¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
Las bellezas de la capital hispalense han sido loadas por insignes escritores y poetas través de los siglos. Durante el siglo XVI y parte del siglo XVII Sevilla fue un emporio comercial y económico de primer orden mundial convirtiéndose en una moderna “Babilonia”. Durante aquellos tiempos la ciudad experimentó una prosperidad sin precedentes convirtiéndose en una de las mas ricas, pobladas y cosmopolitas de Europa
Los romanos la llamaron Hispalis, los musulmanes Isibilya y los cristianos Sevilla. La creación de la Real Casa de Contratación de Indias en 1503 supuso el comienzo de su esplendor. Ser el puerto de América la transformó en una vasta y poderosa urbe sobre la que el Guadalquivir derramaba las cuantiosas riquezas de ultramar. Continuamente arribaban a su puerto mercaderes de toda Europa tales como flamencos, franceses, genoveses, florentinos o alemanes deseosos de hacer negocio. Fruto de semejante bienestar se produjo un “boom” urbanístico que posibilitó la construcción de numerosos conventos, iglesias y palacios, además de miles de viviendas. Por otro lado, el Cabildo realizó interesantes intervenciones como el paseo de La Alameda de Hércules , fundador mítico de la ciudad, para lo que fue preciso desecar una laguna y que todavía pervive.
La Sevilla intramuros tenía una superficie aproximada de trescientas hectáreas, siendo una de las mejor amuralladas de Europa. La muralla había sido levantada en varias etapas, fundamentalmente en época almohade durante el siglo XII. Su perímetro alcanzaba los 6.000 metros y cada 40 se alzaba una torre, estando flanqueada por unas trece puertas y varios postigos (puertas no principales de una ciudad o villa). Su pared llegaba en algunos puntos al nada despreciable espesor de dos metros y medio. Lamentablemente en el siglo XIX se derribó en su práctica totalidad, incluidas sus preciosas puertas, muchas de ellas antiquísimas. Cada una tenía asignado un cometido determinado, en una ciudad tan comercial y bulliciosa era preciso guardar un orden con respecto a la entrada y salida de mercancías. Las puertas se abrían y cerraban a horas fijas y el alguacil mayor era el encargado de la custodia de las llaves.
La muralla protegía a la ciudad de las crecidas del río y ejercía de cordón sanitario en las epidemias. Durante los años 1648-49 se produjo una terrible epidemia de peste que asoló la población reduciéndose esta prácticamente a la mitad. Fallecieron unas 60.000 personas, barrios enteros quedaron despoblados y las consecuencias económicas fueron nefastas. Diego Ortiz de Zúñiga relata en sus célebres Anales: “Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, dellos murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a quatro mil. De los Ministros que servían faltaron mas de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedo uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos”. Sin duda, una de las grandes tragedias del pasado fueron las epidemias ya que no se contaba con medios humanos ni científicos para atajar las plagas. Se desconocían las causas que las ocasionaban e incluso se achacaban a castigos divinos. Por desgracia no se conocían las ventajas saludables de la limpieza ni las poblaciones tenían infraestructuras para recoger basuras y aguas fecales. Muchas calles no estaban asfaltadas por lo que transitar por ellas debía ser algo penoso; solamente algunas casas principales contaban con pozos negros y con suministro de agua.
Las glorias de Sevilla terminaron de una manera trágica y abrupta ya que tardó mas de dos siglos en recobrarse de semejante descalabro pero nos quedan las palabras de los que las vivieron. Lope de Vega nos dejó esta magistral semblanza en La Dorotea: Sevilla “…la mas bella y populosa ciudad, un infierno soñado”.
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