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  • Un millar de escolares se reúnen en el colegio Claret para celebrar la Jornada de la Infancia Misionera, que dedicaron a los niños de América con relatos de misioneros

El ambiente de Heliópolis empezó muy temprano. Mucho antes de que llegaran los primeros abanderados a las inmediaciones del estadio, un millar de niños procedentes de Sevilla y provincia se había reunido en el colegio Claret para celebrar la jornada de la Infancia Misionera.

Este año se la han dedicado a los niños de América. De varias maneras. Con una procesión presidida por un Cristo de Brasil. Con un viaje virtual por ese gran continente, desde la Patagonia hasta Alaska, al que se sumaron unos niños que congregados por sus colegios o sus parroquias representaron a cada uno de los países.

El viaje no fue sólo virtual. En la pista del Claret donde el hockey sobre patines llegó a la Primera División se cruzaron dos caminos de misión. Diego Román Fernández nació en 1974 en Las Cabezas de San Juan. Se ordenó sacerdote en la Catedral en 2003. Después de ser párroco en Burguillos y San Ignacio del Viar, en 2010 decidió emprender el camino de la misión. Destino: Moyobamba, en el Amazonas, una diócesis, San Roque y Santa Teresa, que agrupa a sesenta pueblos. Ha aprovechado el verano amazónico para venir a las jornadas y de paso bautizar a dos sobrinos en Las Cabezas.

Ángel Orellana es el sexto de los siete hijos de una modesta familia de Cuenca (Ecuador), donde nació en 1978. La presencia en su país de un jesuita sevillano, José Luis Carabias, le despertó la vocación. Entró en el seminario de San Luis Gonzaga de su ciudad natal y llegó a Sevilla. Es coadjutor de Nuestra Señora de la Cabeza.

Dos misioneros que se cruzaron en la línea delimitada por el tratado de Tordesillas. Su labor y la de tantos otros la destacó Eduardo Martín Clemens, delegado diocesano de Misiones. Es la cuarta edición de estas jornadas, que en las anteriores se dedicó sucesivamente a los misioneros de Asia, África y Oceanía.

El patio del colegio se convirtió en un insólito zoco ecuménico. La delegación de Olivares eligió productos típicos de El Salvador, un país que hasta en su toponimia lleva impresa la huella de esa gigantesca tarea. Catequistas de Aznalcázar, de la parroquia de San Pablo, preparaban baleadas, el nombre que recibe el burrito hondureño. Ana María trabaja haciendo radiografías. "Allí también hago un poco de misión". Eligieron un país que tuvo una primera dama sevillana en la persona de Aguas Santa Ocaña.

¿Qué diferencias gastronómicas existen entre Cali y Cartagena de India? Los voluntarios de Guillena, de la parroquia Nuestra Señora de Granada, aportaron un juego didáctico para asociar platos típicos con diferentes ciudades de Colombia. No es un país que les quede lejano. Lola trabaja de asistente social en el Ayuntamiento de Sevilla "y colaboramos con muchas familias colombianas". "En Guillena", apunta Benito, "hay un equipo de asistentas colombianas, cuidadoras que trabajan en la ley de Dependencia".

Macarena y Carmen tienen quince años y estudian cuarto de ESO en las Esclavas. Ayer paseaban por el patio caracterizadas con el traje típico de Nicaragua. Alumnas de Adelaida en las clases de Inglés, conocen la poesía de Rubén Darío, hijo ilustre de ese país, como Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, que creían en Dios "arquitecto, ingeniero".

El sevillano que se fue a la selva del Perú y el ecuatoriano que vino a la selva de Sevilla contaron sus respectivas vivencias. "En América Latina me llaman padrecito", cuenta el de Las Cabezas, que se extendió en las adversidades que los niños de su parroquia tienen que vencer para algo tan sencillo y natural por estos pagos como ir al colegio o comer todos los días. También relató su experiencia Regla Sanjosé, religiosa calasancia en Argentina.

Como era día de derbi, se rifaron sendas camisetas firmadas por los futbolistas del Sevilla y del Betis. Una le tocó a una catequista de Guillena, colombiana por un día, otra a un alumno del Claret. Después de la procesión y antes del almuerzo, amenizaron la velada un grupo de jóvenes brasileños de Salvador Bahía. Claudio llevaba la voz cantante: llegó a España en 1998 y trabaja de monitor de kick-boxing. El cantautor Ricardo Suárez convirtió una oración en cánticos espiorituales.

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