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Leandro Álvarez Rey. Historiador.

"Uno de los dramas de la II República fue no saber integrar a la derecha"

  • Pertenece a una generación que cree que la inevitabilidad de la Guerra Civil y la radicalización de la sociedad española en la II República son mitos que se pueden desmontar con la historia.

La primera vocación de Leandro Álvarez Rey (Sevilla, 1960) fue la de militar, pero una inoportuna miopía le obligó a tomar los derroteros que le han llevado a ser uno de los historiadores más brillantes del panorama andaluz. Como recuerdo de aquella querencia juvenil le queda una pasión: el coleccionismo de soldaditos de plomo, más de 20.000, fundamentalmente de las guerras napoleónicas, con los que reproduce las viejas batallas de aquella Europa de tertulias en los salones y uniformes vistosos. La labor investigadora de Álvarez Rey es ingente. Destacan sus estudios sobre la clase política andaluza en la II República: La Derecha en la Segunda República: Sevilla, 1931-1936; Manuel Giménez Fernández (1896-1968). Epistolario Político o Diego Martínez Barrio. Palabra de Republicano. También ha sentido gran interés por la masonería en Andalucía, fruto del cual han sido el libro colectivo Masones, Republicanos y Librepensadores en la Almería Contemporánea, 1868-1945 o el escrito al alimón con Fernando Martínez López, Los masones andaluces de la República, la Guerra y el Exilio. Muchos de sus trabajos actuales están relacionados con la denominada memoria histórica.

-Como la casi totalidad de los miembros del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, usted pertenece al grupo de investigación Los Políticos y la Vida Política en Andalucía. ¿Comparte las aceradas críticas que se le dedican actualmente a nuestra clase política?

-La idea del divorcio entre la ciudadanía y los políticos, de la casta, no es ni mucho menos nueva y, por ejemplo, nos podemos remontar a Costa y a su crítica de la oligarquía y el caciquismo. De hecho, la Generación del 98 la convirtió en una de las ideas-mito que han recorrido la historia de la España contemporánea. Es cierto que en los políticos se ha dado bastante la incompetencia y el despilfarro, lo cual es casi peor que la corrupción.

-Ha centrado muchas de sus investigaciones en la II República. ¿Por qué llama tanto la atención este periodo en los investigadores?

-Porque la II República constituyó la excepción a la norma. En esos años, tanto en Europa como en gran parte del mundo, los valores democráticos estaban haciendo agua debido a la gran crisis económica que había empezado a finales de 1929. Prácticamente todas las sociedades europeas pensaban que la democracia no era válida para solucionar sus problemas del presente y se empezaron a despojar de ideas como racionalidad, libertad... de todo lo que había sido su sustento desde finales del siglo XVIII. Los países comenzaron a entregarse a diferentes regímenes como el fascismo, el nazismo o el estalinismo soviético. Sin embargo, España hizo exactamente lo contrario y, para resolver sus problemas, intentó construir un régimen democrático. Evidentemente, en aquella Europa, la democracia tenía que ser por fuerza inestable. Tenga en cuenta que, por ejemplo, se aceptaban fenómenos como el de la violencia política que hoy en día nos repugnan. De ahí esa paramilitarización de la política, con los uniformes, los himnos...

-Finalmente, la II República fue derribada por la fuerza. Hoy en día se siguen produciendo acalorados debates sobre quién tuvo la responsabilidad del naufragio. ¿Qué opina usted?

-El tema de las responsabilidades de la Guerra Civil es un debate muy antiguo. Me sigue atrayendo mucho la tesis de Javier Tusell, uno de los principales historiadores del siglo XX, quien decía que la España de la II República era un país ya lo suficientemente moderno y avanzado como para ensayar la vía de la democracia en un mundo tan radicalizado como el de los años 30, pero que también era un país en el que persistían una serie de problemas seculares -el analfabetismo, la miseria de las clases trabajadoras, el intervencionismo militar o la excesiva influencia de la Iglesia- que condenaban a esa democracia a la inestabilidad.

-¿Pero las responsabilidades concretas?

-A partir de los años 60 se produjeron una serie de obras de autores, fundamentalmente anglosajones, que distribuyeron las responsabilidades a partes iguales. Como decía Tusell, este discurso estuvo muy bien para la Transición, porque había que mirar hacia adelante. Pero esta interpretación, además de ser falsa historiográficamente, no se sostiene ni moral ni éticamente. No se puede poner en la misma balanza la labor de un Alcalá Zamora, un Giménez Fernández o un Martínez Barrio, junto a la de un José Antonio Primo de Rivera.

-Pero usted está mencionando al republicanismo más moderado y burgués, que no fue quizás el que tuvo más peso en aquellos años.

-Bueno, eso es lo que se nos ha dicho, la existencia de las dos Españas. Sin embargo, si usted analiza los resultados de las elecciones que se celebraron entre 1931 y 1936 fueron esos partidos republicanos moderados y burgueses los que, precisamente, más apoyo tuvieron. El discurso de la radicalización de los extremos como causa del fracaso de la democracia durante la II República no se sostiene. ¿Cuántos diputados tenía Falange? Cero. ¿Cuántos el Partido Comunista? Diecisiete, y eso que estaba amparado por las listas del Frente Popular.

-Pero quizás la radicalización no estaba sólo en los partidos extremistas, sino también en los que teóricamente eran moderados.

-Creo que estamos imbuidos por un discurso erróneo. Hemos equiparado una polaridad electoral de derechas e izquierdas con una España en la que unos y otros estaban dispuestos a matarse. Fijémonos en los resultados de las elecciones de 1936, que tienen lugar apenas unos meses antes del golpe de Estado del 18 de julio. ¿Qué votaba el que optaba por el Frente Popular? ¿A los comunistas? ¿A los socialistas radicalizados de Largo Caballero? Lo cierto es que el partido de Azaña y de Martínez Barrio fue el que más diputados obtuvo dentro del Frente Popular. Lo mismo se puede decir de la derecha. No me imagino a los votantes de la CEDA dispuestos a una guerra.

-Pero el resultado final fue la gran matanza.

-Es curioso, pero el golpe de Estado fracasado del 18 de julio provocó que los que menos representación habían obtenido en las Cortes en las elecciones de 1936, los comunistas y los falangistas, a finales de ese año terminaran representando a las dos Españas de la gran matanza. Por tanto, podemos pensar que no fue la radicalización política de la II República la que llevó a la Guerra Civil, sino el golpe de Estado y la Guerra Civil la que produjo la radicalización política.

-Quizás no se supo seducir a la derecha.

-Sí, uno de los dramas de la II República fue el no haber sido capaz de integrar a la derecha. En esto tuvo mucho que ver el tema religioso. La quema de conventos fue un mazazo para la España conservadora, el pecado original que no se le perdonó al nuevo régimen.

-En este sentido, algunos culpan al jacobinismo de Azaña.

-Azaña es una persona que despierta grandes filias y fobias. Personalmente, creo que fue el político de la II República con más visión de Estado. Intelectualmente estaba muy por encima de una clase política donde el peso de la inteligencia era muy notable, con un parlamento en el que se sentaban Gregorio Marañón u Ortega y Gasset, aunque este último hablaba poco. Sin embargo, era una persona muy soberbia y arrogante que me sigue planteando muchos interrogantes, muchas dudas.

-¿Y su anticlericalismo?

-El famoso discurso ante las cortes en el que dijo aquello de "España ha dejado de ser católica" siempre se ha considerado como una evidente expresión de su anticlericalismo, cuando, sin embargo, lo que hizo Azaña ante un mal mayor como era el dictamen de la comisión constitucional que establecía la expulsión de todas las órdenes religiosas, fue usar y sacrificar a los jesuitas ante un Parlamento ávido de anticlericalismo. Gracias a eso pudo salvar todo lo demás.

-Hablaba antes de los interrogantes que le planteaba la figura de Azaña.

-El problema de Azaña es que tenía una visión de la República que difícilmente concuerda con lo que hoy entendemos por democracia. Frases como aquella de "la República es de todos los españoles, pero sólo puede ser gobernada por los verdaderos republicanos" refleja una cultura política que, hoy en día, no asumiría un demócrata. Además, Azaña, al igual que muchos de estos intelectuales republicanos metidos a políticos, cometió el error de creer que si uno analiza un problema, lo disecciona y encuentra la raíz, basta simplemente con publicar un decreto en la Gazeta (lo que hoy es el BOE) para solucionarlo. La biografía de Azaña está llena de puntos oscuros. Por ejemplo, aquella frase que pronunció en el consejo de ministros el 11 de mayo de 1931, "todos los conventos de Madrid no valen la vida de un solo republicano", me suena mucho a él, es típica de Azaña. Pero la que se le atribuye cuando le llegaron las primeras noticias de Casas Viejas, "disparen a la barriga", es muy vulgar para ser de él.

-¿Qué le parece eso que se ha venido en llamar la memoria histórica?

-Depende de la acepción que queramos darle a ese concepto. Está claro que Historia es una cosa y memoria es otra. La Historia es fruto de la investigación y de la reflexión, mientras que la memoria es algo personal, familiar o de un determinado colectivo; forzosamente tiene que ser diversa, ya que no puede ser igual la memoria de un católico en la Málaga de finales de 1936 que la de un anarquista en la Sevilla de Queipo. Durante el franquismo se construyó una memoria oficial que sólo correspondía a la de los vencedores y el debate sobre la recuperación de la memoria de los vencidos tardó mucho en llegar. Debería de haberse aprovechado el cincuentenario de la Guerra Civil, en 1986, para esta labor. Hubiese sido un momento perfecto. Pero hoy sabemos que Felipe González tomó la decisión personal de conmemorar lo menos posible aquel aniversario, porque creía que el recuerdo de la Guerra estaba demasiado cerca, la Transición muy fresca y resucitar el conflicto dividiría a la sociedad española.

-Visto las reacciones viscerales que aún hoy levanta la memoria histórica, parece que tenía razón.

-Él cuenta que se lo pidió personalmente el general Gutiérrez Mellado, quien tomando un café después del 23-F le dijo: "Más tarde o temprano, usted será presidente del Gobierno. Yo le pido el favor de que, hasta que no desaparezcamos los de mi generación, no saque el tema de la Guerra Civil". El movimiento de la memoria histórica empieza con el nuevo siglo, en el 2000, y lo forman fundamentalmente gentes que, por una simple cuestión de edad, no sufrió la represión. Con bastante razón se le ha llamado la memoria de los nietos, ni siquiera la de los hijos. Parece que el miedo de la represión se transmitió genéticamente. Todavía no nos damos cuenta de la monstruosidad jurídica que supone el tener en nuestros país tantos miles y miles de desaparecidos.

-El problema es que algunos lo están usando políticamente.

-Una cosa es que consideremos que la II República es lo más parecido que tuvimos en nuestro país hasta la Transición y otra es que no reconozcamos que se cometieron errores. La memoria histórica puede incurrir en las mismas simplificaciones que la historia oficial del franquismo: pensar que unos eran unas almas cándidas y los otros unos demonios.

-¿Y por qué levanta tantas pasiones este asunto?

-Quizás porque las heridas todavía no están cerradas. De todas formas este tema en Andalucía no tiene comparación con el resto de España. Las víctimas producidas por la represión republicana en nuestra comunidad fueron algo más de 8.000, mientras que las franquistas fueron unas 56.000 personas. Después de la de Srebrenica, la mayor fosa común que hay en Europa Occidental está en Málaga, en el cementerio de San Roque de Monda.

-¿Y en Sevilla?

-Unos 12.000 fusilados. Pero la represión es algo más. Una cincuentena de profesores acabamos de terminar un trabajo, financiado por la Junta y el Gobierno de España, sobre la Ley de Responsabilidades Políticas, que es lo que podemos llamar la represión económica. Por ejemplo, a la familia de Blas Infante, después de fusilarlo, le exigieron el pago de una multa de 2.000 pesetas en una época en la que una casa de pueblo costaba 500 pesetas. Unas 60.000 familias en Andalucía se vieron afectadas por estas sanciones. Otra cosa fueron las depuraciones profesionales: ¿cuántos maestros, catedráticos, periodistas, jueces, etc. perdieron sus carreras y fueron condenados a la muerte civil? Tampoco hay que olvidar el exilio. Tenemos una base de datos con más de 50.000 andaluces que se tuvieron que marchar...

-¿Se está cumpliendo la ley?

-En estos últimos años se ha hecho lo mismo que hizo la derecha con las reformas el primer Bienio Republicano: no se ha abolido la ley pero se ha suspendido su aplicación, entroncando de esta manera con la tradición de la administración española y el "se acata pero no se cumple".

-¿Qué opina de que se le haya quitado a José Utrera Molina la calle que tenía en Sevilla?

-Utrera Molina me merece todos mis respetos desde que leí sus memorias, Sin cambiar de bandera. Es una persona con una ideología con la que la mayoría de los españoles no comulgamos, pero siempre ha sido consecuente. Fue un gobernador civil al que, en Sevilla, se le recuerda, sobre todo, por su lucha contra el chabolismo. Es un caso en el que no tengo una opinión muy clara. Ahora bien, creo que el franquismo debe estar en los libros de texto, no en el callejero.

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