Crítica de Música

Escuchar, gozar, sentir

El homenaje a los 400 años del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo, con tonos sacros y humanos más o menos relacionados con la obra del pintor sevillano, fue un buen pretexto para montar un bellísimo programa con algunas de las mejores canciones compuestas en el siglo XVII español. Un repertorio por fin asumido como habitual en los programas de conciertos, que aún espera se descubran los muchos secretos que encierra (hay cientos de tonos aún en los manuscritos esperando ser puestos al día), pero que exigen de quien se quiera acercar a ellos una total identificación con los códigos expresivos y las claves retóricas que pueden darle vida a obras en apariencia muy simples y de materia musical escueta.

Afortunadamente el ciclo del Real Alcázar contó con los mejores intérpretes posibles. Manuel Vilas lleva años defendiendo y rescatando este repertorio desde el arpa española de dos órdenes, un instrumento cuya sonoridad, en sus manos, se erige en esencial para estas joyitas. Arpistas fueron Hidalgo y Navas y para ese instrumento se pensó el acompañamiento de la voz, un acompañamiento que Vilas enriqueció, dándole protagonismo al arpa. En las piezas a solo estuvo brillante y con total dominio del ritmo. Por su parte, Rocío de Frutos se metió a fondo en la íntima relación entre música y palabra. Con una voz muy natural, con ascensos al agudo muy bien ensamblados y pleno dominio del fraseo, aportó carga expresiva allá donde era más preciso, como en esas detenciones tan poéticas sobre las palabras suspende o suspiros, o esas gradaciones dinámicas tan conmovedoras sobre esperar, sentir, morir, rematando con un pianissimo perfecto. Obvió la posible monotonía de las repeticiones aportando matices de variaciones y ornamentos en cada una de ellas.

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