Cultura

La Tate de Londres descubre a los maestros de Turner

  • La galería presenta una exposición, que posteriormente viajará a París y Madrid, centrada en explorar las influencias recibidas por el artista británico

El inglés JMW Turner está justamente considerado no sólo como uno de los grandes maestros europeos del paisaje sino también como un precursor del impresionismo de un Monet e incluso de la abstracción moderna. Pero una exposición titulada Turner y sus maestros, que se inaugurará el próximo miércoles en la galería Tate Britain de Londres y que viajará luego a París y Madrid, le muestra no tanto como ese pionero que fue en muchos sentidos, sino como el genial emulador de algunos de los grandes pintores que le precedieron.

Desde el principio -y fue un precocísimo artista- y prácticamente hasta el final de su carrera, Turner (1775-1851) no dejó de medirse con los maestros a los que consideraba dignos de emulación y en ese ejercicio se forjó como el pintor idiosincrásico que conocemos.

En ese deseo de imitar y superar a los más grandes, Turner siguió casi al pie de la letra la recomendación del primer presidente de la Royal Academy of Arts, Joshua Reynolds, quien aconsejaba a los pintores a estudiar con atención las obras de los grandes maestros del pasado. Éstos debían verse modelos a los que "imitar", pero también como rivales "con los que competir".

En los años de formación de Turner los grandes modelos eran sobre todo los pintores asociados con lo que Reynolds llamaba el Gran Estilo: sobre todo los artistas del siglo XVII francés como Claudio Lorena o Poussin, pintores de grandes escenas inspiradas en la mitología clásica.

Esas escenas ocurren siempre en parajes idealizados -Claude y Poussin fueron paisajistas avant la lettre, es decir antes de que el paisaje existiese como género pictórico autónomo-, y eso debió de atraer sobre todo a un artista tan interesado por la naturaleza como Turner.

En los viajes que hizo por Francia y Suiza y años más tarde por Italia, una vez acabada la amenaza napoleónica en el continente, Turner no se vio obligado a imitar desde lejos a esos pintores, en algunos casos por mediación de sus imitadores ingleses como Richard Wilson, el fundador de la escuela paisajística británica, sino que pudo verlos en el contexto natural de sus obras maestras.

Pero a diferencia de Wilson, que se sentía muy cómodo pisando el terreno ocupado ya por los Claude, Poussin o Gaspard Dughet, Turner se dio cuenta de que no podía limitarse a seguir sus pasos, sobre todo porque no podría nunca adelantarlos por ese camino, sino que debía seguir direcciones nuevas, desarrollando su propio estilo.

Así comenzó a prestar atención a otros artistas más heterodoxos o aun excéntricos, como el napolitano Salvatore Rosa, pintor de paisajes dramáticos, salvajes, muy alejados de la serenidad clásica de un Poussin, a los paisajistas de Holanda y Flandes, como Albert Cuyp, Willem van de Velde, Van Goyen o Ruisdael, pero también al gran Rembrandt van Rijn y los venecianos como Tiziano o el Veronés.

La exposición de la Tate, que estará abierta hasta el 31 de enero, sitúa las distintas obras de Turner junto a las que las inspiraron, original concepción que permite una visión nueva del artista británico en un contexto tanto estilístico como histórico.

Como escribió el gran historiador del arte Ernst Gombrich, Turner no siempre se hizo justicia a sí mismo al imitar con tenacidad a algunos de sus predecesores, sobre todo los más alejados de su sensibilidad. Y en algunos casos tampoco se hizo un gran favor: así ocurre con sus intentos de emular a Rembrandt o al Veronés. Su teatralidad y su efectismo le juega alguna que otra mala pasada.

Sin embargo, en otros casos, no tiene nada que envidiar a sus modelos, sobre todo en muchas de sus marinas, en las que funciona perfectamente su en ocasiones exagerado dramatismo y en las que los espectaculares juegos de luz y su atención a la superficie pictórica más que al tema tratado prefigura movimientos pictóricos del siglo XX.

En su testamento, Turner donó dos de sus obras a la National Gallery de Londres a condición de que quedasen colgadas para siempre junto a otras dos de Claudio Lorena: Dido construyendo Cartago, claramente inspirada en el maestro francés, y El sol sale en medio del vapor, que combina esa admiración con la que profesó hacia los grandes paisajistas holandeses.

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