TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Cultura

La trama orillada

  • Jacobo Siruela propone en un conjunto de ensayos la búsqueda de una fuente principal de la modernidad.

Libros, secretos. Jacobo Siruela. Atalanta. Gerona, 2015. 270 páginas. 21 euros.

Se reúnen aquí seis ensayos de procedencia heterogénea, pero que delimitan o revelan una clara unidad temática: el hemisferio umbrío que acompañó, de modo residual o parasitario, el proceso de racionalización del mundo moderno. Dicha temática, por otra parte, ya había sido abordada por el autor en El mundo bajo los párpados, sin que esto signifique, en ningún caso, que el actual volumen sea una continuación o una secuela de aquella obra. Más sencillamente, cabría definir el contenido de Libros, secretos, como la búsqueda de una fuente principal de la modernidad, hoy olvidada por la historiografía. Una fuente, sin embargo, que destaca de modo obvio en el Romanticismo -la espiritualidad, el mal, el ultramundo en un sentido lato-, y que en la hora renacentista se sustanciará en la astrología, en la emblemática y la alquimia.

Este olvido, en cualquier caso, no es total. Michelet, Ginzburg, Delumeau, Mario Praz, Starobinsky, Wolfgang Kayser y muchos otros, han dado fe de esa trama orillada, que Baudelaire caracterizaría, en frase célebre, como un apetito viajero, "anywhere out of the world", que sin embargo remite a otras latitudes, no del todo terrestres. La fina inteligencia de Jacobo Siruela consiste, pues, en allegarnos a todas esas geografías, no por difusas, menos reales. Y dentro de estas realidades, de muy difícil formulación, a la compacta realidad del mito. Probablemente, de entre los ensayos que componen el volumen, el dedicado a la figura del vampiro sea el más interesante. Pero no tanto por la celebridad de que hoy goza el Nosferatu, sino por la penetración con que el autor ha sabido relacionar la naturaleza del vampiro con una inquietud contemporánea, como es el deseo de inmortalidad -de inmortalidad física, toscamente salubre- que hoy nos desborda. El vampiro, así, se ha deslizado desde una esfera religiosa, demoníaca, pero sagrada, a una compresión laica y gimnástica de su aventura ultramundana.

Este es, en cierto modo, el mismo deslizamiento que se ha operado en las vanguardias de entreguerras. Y antes que en ellas, en los grandes ismos del siglo XIX. En su ensayo dedicado a Valentin Penrose, Siruela nos recuerda algo, por lo demás, obvio: el fuerte influjo del espiritismo, del ocultismo, de la teosofía y el pensamiento oriental, en el nacimiento del arte abstracto. En contra de la versión más difundida, y en la que se pone de relieve el carácter geométrico, fuertemente intelectualizado, de tal pintura, las páginas dedicadas a Penrose subrayan su estrecho vínculo con lo irracional e inaprehensible. Bastaría acudir a la obra de Mircea Eliade para destacar la profundísima relación que el saber y lo esotérico guardaron a lo largo de la primera mitad del XX. Pero si acudimos a los manifiestos de Surrealismo, a la Carta a las videntes de Breton, a la psicología de Jung, a la cruzada espiritista de Arthur Conan Doyle, lo que se evidencia es ese pliegue inesperado, y en cierto modo paradójico, donde el raciocinio busca su apoyo, no en la retícula ilustrada, no en el magisterio de Voltaire, sino en las sombras que Diderot quiso ahuyentar, sin demasiado éxito, con su luminaria dieciochesca.

En última instancia, lo que viene a recordarse en estas páginas es la naturaleza geminada de la modernidad, desde el arduo simbolismo del siglo XVI a la realidad volátil y fantasmagórica postulada por Einstein y Niels Bohr. La formidable cuadriculación del mundo traída por Alberti, por Bacon, por Linneo, segregó de algún modo otras parcelas de la realidad que encontraron su expresión en el arte. Si Wittgenstein tenía razón cuando escribe que "lo que no se puede decir no se debe decir", lo cierto es que el hombre moderno ha tratado de hacer justamente lo contrario. Esto es, encontrar el modo de revelar, de comunicarse, con una parte de la existencia que permanece muda a nuestro entendimiento. A esa realidad ulterior se referirá Valle-Inclán, simbolista al cabo, cuando escriba: "Y todas las cosas decían una verdad que los hombres aún no saben entender". A esa naturaleza opaca dedicará Von Hoffmannstahl su Carta de Lord Chandos. Todos esos modos de decir lo indecible son, en definitiva, los que se abordan con encomiable erudición en este Libros, secretos. En ese sentido, en el sentido recto y omnicomprensivo del término, estamos ante un libro plenamente ilustrado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios