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El fin del peaje de la AP4

La cara de la autopista

Sevilla-Cádiz: medio siglo de peaje / Yanira B. Martín

Juan Bautista García Bodi empezó a trabajar como peajista de la hoy AP-4, en Las Cabezas de San Juan, a los seis meses de que ese primer tramo desde Sevilla se pusiera en servicio. En la primavera de 1972 comienza una historia personal que también es el relato de medio siglo de una carretera de pago que, paradójicamente se hizo en un tiempo récord, tres años, “aunque mucho mejor que se construyeron en el 92 las autovías”, puntualiza un palaciego que pronto fue ascendido a coordinador, cargo en el que puso fin a su trayectoria laboral después de 37 años de servicio. Una celeridad que contrasta con las demoras que se han ido sucediendo a la hora de liberalizar un peaje de nunca acabar. Y que, por fin, este 1 de enero se hace realidad.

“Al principio costó, el uso era muy reducido, se hizo con avales del Estado y no se cubrían ni los gastos, pero ya en los años 80 empezó a subir y antes de prejubilarme, en 2009, cualquier fin de semana era bueno para que pasaran por Las Cabezas 40.000 vehículos al día”, explica García Bodi.

Ha pasado una década pero el que fuera coordinador no pierda la vinculación con la empresa, aunque este año no ha ido a la copa de Navidad. “Pensaba que podía ser muy triste”, explica asegurando que los salarios en la empresa concesionaria han sido siempre punteros en la comarca. Recuerda especialmente dos subidas salariales que tuvieron, una con el Gobierno de Suárez y otra ya con el de González, superiores al 30%. Pregunta con prudencia a los actuales trabajadores (25 formarán parte de un ERE) por el futuro  y le reconforta saber que las condiciones son aceptables.

La familia laboral de la autopista estaba compueta por peajistas, peones, electricistas, mecánicos, jardineros, limpiadoras... sin contar con los jefes. “Contábamos con un destacamento de la Guardia Civil dentro y un equipo sanitario para atender lo mejor y el menor tiempo posible a los usuarios en caso de accidente”.

Luego las necesidades y la tecnología fueron reordenando  las plantillas. De la moneda en la canasta del Puente Carranza se llegó al telepeaje. “Sólo éramos trabajadores, pero lo cierto es que éramos la cara de la autopista, para bien y para mal”, explica recordando episodios muy gratificantes de usuarios que incluso le han enviado cartas de agradecimiento que aún conserva y otros menos agradables. En varias décadas de servicio ha tenido que soportar la ira de muchos usuarios hartos de pagar: “Y los que a la fuerza se iban sin pagar, pasaban en rojo y  les llegaba la denuncia”.

La autopista encierra anécdotas de todos los modelos y colores, tantos como turismos circulan a diario por ella. “Aquí he visto tiros, cuando entraban persiguiendo a narcotraficantes”, asegura. Situaciones tensas, protestas y momentos jocosos protagonizados en ocasiones por extranjeros con dificultades para comunciarse con ellos y estampas inolvidables de conductores árabes que cargaban hasta váteres en sus vehículos. “También accidentes graves, aunque no en exceso porque una de las cosas que ofrece la autopista es una mayor seguridad”, advierte asegurando que antes corrían todos, hasta ellos mismos en una vía  libre de radares habitualmente.

“Nosotros estábamos para servir lo mejor posible al usuario; cuando descolgaba un póster de socorro, el servicio y el trato debía ser exquisito, por algo se paga”, comenta refiriendo la esperada conservación de una vía que ahora teme que se pierda. “Quizás hubiera sido mejor un peaje barato, esta noche se liberalizará pero, si digo la verdad, no la tengo yo todas conmigo...”

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