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Cultura

El paisaje en 'Platero y yo'

  • La percepción paisajística, clave para releer la obra de Juan Ramón Jiménez en su centenario.

En este 2014 que concluye se han cumplido 100 años desde la primera edición de Platero y yo, la obra literaria en español más traducida y universal tras El Quijote. Tras una nueva relectura, es el relato más rico que conozco de las relaciones entre un escritor y su espacio de vida, urbano, rural y natural al mismo tiempo; esta afirmación puede quizás generalizarse si el ámbito de referencia es Andalucía, sin olvidar que esta tierra cuenta con obras tan señaladas en el mismo sentido como Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas (1946) y Ocnos de Luis Cernuda (1963).

De los 138 pequeños capítulos que contiene Platero y yo, en más de 100 hay referencias a la realidad exterior del autor, a los espacios vividos, a la naturaleza o el medio envolvente. Corrobora esta apreciación la afirmación del autor de la edición crítica que acabo de leer (M. Predmore, Madrid, 1988) para el que la tesis central del libro es "la intuición del mundo"; el propio autor insistió en la prioridad que en este relato adquiere el espacio geográfico que le rodea: "El recuerdo de otro Moguer, unido a la conciencia del nuevo y mi nuevo conocimiento del campo y jente, determinó el libro". Otros hechos subrayan, igualmente, la prioridad antes aludida, tales como el título del último capítulo (A Platero en su tierra), o la propia estructura formal básica del libro, un relato organizado por la sucesión de las estaciones del año y las vivencias de los ciclos naturales, agrarios y de la cultura local.

Por lo que se refiere a Andalucía es preciso destacar que el libro lleva el subtítulo de Elegía andaluza y que el autor se definió a sí mismo como "andaluz universal", e hizo explícito su propósito de exaltación de su tierra frente a la de Castilla. Pero, como es bien sabido, la visión que JRJ transmite de Andalucía en Platero y yo no es en absoluto la tópica y convencional; contiene una severa crítica de su realidad social, es claramente contraria a determinadas manifestaciones culturales frecuentemente convertidas por otros en señas de identidad y expresa una incipiente sensibilidad ecológica con su denuncia de la degradación de la naturaleza.

En Platero y yo la palabra paisaje aparece en once ocasiones, una de ellas en un titulo de capítulo, el XIX, Paisaje grana, considerado como uno de los de mayor intensidad en la expresión del sentimiento del poeta respecto al lugar. Cuanto más avanza la obra más frecuente es la presencia del mundo exterior en ella; parece que otoño e invierno agudizan el sentido elegíaco general del libro, aunque las percepciones y representaciones de los aspectos paisajísticos se extienden también a una sensual primavera y a un verano tan intenso como el de Andalucía.

Más interesante que estas alusiones o menciones expresas del paisaje, es el hecho de la amplia apreciación y la pluralidad de sensaciones y sentimientos referidos al espacio de vida. La obra entera está repleta de observaciones relativas a los elementos del entorno vivido y recordado por el autor; hechos constituidos tanto por detalles nimios y cotidianos como por aspectos complejos que integran componentes diversos y que son captados holísticamente, mediante la capacidad de síntesis e interpretación que caracteriza a todo gran poeta. La actitud observadora y la sensibilidad de JRJ abarca los aspectos visibles o escénicos del paisaje, pero también sus fundamentos naturales y su condición de resultado del largo proceso histórico de construcción social del territorio y, sobre todo, una profunda valoración estética a partir de la percepción sensorial de formas, colores, olores y sonidos. Enriquecen también su comprensión del paisaje las diversas referencias a la pintura de este género y sus precedentes, generalmente como referentes que han condicionado la mirada del autor y como correlatos añadidos a sus propios sentimientos.

Esta capacidad de sentir el espacio vivido permite considerar al autor de Platero y yo como un precursor del reciente entendimiento del paisaje expresado en el Convenio Europeo dedicado a dicho tema y firmado en Florencia en octubre de 2000; acuerdo internacional auspiciado por el Consejo de Europa que busca conjugar los aspectos artísticos, científicos y sociales reunidos por la cultura occidental durante los últimos cinco siglos en la noción de paisaje y que la vinculan a la calidad de vida y la identidad cultural. Con la definición de paisaje que establece dicho Convenio se pretende superar una situación sostenida de "diálogo de sordos" entre las artes y disciplinas científicas que utilizan el concepto.

En cuanto a la presencia en la obra de los distintos tipos de paisaje hay que señalar, en primer lugar, la inusual variedad en registros paisajísticos ante los que es sensible JRJ. Todo es paisaje, todo el entorno provoca respuesta en él, principalmente de admiración o disfrute, pero también de rechazo. Paisajes urbanos, los más abundantes en consecuencia con el sentido principal de la obra, la vida en Moguer y los recuerdos del pueblo; paisajes agrarios, que narran sus paseos por las afueras de la población; paisajes en los que predomina lo natural; paisajes serenos y evocadores, junto a lugares muy degradados o contaminados; paisajes vistos desde arriba o a pie de tierra y a distintas escalas de amplitud, apreciando detalles nimios percibidos en proximidad, la riqueza de una vista panorámica de la ciudad o los campos, o intuyendo la presencia lejana del mar.

Resulta especialmente interesante la atención prestada por el autor a la percepción del paisaje por otros sentidos distintos a la vista, el oído y el olfato, principalmente, y la variada y abundante presencia de los animales, infrecuente en un contexto cultural en el que, en relación con la idea de paisaje, se perciben sobre todo hechos estáticos. La obra contiene capítulos que podrían calificarse como verdaderos "paisajes sonoros" escritos; esta expresión cobra sentido en JRJ como acompañamiento expresivo y altamente evocador de una realidad compleja con frecuencia reducida por otros autores a lo visto, como si se mirase a través del cristal de una ventana cerrada. La sensibilidad y capacidad del poeta para dar intensidad a través del olfato y el oído a lo visto y narrado se apoya principalmente en los aromas de la naturaleza y en los sonidos lejanos de las actividades humanas o de los animales. Respecto a la presencia de estos últimos en Platero y yo, la primacía corresponde, lógicamente, al protagonista principal y luego a otros animales domésticos, tan significativos en una infancia rural, pero aparecen también otros muchos seres vivos, presentes en el relato de múltiples formas y con muy distintas cargas simbólicas: a los paisajes de JRJ no "les falta una pierna", como significativamente han dado a entender los relatos de viajeros y escritores europeos sobre América del Norte o África subsahariana, cuando han descrito praderas, sabanas y selvas repletas de animales silvestres.

Todas estas observaciones inducen a pensar en la necesidad de un estudio en profundidad sobre la presencia de la noción de paisaje en el conjunto de la obra del autor desde la perspectiva de su más reciente entendimiento, el del Convenio de Florencia, así como en la contribución de JRJ a la formación en España de una sensibilidad social ecológica y sobre el paisaje, ya frecuentemente relacionada con la Institución Libre de Enseñanza y con la figura de Francisco Giner, tan decisivos e influyentes en el propio Juan Ramón. Finalmente el autor de Platero y yo debe ser considerado como una figura intelectual señera para la protección y gestión de los paisajes andaluces, principalmente apoyando la lectura de esta profunda obra y fomentando con ella, a través de la educación y de la cultura, una mayor sensibilidad de la población andaluza en relación con su propio espacio de vida.

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