Vísperas de Difuntos

La crisis es un asunto de los vivos

  • La desaceleración económica amortigua sus efectos en el ritual de acompañar a los muertos · La crisis se nota en la demanda de ramos más económicos y un cierto descenso de visitas al cementerio.

Eva viene todos los días del año, de lunes a viernes -y el fin de semana previo a los Difuntos- y con la ayuda de su tía limpian unas 150 sepulturas al año. Nació hace 38 años y lleva diez trabajando en el cementerio. "Es un trabajo tranquilo, no sé por qué la gente le tiene miedo a los muertos, y tengo las tardes libres". Deja como los chorros del oro un panteón con casi veinte tumbas donde florecen apellidos de abolengo.

Cuando nació Eva, ya estaba en el cementerio de San Fernando Juan Herrera, de La Algaba, uno de los catorce sepultureros. "No tenía 18 años y el 2 de noviembre, cuando el obispo diga en la misa del Cristo de las Mieles podéis ir en paz yo voy detrás de él". Buen día para ponerle fin a 47 años de trabajo en el cementerio, con la única salvedad del año y medio de servicio militar en Villa Cisneros. Entró soltero y se va abuelo de dos nietas: Ana Isabel y Belén.

Herrera es hijo de sepulturero, vía de acceso laboral que pasó a la historia. Cambiaron otras cosas. "¿Sabe en qué se nota la crisis? Un domingo como hoy no se podía caminar por el paseo central y los coches fúnebres tenían que dar la vuelta por la carretera para entrar por la puerta de San Jerónimo".

El 10 es un gospel de negros vestidos de domingo que van a alguna celebración. Dos señoras y una chiquilla se bajan en la parada del cementerio. "Nos están invadiendo de una manera...", dice una de ellas mientras encarga unas flores que mete en una bolsa del Lidl. No se da cuenta de que la están invadiendo los alemanes.

Isaac Pérez, 48 años, tiene que vender muchos ramos para darle de comer a sus ocho hijos. La muerte, aunque parezca lo contrario, no es inmune a la crisis. "Todos los que trabajamos aquí estamos en el paro", dice un sobrino de Isaac. Antonia es la matriarca de una empresa donde estos días echan una mano "entre treinta y cinco y cuarenta personas", según cálculos de Isaac.

Dice que la gente se lo piensa más antes de comprar un tipo u otro de ramos. Él mismo, con su hermana, un sobrino y su cuñado se encargan de los diseños. "La novedad de este año es la motocicleta", dice el cuñado, policía de profesión. Isaac matiza que ese modelo de exorno floral fue anterior a la trágica muerte del motociclista Marco Simoncelli. "Soy corredor de motos, he hecho el París-Dakar. Son frecuentes los entierros de chavales que se han matado con la moto, vienen los moteros al cementerio". Ocultos al público tienen motivos para enterramientos infantiles: chupetes, canastillas. Antonia no se queja de la crisis, sino de la competencia. "Con los crematorios se vende menos". Isaac trabaja el resto del año en jardinería. "He llevado flores a Irún y a Marruecos". Sus hijos juegan en la glorieta junto a los raíles del viejo tranvía.

El marido de Juana, José García Campos, murió en 2002. Junto al Cristo de Susillo hay un plano del cementerio con indicaciones de las calles, como el callejero de la Feria. Son 262 calles, tres rotondas, 66 grupos de osarios, amén de las indicaciones de los cementerios árabe, israelí y el de los disidentes. A Juana la acompañan dos jóvenes de Protección Civil. La referencia del nicho es errónea. Es otro nombre. Se cansa de buscar y los de Protección Civil la llevan en coche hasta la puerta del cementerio. "Dejen las flores en cualquier nicho".

Hay turistas que se acercan al túmulo de los toreros de Mariano Benlliure, frente al enterramiento de Diego Martínez Barrio y sus dos esposas. Hay artistas que están fuera de la zona convertida en parque temático: Chocolate, Antonio Machín, Fernanda Romero, Silvio. En el cementerio conviven la catedral y la chabola, el bungaló y el chamizo, el alicatado y la pasamanería. Sólo los vivos -y Dante- creen que hay distintos estados para los muertos.

En la nueva zona de osarios verticales se multiplican las tareas de limpieza y exorno floral. Cubos y fregonas por doquier. El cementerio es la única zona de la ciudad donde no es necesaria la presencia de Lipasam. Eva, la limpiadora de sepulturas, es una de las cincuenta mujeres que han encontrado en el camposanto su particular medio laboral. Un oasis en el pánico estadístico de los vivos.

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