda prepararse para el regreso a la máxima categoría; el Sevilla, mientras tanto, continúa subido a ese tren de la alegría que se disparó precisamente en el Benito Villamarín y del que ya no quiere bajarse hasta que aparezca el cartel de Turín.

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