Una joven antillana huye del banlieue dejando atrás a un grupo de hombres que la persigue. Más adelante descubriremos que le gusta robar motos, lo que la llevará a luchar por integrarse en una pandilla de tipos duros que vive del trapicheo, las reparaciones y las acrobacias moteras. Rodeo, debut de Lola Quivoron, cae desde el primer minuto en las habituales trampas de identificación entre personaje y espectador buscando la adhesión incondicional de este: todas las escenas están narradas desde el punto de vista de la protagonista, se saludan todos sus comportamientos, incluso los delictivos, mientras se ridiculiza o se demoniza a sus antagonistas, etc.
Lo triste del asunto es que tras su apariencia libre y desprovista de juicios morales, finalmente, como suele suceder con los cineastas hipócritas, terminará ajusticiando (literal pero poéticamente) a su protagonista, porque, ya se sabe, el criminal y la vida ácrata deben recibir antes o después su merecido castigo. Hace décadas Les Films du Losange, la productora que ayudó a fundar Éric Rohmer, descubría a Brisseau, hoy descubre a Quivoron; poco más hay que añadir.