Obituario

Muere el prioste Manuel Palomino

  • Su reputación y prestigio eran conocidos en Sevilla y fuera de la ciudad y de Andalucía

  • Recuperó los grandes altares de cultos tras décadas de minimalismo en las cofradías

  • El secreto está en el incienso

Imagen de archivo del prioste Manuel Palomino

Imagen de archivo del prioste Manuel Palomino / D.S.

A pocas horas de que su Dulcísimo Nazareno bajara al mar de lirios morados de San Antonio Abad. En vísperas del primer viernes de marzo. Este jueves, a los 71 años, ha fallecido Manuel Palomino (Sevilla, 1952-2023), considerado maestro de priostes y cuyo sello indiscutible quedó ligado a las hermandades que sirvió en el honroso oficio del decoro y el aparato litúrgico.

El arte efímero de la Semana Santa está de luto. Se ha ido uno de sus referentes en el último medio siglo. No sólo en Sevilla, sino en buena parte de Andalucía, donde diversas hermandades requirieron su servicio y asesoramiento en labores de priostía. Revitalizador de estilos que las modas imperantes -especialmente tras el Concilio Vaticano II- habían apartado de las cofradías y que este sevillano rescató. Y lo que es más importante: lograr que otros priostes siguieran su ejemplo. Creo escuela. 

Siempre se le ha relacionado con el Valle, el Silencio y San Bernardo. Pero Palomino perteneció a una buena nómina de hermandades, tanto penitenciales como de gloria. Entre estas últimas, cabe destacar la Pastora de Santa Marina, de cuya junta de gobierno formó parte a finales de los 90, como recuerda Álvaro Martín, prioste de la corporación letífica. Fue precisamente esta época (cuando también colaboraba con Santa Marta) en la que el "estilo Palomino" empezó a fraguar en la Sevilla cofradiera, que -salvo contadas excepciones- comenzaba a quitarse los complejos por recuperar la arquitetura efímera de otras épocas. 

Miguel Román, su referente

Elogiado en su día por el recordado Luis Becerra (creador de las grandes exposiciones cofradieras), la obra de Manuel Palomino en las cofradías se considera heredera de la de Miguel Román, prioste y vestidor entre las décadas de los 40 y 60 del pasado siglo en hermandades como la Cena, el Silencio y San Gonzalo. En los dos se daba la misma coincidencia: la figura de prioste y vestidor. En esta última labor, el sello de Román quedaba patente en la manera que vestía Palomino a las dolorosas, con un estilo muy suelto, alejado de cualquier simetría y artificio, características que hoy día difícilmente se entenderían. Palomino desempeñó este cometido a lo largo de su vida, entre otras imágenes, en la Virgen del Valle, Concepción (Silencio), Angustia (Estudiantes) y el misterio completo de Santa Marta, además de su cofradía cordobesa del Santo Sepulcro. 

Su faceta de prioste es la que más trascendencia ha tenido en las cofradías. Una importancia que comenzó con la llegada a finales de los 80 a la Hermandad del Valle, donde logró revitalizar la estética de la corporación. No cejó en su empeño de recuperar los grandes altares con el uso de abundante cera. La distribución de ésta en los pasos también se convirtió en una de sus caracerísticas. Regresaron los cirios altos y con una colocación muy peculiar, de manera que de perfil nunca se viera hueco entre las tandas que conforman la candelería. No sin olvidar otra de sus aportaciones como florista: los ramos cónicos y bicónicos que tanto caracterizan el palio del Valle y que también empleó en el Silencio.

Una época dorada en las priostías

Imagen de archivo de Manuel Palomino Imagen de archivo de Manuel Palomino

Imagen de archivo de Manuel Palomino / M.G.

Palomino recuperó este estilo en el montaje de los cultos cuando las cofradías dejaban atrás una larga época marcada por una interpretación taxativa de los postulados del Concilio Vaticano II, que las había llevado a un minimalismo extremo. Ello, unido al "dudoso" gusto de los años 70 y 80, había provocado aquella estética de altares con exigua presencia de cera y combinaciones florales "muy singulares". Todo lo contrario a lo que proponía este sevillano, que abrió el camino a que muchos otros cofrades siguieran esta senda. Comenzaba, así, una nueva etapa dorada en las priostías sevillanas, que continúa en la actualidad. Sivan de ejemplo los altares montados esta semana en San Bernardo, el Buen Fin y la Estrella. 

Gran conocedor de los tesoros de las hermandades de la provincia, fuera de Sevilla solía acudir los Viernes Santos por la tarde a su Hermandad del Santo Sepulcro en Córdoba, de la que fue fiscal de cruz de guía; también visitaba el Corpus de Toledo y muchos 8 de septiembre se escapaba a Málaga para ver a su patrona, la Virgen de la Victoria, de la que se confesaba gran devoto. 

El incienso del Silencio

En su diversidad de funciones dentro de la priostía, Palomino conservó la receta secreta del incienso del Silencio, con un personalísimo olor y con el que creaba auténticas nubes de sahumerio cuando realizaba estación de penitencia muchas Madrugadas como acólito turiferario de María Santísima de la Concepción, la dolorosa en la que ha ostentado el cargo de vestidor hasta sus últimos días. Ha llegado a elaborar 25 kilos de esta mezcla. 

Eduardo del Rey Triado, anterior hermano mayor del Silencio, recuerda que ya en 1972 fue uno de los hermanos que intervino en la reforma de las reglas de Mateo Alemán de 1578, para su adecuación a la realidad de entonces, marcada también por el Concilio Vaticano II. "Por su profundo conocimiento, en todas las tareas que acometió en la hermandad era meticuloso, apasionado, temperamental a veces, y exigente, buscando la excelencia en las formas como expresión que dignificara el culto y la devoción de la hermandad. Y eso lo hizo en los cargos de prioste, secretario o vestidor de María Santísima de la Concepción, por quien sentía una muy especial devoción", recuerda Del Rey Tirado."Ha sido maestro de muchos hermanos en priostía, también en secretaría y, en general, como cofrade, por su dilatada experiencia y conocimiento de todo lo relacionado con las cofradías", apostilla.

Su devoción por la Esperanza de Triana

Uno de los datos que quizás muchos sevillanos desconozcan era la pertenencia a la Hermandad de la Esperanza de Triana en sus años de infancia y juventud, hasta que se marchó al servicio militar obligatorio. La devoción por la Dolorosa de la calle Pureza la siguió manteniendo y de ahí surgió la amistad con su actual vestidor, Javier Hernández Lucas, a quien conoció al poco de estrenarse en tal privilegiado cometido. Después de aquel primer encuentro vinieron días de charlas, almuerzos y confidencias. Palomino estuvo presente el día en que Manuel Garrido estrenó la misa de campanilleros que había compuesto para los cultos de adviento de la Virgen de la Esperanza, en los años 70. 

Su devoción trianera (junto con el Cachorro) nunca la perdió. Prueba de ella es el regalo que le realizó hace algunos años a Javier Hernández. "Me lo encontré una mañana de invierno, totalmente enfundado con gorro y guantes. Había tenido algunos achaques de salud, por lo que me confesó que le quedaba poco de vida y que quería repartir sus pertenencias a personas que sabían que las iban a conservar bien. Días después me citó en su casa y me regaló un azulejo de la Esperanza de Triana, de los años 40, de excelente factura", recuerda. 

En estos ratos de charlas le narraba el "auténtico tren" que hacía al salir de nazareno: el Miércoles Santo en San Bernardo, el Jueves Santo en el Valle, horas después en el Silencio y por último, la tarde del Viernes Santo en su cofradía cordobesa del Santo Sepulcro. "De allí se volvía en tren para ver al Cachorro". También logró un año estar en Roma en la solemnidad de la Inmaculada, un deseo cumplido y del que estuvo privado bastante tiempo cuando era miembro de junta de gobierno en el Silencio. 

Un enamorado de las Fallas

Una de las fiestas que más le gustaba eran las Fallas de Valencia. Cuando no coincidía con sus quehaceres priosteriles, se marchaba a la capital del Turia, donde reservaba la misma habitación del hotel situado en el lugar en el que se explotaba la mascletá más grande.

Entre sus anéctodas más comentadas, aquel primer montaje del aparato de cultos del Valle, en los 80. "Me contó que, por el temor que sentían algunos hermanos al altar que iba a levantar, le escondieron los tornillos y lo tuvo que sujetar todo con bridas", señala Hernández, quien subraya entre sus muchas aportaciones, los centros de rosas a doble clara para los besamanos de las dolorosas que vestía, los ropajes del segundo de los pasos del Valle y el adorno floral de este misterio. "Introdujo calas blancas en un paso de Cristo, algo bastante habitual hoy, pero que en aquel entonces resultaba impensable", añade. 

Misa corpore insepulto

Su incienso volverá a oler este primer viernes de marzo en San Antonio Abad, cuando Jesús Nazareno baje de su altar y se acerque a los fieles en uno de los ritos que jalona la cuaresma sevillana. Estética de siglos que supo mantener y revitalizar este cliente diario de la cafetería del Pasaje Rioja, donde siempre se le podía ver a la misma hora: a las tres de la tarde, con su vaso de café y leyendo la prensa. 

Precisamente, la misa corpore insepulto se celebrará este viernes, a las 9:00, en la iglesia de San Antonio Abad. A las 20:45, en el ejercicio de las Cinco Llagas a Jesus Nazareno, se rezarán cinco Padrenuestros por su eterno descanso y a continuación se depositarán sus cenizas en el columbario de la Hermandad del Silencio. Manuel Palomino, esplendor de la Semana Santa. 

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