Martes Santo | Semana Santa de Sevilla

San Esteban: El prodigio no sabe de horas

  • Ha sido la primera cofradía del Martes Santo en pasar por la carrera oficial, tras la reorganización que el Consejo ha realizado de este día, después de negarse a repetir el experimento de 2018

El palio de la Virgen de los Desamparados logra salir gracias a los costaleros de dentro y los que ayudan desde fuera.

El palio de la Virgen de los Desamparados logra salir gracias a los costaleros de dentro y los que ayudan desde fuera. / Juan Carlos Muñoz

Con el estómago vacío. Con el regusto del café en los labios. Con la sombra adueñada de casi toda la calle. La salida de San Esteban estrena este Martes Santo horario. Mucho antes de almorzar y de que las oficinas cierren. Sus nazarenos han apurado la mañana para ser puntuales con la cita. Capirotes y capas celestes cruzan la Alfalfa a la hora en la que se sirven los últimos desayunos. Imagen habitual en corporaciones alejadas del centro histórico.

Este martes resulta tan distinto que depara estampas históricas. Hasta este año San Esteban era un cofradía que solía verse en la sobremesa. Cuando el apetito había sido saciado. Pero los cambios introducidos han obligado a variar tradiciones propias del día. Lo que no cambia es el público que se amontona en la escuálida acera que rodea el templo mudéjar.

Un reguero de cáscaras de pipas marca la senda para llegar a San Esteban. El personal se distrae mirando el móvil o consumiendo patatas fritas para despistar el hambre. Es público sedentario. Ya sea en la silla adquirida en el bazar chino o en los bordillos. En su mayoría son jóvenes con mañanas libres. Hijos de una sociedad del bienestar que no están dispuestos a sacrificar un minuto en pie.

Una hora antes de que la cruz de guía cruce la famosa ojiva dentada resulta difícil abrirse un hueco en la vía que une la Plaza de Pilatos con San Esteban. Justo al lado del templo se ha reservado una zona para personas mayores y con movilidad reducida. El sol sobre ellos empieza a dar de lleno. Justo detrás, una lona cubre la valla por la que acceden quienes participan en el cortejo penitencial.

El misterio de la burla, con el Señor de la Salud y Buen Viaje, atraviesa la Plaza de Pilatos. El misterio de la burla, con el Señor de la Salud y Buen Viaje, atraviesa la Plaza de Pilatos.

El misterio de la burla, con el Señor de la Salud y Buen Viaje, atraviesa la Plaza de Pilatos. / Juan Carlos Muñoz

Brazos tatuados, calzado deportivo y alguna que otra bermuda se van repitiendo desde allí hasta la Alfalfa. Es público que está de vacaciones y puede permitirse acudir a esta hora temprana a ver la cofradía. Media hora antes de que el cortejo salga se afora el entorno de San Esteban. No se deja pasar a nadie más que venga desde la Plaza de Pilatos. Tampoco desde la Puerta de Carmona. Los que no pueden acceder logran, al menos, el consuelo de esperar a la sombra de la plaza vigilada permanentemente por la estatua de Zurbarán. En este recóndito enclave esperan pandillas de adolescentes, personas mayores y algunos matrimonios que cambian de pañales a sus hijos.

Dentro de San Esteban, el hermano mayor de la cofradía da un capotazo a los periodistas que quieren preguntarle su opinión sobre la nueva configuración del día. Una jornada que ha cambiado organización dos años y que convierte en imprescindible el programa de mano.

En la Plaza de Pilatos también abundan los turistas. De piel blanquecina expuesta a los rayos de un sol que todavía resulta benévolo. Corre, de vez en cuando, una ligera brisa que hace soportable la espera.

A lo lejos ya se vislumbra el paso de misterio. Jesús de la Salud y Buen Viaje acaba de salir. El público sale a los balcones. Liturgia de colgaduras. Algunas recién estrenadas. Las hay de damasco. De terciopelo. Y gastadas por los años. En la Casa de Pilatos los invitados beben agua en copa de cristal.

Un costalero de San Esteban se ajusta la ropa. Un costalero de San Esteban se ajusta la ropa.

Un costalero de San Esteban se ajusta la ropa. / Juan Carlos Muñoz

El Señor de la ventana se adentra en Águilas. El clavel, definitivamente, ha sido desterrado de los pasos. Orquídeas moradas y burdeos delimitan el perímetro de la canastilla sobre la que en su día se alzaba el Cachorro. Parte del público no acierta con el nombre de la flor. Ni con el de la marcha. Los redobles del tambor se van alejando. El público vuelve a sus distracciones mientras espera el palio: mirar el móvil y comer pipas. Muchas pipas.

Este Martes Santo se ha estrenado muy pronto en el centro. Tanto que ni siquiera se apetece aún una cerveza. Algunos vecinos vienen ahora del trabajo y se encuentran con la cofradía desplegada desde la Alfalfa hasta San Esteban. Los hay que acaban de bajar a la calle al escuchar los balcones. Con ropa de andar por casa.

En la puerta del templo todo está preparado ya para una de las imágenes propias de esta jornada. La ojiva exhibe sus dientes. Aguijón de piedra que pone a prueba cada año la pericia de capataces y costaleros. Todos los presentes tienen ya preparados sus artilugios para captar la imagen del momento. Trípodes, escaleras y demás bártulos sin identificar que se alzan cuando Juan José Cobos llama a sus hombres. Fuera hay otro relevo de costaleros ayudando a los de dentro. El paso baja hasta que los respiraderos rozan el suelo. El techo de palio se sumerge en un mar de cabezas. Hasta casi desaparecer. Empieza la lucha. Plata y piedra pujan por salir victoriosas de este trance. El cimbreo de los varales permite avanzar sin quedar atrapados en las garras góticas. Fuera aún no se ha acabado. Queda una faena complicada: elevar el paso. Devuelto a las alturas, el público rompe en aplausos. El prodigio, de nuevo, se ha obrado. Y ya nadie se acuerda de la hora.

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