Concha Yoldi. Presidenta de la fundación Persán y del consejo social de la hispalense

"Superamos la crisis, pero la situación actual de subempleo es terrible"

  • La que es una de las principales empresarias de Andalucía reparte actualmente sus esfuerzos en la inserción laboral de los parados y en estrechar los lazos entre la empresa y la Universidad

De Concha Yoldi (Sevilla, 1954) se suele decir que, pese a ser una de las principales empresarias de Andalucía, es eso que llaman una "señora normal" a la que le gusta hacer guisos y chalecos de punto. Pero esa apariencia sencilla y amable no nos debe engañar. Estamos ante una mujer de inteligencia preclara y voluntad de hierro que ha sabido construir, junto a su marido, José Moya, una de las pocas grandes empresas industriales que hay en Sevilla, Persán. Eso no lo consiguió Concha Yoldi -que rompió la tradición química de su familia para licenciarse en Económicas- en los fogones o en el costurero, sino a base de realizar sacrificios, de asumir riesgos importantes, de agotadoras jornadas de trabajo y de "suerte", como ella misma reconoce. Concha Yoldi, que actualmente es vicepresidenta de Persán y presidenta de su Fundación, se autocalifica como "un pelín de izquierdas". Sólo hace falta hablar un rato con ella para constatar su preocupación y compromiso con los menos favorecidos, pero también para comprender hasta qué punto le molesta la demagogia y los excesos del Estado providencia. Su compromiso se demuestra también con su labor como presidenta del Consejo Social de la Universidad de Sevilla, en el que está trabajando intensamente para unir aún más a esta institución con la empresa sevillana. En 2012, la Junta le otorgó la Medalla de Andalucía.

-Usted pertenece a una familia de químicos.

-Mi abuelo fue el primer catedrático de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla, a la que se incorporó en 1913. Mi padre también lo fue. Además de químicos, en mi familia había muchos médicos: mi bisabuelo y mi tatarabuelo... Mis hijos son sexta generación de titulados superiores. Además, mi otro abuelo, Francisco García, fue fundador de Persán, una empresa química.

-Precisamente, usted nació en la fábrica de Persán... Eso debe imprimir carácter.

-Mi familia vivía allí, en un chalé al lado de la fábrica, que ya se ubicaba en el mismo sitio que ahora. Durante muchos años, la sala de visitas que estaba sobre el laboratorio de Investigación y Desarrollo había sido con atnerioridad el dormitorio de mis padres.

-Mi infancia son recuerdos de una fábrica de Sevilla...

-Desde la infancia hemos mamado la empresa. Comiendo en la mesa mi padre siempre hablaba de la fábrica, de la torre de atomización del detergente en polvo que se estaba construyendo en ese momento, de las materias primas que se compraban... Quieras o no eso te va dando una cultura empresarial, te va impregnando sin que te des cuenta.

-Pese a ser una de las empresarias más conocidas de la ciudad tiene fama de señora normal, de persona asequible y trato afable.

-Eso se aprende desde niña. Mi abuelo el catedrático era académico de Buenas Letras, el otro uno de los empresarios más fuertes de Sevilla, pero siempre fueron personas muy normales. Mi marido, Pepe Moya, que tiene una valía personal muy importante, también lo es. Una de mis premisas en la vida es que, al final, todos somos iguales.

-¿Y cómo ha llevado el tema de la conciliación familiar?

-Muy mal. Con mucho sacrificio y esfuerzo. Con mis dos hijos pequeños tuve sólo 20 días de baja maternal. Sé que es políticamente incorrecto lo que voy a decir, pero la baja maternal no debería pasar de los dos meses, el tiempo necesario para que la mujer se encuentre bien. Tendría que ser obligatorio que el padre se cogiese otros dos meses de baja obligatoria hasta completar así los cuatro primeros meses de la vida del bebé. De lo contrario, las mujeres profesionales pierden oportunidades de crecimiento y realización.

-No creo que esa propuesta vaya a ser atendida por los políticos.

-Es verdad que hemos conseguido una serie de conquistas sociales de las que no podemos prescindir, pero creo también que el sacrificio y el esfuerzo son importantes e imprimen carácter. Ahora creemos que somos sólo sujetos de derechos y no nos planteamos los deberes.

-¿Existen los techos de cristal?

-Sí. Antes, yo pensaba que la igualdad de verdad era incompatible con la discriminación positiva, pero a lo largo de los años me he dado cuenta de que algo de eso hay que hacer, porque si no es difícil que las mujeres lleguen a cargos de cierta responsabilidad. También es evidente que existe brecha salarial entre hombres y mujeres. Como se suele decir, los tres últimos meses del año las mujeres trabajamos de balde, porque el hombre gana mucho más.

-¿En Sevilla no se termina de reconocer la importancia de los empresarios?

-Ese problema no es sólo de Sevilla, sino que afecta a toda España. Así nos ha ido cuando ha llegado la crisis y nos hemos dado cuenta de que no había empresas y su tasa de mortalidad era altísima.

-Pese a que su familia era propietaria de una gran fábrica, su carrera como economista la comenzó en otra empresa, Javier Molina S.A., dedicada al sector agropecuario. ¿Seguían el modelo anglosajón de que antes de trabajar para la familia hay que triunfar fuera?

-Sí, eso estaba muy claro. Mi abuelo tenía dos socios cuyos hijos no estudiaron, pero trabajaban en la empresa. Sin embargo, él siempre tuvo el afán de que nosotros, antes de entrar en Persán, hubiésemos demostrado fuera nuestra profesionalidad. Nosotros lo hemos hecho igual con los dos hijos que ahora trabajan en Persán -el tercero ha optado por el ejercicio de la abogacía y es socio de Cuatrecasas-. Es cierto que este sistema es muy anglosajón, pero también está presente en otras familias andaluzas, como los Osborne.

-Hubo un momento, después de la Expo 92, en que Persán pasó muy malos momentos. Su marido y usted dieron un paso adelante y fueron haciéndose con el control de la empresa en unos momentos en el que el riesgo era muy alto.

-En la Facultad nos enseñaron que el riesgo es lo que justifica el beneficio empresarial. Creo que la búsqueda de la seguridad es la que provoca las burbujas económicas. Recuerde cuando todo el mundo quería invertir en empresas tecnológicas o en ladrillo porque era muy seguro. El riesgo y el trabajo es la base del éxito. Suelo repetir la frase de Picasso que dice que cuando la musa pasa te debe coger con el pincel en la mano. Es cierto que la suerte es importante para el empresario, pero te tiene que sorprender trabajando.

-¿Qué le dijo a sus hijos cuando empezaron a trabajar en la empresa?

-Les dije que tuviesen en cuenta que se subían a un tren que estaba en marcha, que tenía su camino marcado, su idiosincracia y su forma de trabajar. Que, por supuesto, cada uno tiene su manera de hacer las cosas, pero que había que tener en cuenta cuál es la tradición.

-¿Algo más?

-Que la empresa es lo primero y que hay muchas veces que hay que hacer sacrificios personales por ella. Lo único que no se puede sacrificar a la empresa es la familia.

-Algunos dan por finalizada la crisis económica, pero el daño social ha sido y sigue siendo importante.

-Es cierto que las macromagnitudes de la crisis ya han pasado, pero hemos caído en una situación de subempleo terrible. La gente presume de que tiene a personas contratadas por cuatro horas, aunque trabajan ocho; o de que no da de alta en la Seguridad Social a sus trabajadores. Esta precariedad nos está llevando a que no se pueda reactivar el consumo y a que la desigualdad económica crezca terriblemente. Hay que acabar con ese empleo fraudulento. Debería haber mucho más control, una mayor inspección laboral.

-¿Se es consciente en el poder político y económico de que el malestar crece y de que se están sentando las bases de otro posible estallido social?

-Creo que no, pese a que esto está quedando claro con la aparición de los populismos de derechas e izquierdas. Es muy preocupante lo de Trump o cómo crecen en votos los partidos xenófobos en Europa.

-¿Qué ha aprendido de la crisis como empresaria?

-Que en España hacen falta muchas más empresas industriales, porque son las que, al final, aguantan las crisis, las que tienen una mayor capacidad de supervivencia. Es mucho más fácil cerrar una empresa de servicios que una industrial.

-¿Y por qué hay tan pocas en Andalucía?

-Miedo al riesgo. Las empresas industriales necesitan inversiones mucho mayores.

-¿Y la Administración ayuda?

-No. Se han destinado muchos fondos públicos y privados para promover empresas nuevas, pero pocos a las ya creadas que, por diversos motivos, tienen problemas. Muchas empresas que cerraron hubiesen resistido con algún tipo de ayuda. Lo digo por experiencia propia. Cuando Persán tuvo problemas en el año 94 negociamos con Hacienda el dejar de pagar una serie de impuestos temporalmente, con el compromiso de abonarlos cuando las cosas fueran mejor. También negociamos con los proveedores y la plantilla. Eso salvó la empresa.

-¿El trabajador andaluz es vago como dice la leyenda negra?

-Como bien dice, eso es una leyenda. El trabajador andaluz es igual de eficaz que cualquier otro. Cuando empezamos a trabajar en el año 98 con los supermercados británicos Tesco -a los que les hacemos todos los detergentes- llegamos a una conclusión: sólo son mejores que nosotros en el nivel de inglés. Ese prejuicio nos lo han encasquetado en otras zonas de España porque les viene muy bien para justificar su negativa a ser solidarios con Andalucía. Nuestra comunidad ha tenido un déficit de financiación muy importante a lo largo de la historia.

-Hablemos un poco de la Fundación Persán, de la que usted es presidenta. ¿Cómo surgió?

-Su diseño e inspiración es una obra conjunta de mi marido y mía. Desde el principio pensamos que, al ser nosotros empresarios, nuestro campo de actuación debería ser el de la inserción laboral. En el momento que surgió, en el año 2006, antes del estallido de la burbuja, el colectivo que más demandaba ayuda en este campo eran los inmigrantes, porque los españoles encontraban trabajo rápido y muy bien pagado en el ladrillo. Cuando empezó la crisis nos abrimos a todo el mundo. Lo que pasó es que hubo un momento en el que tuvimos que dejar de hacer los cursos porque no había ningún sitio donde colocar a la gente, por lo que empezamos a ayudar a los interesados en hacer su propio proyecto empresarial, aunque sólo fuese para lograr su autoempleo.

-¿Y está contenta con el resultado?

-Hemos conseguido que muchos jóvenes que entran en la edad laboral no vean como único horizonte apetecible unas oposiciones para trabajar en Lipasam o de secretario de Ayuntamiento, y se planteen como primera opción su autoempleo en los campos en los que se han formado.

-¿Y cómo lo hacen?

-Desarrollamos una guía de emprendedores, una relación de todos los recursos públicos y privados que hay a disposición de los que quieren montar un negocio. Hay muchísima ayuda gratuita, desde financiación hasta locales gratuitos. También hacemos cursos muy prácticos de cómo iniciar una empresa. Desde la crisis nos hemos volcado en la acción social, algo que antes ni siquiera nos planteábamos. Colaboramos con las cocinas sociales del Ayuntamiento de Sevilla, con Cáritas... Lo que me aterra de los efectos de la crisis es que hay personas que ya nunca saldrán de la situación de precariedad en la que están, aunque tengan trabajo. Hemos detectado que hay muchísimos trabajos de 400 o 500 euros al mes. Con eso es muy difícil vivir y además, como es una cantidad similar al salario social, desincentiva la búsqueda de empleo. Por cierto, también tenemos una empresa de trabajo doméstico en la que buscamos trabajo por horas a las empleadas del hogar.

-Un sector en el que hay mucha explotación.

-Bufff... es terrible. Vigilamos especialmente el que estén dadas de alta en la seguridad social.

-No podemos obviar tampoco su actual condición de presidenta del Consejo Social de la Universidad de Sevilla. ¿No se cansa de meterse en charcos?

- No, es algo muy ilusionante. El Consejo es el nexo de unión entre la sociedad y la Universidad de Sevilla. Incluso podemos ir más allá: es el control a la Universidad que ejerce la sociedad.

-Le seré sincero. Hay gente que dice que eso no sirve para nada.

-Sirve hasta donde su presidente quiera. Tenga en cuenta que el Consejo Social es el que tiene que aprobar los presupuestos de la Universidad, los nuevos grados y másteres...

-¿Pero eso no se hace de una forma rutinaria?

-Hay de todo. En la Universidad de Sevilla le puedo asegurar que no. Hoy mismo me ha llamado el rector para una reunión en la que analizar los próximos presupuestos.

-Una de las críticas que se le hace a la Universidad es su corporativismo y su endogamia. Se vio claramente con la oposición numantina a la reforma propuesta por el ministro Wert, que tenía aspectos muy razonables.

-Toda reforma de la educación debe estar muy pactada, tanto con los partidos políticos como con el sector. Wert hizo una reforma muy teórica, pero sin tener en cuenta la opinión de nadie. No hay duda de que la Universidad es endogámica, pero también es cierto que la de Sevilla se está abriendo cada vez más a la sociedad y a la empresa. Ahora es la propia Universidad la que se acerca a la empresa para preguntar en qué puede ayudar. Tenga en cuenta que la Hispalense tiene 560 grupos de investigación que pone al servicio de la sociedad. Lo que sí sigue existiendo en la Universidad, como en cualquier otra gran empresa, son luchas de poder.

-Recientemente ha existido una cierta polémica con la política de tasas universitarias de la Junta, que pasan a ser prácticamente gratuitas para los que aprueben. Para algunos esto desincentiva la búsqueda de la excelencia que debe ser consustancial a la Universidad; para otros es un paso importante en la igualdad de oportunidades. ¿Qué opina usted?

-Estoy de acuerdo con las dos cosas. Me explico. El que los estudios de los niños no supongan un coste para la familia es importante para garantizar la igualdad de oportunidades, pero el que se exija sólo un aprobado puede lastrar la búsqueda de la excelencia.

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