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Icónica Fest

El fenómeno Morricone

Ennio Morricone recibe el Oscar honorífico en presencia de Clint Eastwood.

Ennio Morricone recibe el Oscar honorífico en presencia de Clint Eastwood. / Mark J. Merril / Efe

La aspiración de todo cineasta es la de convertir un rectángulo plano de dos dimensiones en una fuente de vida, aunque sea ilusoria, y para ello sabe que la música resulta esencial. 

Son muchas las músicas y los compositores que asociamos a nuestras películas favoritas. Maurice Jarre, Elmer Berstein, Nino Rota, Henry Mancini… De todos ellos, sin embargo, podríamos citar una, dos o cinco películas mientras que de ese fenómeno llamado Ennio Morricone (Roma, 1928-2020), un aficionado al cine podría recordar como mínimo una veintena de las más de 400 bandas sonoras que fue capaz de crear a lo largo de su dilatada carrera.

Aun conociendo su rigor, su disciplina y su enorme capacidad de trabajo, cuesta entender la facilidad del compositor para asumir funciones dramatúrgicas con su música, penetrando en la memoria y en los sentimientos de los protagonistas hasta el punto de lograr una simbiosis tan perfecta entre música e imagen que, en ocasiones, los temas musicales han llegado a superar a la película misma.

Un talento extraordinario al que, según los críticos, ayudó su amplísima formación. Un profundo conocimiento no solo de la música clásica, esa música absoluta que él tuvo como referente durante toda su vida, sino de la música popular –no en vano comenzó su carrera, al igual que su padre, tocando la trompeta en orquestas ligeras–, en música contemporánea y de música pop. Suyos fueron los arreglos de canciones tan populares como Il mondo, de Jimmy Fontana o Sapore di sale de Gino Paoli.

Esta formación, absolutamente ecléctica, le permitió combinar distintos registros y asumir la filosofía, trágica, épica, lírica, sarcástica o comprometida de cada uno de los directores de escena con los que trabajó y dio lugar a bandas sonoras tan magistrales como las de Novecento (dirigida por Bernardo Bertolucci), Sacco e Vanzetti (Giuliano Montaldo), para la cual compuso Morricone la célebre canción de Joan Báez Here’s to you, Pajaritos, pajarracos (Pasolini), Cinema Paradiso y La leyenda del pianista en el Océano (Giuseppe Tornatore), La misión (Rolad Joffé) y Los odiosos ocho (Quentin Tarantino), por la que tuvo el Oscar en 2016, o las ya míticas películas del Oeste de Sergio Leone: El bueno, el feo y el malo, La muerte tenía un precio, Por un puñado de dólares… y, por encima de todas, la inolvidable Érase una vez en América.

De aspecto adusto, pero amable en el sentido más noble del término, con una seriedad no exenta de ironía y una humildad llena de grandeza, Ennio Morricone conquistó Sevilla en las dos ocasiones (en 1988 y 1999) en que la visitó para participar en los Encuentros Internacionales de Música de cine que organizaba a la sazón la Diputación Provincial (codirigidos por el consejero editorial y columnista de este periódico, Carlos Colón y una cita que será recordada en julio en la octava edición de Movie Score Málaga, el Mosma), el segundo de los cuales estuvo íntegramente dedicado a su música.

Una gran cantidad de premios, incluido el Oscar Honorífico que le fue concedido en 2007 por toda su trayectoria, han jalonado su larga vida, pero el mayor sin duda alguna es que sus composiciones sigan emocionando y haciendo soñar al público, generación tras generación. Su legado volverá a conmover en unas semanas en el Icónica Fest.

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