Crítica de Música

Música entre hermanos

Ya lo decía Paul Viardot: "Es duro vivir a la sombra de un gran apellido", y así le debió pasar al menor de los hermanos Purcell, aquel Daniel al que la posteridad ha dejado en la penumbra oculto por la luz solar de su hermano Henry. Pero más allá de su labor al completar la ópera póstuma de su hermano, Daniel bien merece la escucha atenta y desprejuiciada, dejando (si fuera ello posible) el apellido al margen, de una música más que interesante y que va un punto más allá de donde la Parca obligó a dejarlo a Henry, ese punto de inflexión entre la tradición inglesa y el influjo italiano de principios del XVIII.

Así lo entienden los músicos que anoche firmaron una brillante reivindicación del hermano menor, no sin ello dejar pasar la ocasión para recrear algunas de las más apasionantes piezas vocales del Orpheus Britannicus.

Agúndez abordó las piezas de Henry, más intimistas, desde una emisión limpia, muy natural, sin artificiosidad alguna; una voz de bellos colores, rutilante en su capacidad de proyección incluso en las dinámicas más contenidas, un terreno éste en que la soprano se recrea a placer buscando un clima de intimidad y recogimiento que sobrecoge a quien lo escucha. Así, dejó colgada del aire una profunda y meditativa vesión de An Evening Hymn, deletreado casi con fruición sílaba a sílaba y rematado por unas muy diversificadas vocalizaciones sobre el Hallelujah final.

En las cantatas de Daniel la soprano mostró su capacidad para expresar afectos encontrados mediante un fraseo muy flexible que igual conmovía con acentos patéticos en las arias tristes que chisporroteaba en las alegres.

Tuvo siempre a su favor un acompañamiento preciso y de variada paleta expresiva. Minguillón subrayó con mesura los ostinati, Verona aportó matices de profundidad y Puerto el brillo de un clave limpio y refulgente.

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