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Crítica de Música

Jugar a Bach

Este conjunto luxemburgués presentó un programa con una idea que hace tiempo dejó de ser una rareza: mezclar la música de Bach con cualquier cosa. Es tal el potencial abstracto de la obra del genio alemán que admite colocarse casi en cualquier entorno, al que normalmente ennoblece. Así es habitual escuchar a Bach en clave de jazz, de rock, de electrónica, de minimalismo, de étnica o, como aquí, rodeado por creaciones de los últimos 30 años. La jugada casi no tiene riesgos, porque Bach no sólo satisface los paladares más diversos, sino que amalgama con éxito tradiciones y estilos diferentes.

En este caso se usaron las Variaciones Goldberg, el aria abriendo sesión y la variación 25 cerrándola en interpretaciones pianísticas, mientras entre cada una de las piezas contemporáneas se incluyeron algunos de los cánones de la obra en la transcripción para trío de cuerda de Sitkovetsky, en los que fueron a la postre los números más débiles del recital por ocasionales pero serios problemas de afinación. Entre las creaciones contemporáneas, hubo de todo, de un Xenakis para percusión (Rebonds A; la pieza más antigua del concierto, pues data de finales de los 80), ejecutada con tal cuidado por la claridad que le restó al grecofrancés ese abrasivo sentido rítmico de su música, al minimalismo del irlandés Donnacha Dennehy, pasando por la riqueza tímbrica y textural de Simurg del mexicano Arturo Fuentes, el áspero bruitismo del danés Simon Steen-Anderson o el virtuosimo instrumental que una obra como Wish del luxemburgués Camille Kerger exige al saxofonista, un espléndido Olivier Sliepen. Quien también se lució fue la violista Daniele Hennicot, en la soberbia obra dedicada por Toshio Hosokawa a las víctimas del terremoto de Tohoku de 2011, un lamento tocado con profunda intensidad y gran variedad de matices.

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