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Que los mayas no se enteren

  • El Sevilla, obligado en Anoeta a cerrar el año con un mínimo de luz que ahuyente un cataclismo Míchel, con fe ciega en su plantilla en un momento crítico

Como si temiera que, futbolísticamente hablando, la profecía de los mayas se cumpla para el Sevilla en este final de año, la afición nervionense tiene cada vez menos esperanzas. Los mensajes tanto del presidente como del entrenador le suenan huecos por mucho que tengan fuerza. Nada hay tan fuerte como los resultados y eso lo saben los propios protagonistas, acuciados ya por la urgencia que marca la clasificación de la Liga BBVA al término de cada jornada.

El Sevilla de Míchel afronta esta noche el último partido del año con la incertidumbre de si una nueva derrota podría desencadenar decisiones importantes, que en estos casos siempre miran hacia el entrenador. En teoría no. En teoría, Míchel está aún con fuerza y respaldado, pero los malos resultados en estos casos son como un gusano dentro de una manzana.

Y lo mejor que le puede pasar al Sevilla ahora mismo es que la plantilla esté con el entrenador. Esa sensación es lo que sale de la puerta de ese vestuario hacia afuera, y así debe ser porque no hay indicios de lo contrario, lo que garantiza que los profesionales van a poner todo lo que tienen para cambiar la situación que ahora mismo vive un equipo configurado para pelear mucho más arriba de la posición que ostenta en la tabla y cuyo rendimiento está muy por debajo de las expectativas. Por eso, el Sevilla necesita ganar hoy en Anoeta para tener unas vacaciones de Navidad relativamente tranquilas, que den una tregua al runrún permanente que estas cuestiones suelen provocar.

A Míchel se le ve confiado y seguro de la respuesta de sus jugadores. Y le da pie a ello, por ejemplo, el nivel ofrecido en el primer tiempo del encuentro ante el Málaga el pasado sábado. Todo pese al bajón del segundo periodo y a las ausencias que tendrá que sufragar el entrenador madrileño en Anoeta, un escenario en el que, casi un año después, Míchel vive sensaciones muy distintas a las de aquella tarde de febrero en la que llegaba con toda la ilusión del mundo. Ahora la tiene también porque entrenar al Sevilla es algo que colma sus pretensiones profesionales y así lo ha hecho público cada vez que ha tenido la oportunidad. Ahora, en su vuelta a Anoeta, no es que se la juegue, porque muy gordo debería ser el palo y muy mala la imagen para que se tomara una decisión drástica, pero sí que supondría una desconchón más en una pared con mucha humedad acumulada y que afea bastante el edificio.

Ante la Real Sociedad, un equipo que, con menos presupuesto y menos plantilla, ha encontrado la regularidad por la que el Sevilla suspira, Míchel tendrá que apañárselas sin algunos de sus jugadores insustituibles. La lesión de Rakitic, que tendrá por delante el parón navideño para recuperarse, o la sanción de Fazio por la expulsión con que se saldó el penalti que cometió sobre Joaquín, trastocan los planes del exmadridista, quien por suerte tiene en Negredo a su gran esperanza. Los goles del vallecano son casi el único clavo al que agarrarse, su acierto y que el equipo tenga una de esas oleadas de fútbol ofensivo que de vez en cuando protagoniza. No obstante, de acertar de cara al gol o no depende que salga cara o salga cruz la moneda.

Porque, eso sí, este equipo es una moneda al aire casi siempre por su mínimo equilibrio en el balance ataque-defensa. Ahí Maduro, si físicamente está recuperado, puede ayudar, aunque el mayor peso debe recaer en Medel y Kondogbia, un futbolista este que debe seguir aportando aire fresco al centro del campo del Sevilla. Sólo por su empuje, el francés ha sido positivo en las apariciones que ha tenido, pero la mayoría de las veces la afición se quedó con las ganas de verlo más tiempo, como ocurrió precisamente ante el Málaga.

Otro foco de atención lo centra el guardameta Diego López, a quien se supone que hoy Míchel no debería retirar la confianza tras las dudas que ha levantado desde su regreso a la titularidad que le usurpó Palop en Granada. Un nuevo fallo del gallego, unido a otra derrota, provocaría un terremoto con más entidad como para empezar a temer por sus consecuencias.

Los futbolistas lo han prometido y no hay por qué pensar en negativo, sobre todo en tiempos en que las profecías apocalíticas, como la de los mayas, le ganan terreno a la realidad. Que así no sea.

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