El malestar que sobrevive

Intermedio edita 'La cuestión humana', de Nicolas Klotz, una de las películas fundamentales del último cine europeo

Mathieu Amalric, protagonista de 'La cuestión humana'.
Mathieu Amalric, protagonista de 'La cuestión humana'.
Manuel J. Lombardo

17 de noviembre 2009 - 05:00

Nicolas Klotz. Intermedio. 2 DVD. Extras: 'Les amants cinéma' (doc.) + Entrevista con Klotz y Perceval. 18 euros

Aclamada por la crítica como una de las mejores películas de la temporada pasada, La cuestión humana, tercer largo de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval (Paria, La blessure), permanecía inédita en la así autoproclamada "capital del cine europeo". El sello Intermedio, que inauguraba precisamente su aventura en la distribución en salas con este título imprescindible, completa ahora la pequeña hazaña con su lanzamiento en un DVD doble que incluye además una entrevista con sus autores y un documental, muy a la manera de un Cinéma, de notre temps, sobre el proceso de elaboración de la película de estos nuevos Straub y Huillet.

Estamos, sin duda, ante una obra capital del cine europeo contemporáneo, una de las cintas que, de forma más turbadora y poderosa, ha puesto el dedo en la llaga sangrante del malestar de la sociedad capitalista y en las siniestras infiltraciones de la Historia del siglo XX en su superficie amnésica y fantasmal.

A partir de una novela corta de François Emmanuel, publicada en España por Losada, La cuestión humana nos sitúa en el interior de la filial francesa de una empresa multinacional alemana. Allí trabaja Simon (Mathieu Amalric), psicólogo y responsable de recursos humanos al que uno de los ejecutivos hará el encargo de vigilar al director general (Michael Lonsdale), cuyo comportamiento empieza a mostrar síntomas de inestabilidad mental. En el proceso, Simon descubre una trama mucho más compleja plagada de giros y conspiraciones que le acabará afectando profundamente.

Lanzada la premisa detectivesca, iniciado el viaje conradiano (El corazón de las tinieblas late bajo la piel), situados en un espacio nocturno, descolorido y casi abstracto, La cuestión humana se adentra poco a poco, asendereadamente, enturbiada por músicas "radioactivas" (cortesía de Syd Matters) y localizaciones depuradas, en un territorio en el que se filtran algunas cuestiones esenciales sobre cómo el pasado, el nazismo, el exterminio judío, se proyectan como una sombra pesada sobre el presente, no como imagen, recuerdo o representación, sino a través de ese lenguaje preciso, seco, deshumanizado, instalado definitivamente en los procesos de producción y en las relaciones profesionales de la empresa contemporánea.

La palabra adquiere así en este filme fantasmagórico una densidad plena, rotunda. No en vano se trata de devolverle su humanidad, su voz, su grano, que apenas resiste en la garganta de un cantaor de flamenco (Miguel Poveda) o en la saudade de un viejo fadista portugués. Allí donde lo humano había sido reducido a una mera cuestión de stücke (piezas, mercancía), el final de este filme, sobre un negro de silencio, nos recuerda el peso y la materia de los cuerpos, el sudor, la baba, el olor del miedo en los camiones de la muerte.

Pero no se trata aquí de espantar el miedo y ahuyentarlo con los relatos. Bien al contrario, La cuestión humana trabaja para fijar lo que de aquello ha quedado, más poderoso y letal aún que cualquier imagen: ese lenguaje técnico de la efectividad que nos somete cada día a un sigiloso y consentido exterminio.

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