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Un voleón al romanticismo

  • La trayectoria de Sampaoli envía a la basura la manida dicotomía entre puristas y resultadistas

  • Cada vez más lejos de las etiquetas, su Sevilla simplemente gana

Sampaoli, que rara vez toca balón en un entrenamiento, le pega fuerte con la zurda.

Sampaoli, que rara vez toca balón en un entrenamiento, le pega fuerte con la zurda. / juan carlos vázquez

Es un debate tan antiguo que de él no escapan ni los del azadón al hombro ni los más pulcros. Si ya Joaquín Caparrós podía personalizar la eterna discusión sobre la diatriba entre los que buscan ganar y los que buscan ganar divirtiendo al respetable, lo cierto es que no hay entrenador en los últimos años en el Sevilla que pueda escapar de esta dicotomía que divide el fútbol entre menottistas y bilardistas, guardiolistas y mouriñeros y, más en clave local y actualizada, sampaolistas y defensores de Unay Emery.

Jamás escapó el sevillismo a tal lucha de engañabobos. El arrojo de Julián Rubio sucedió a una sonada espantá de Bilardo después de huir tras cuatro partidos en los que no ganó ninguno. Y aún hoy el argentino es venerado en Nervión por los románticos del resultadismo a cualquier precio (otra mentira). Y está también por ahí a libreta de Marcos Alonso (nunco hubo un Sevilla que jugara tan bien al fútbol y que sumara menos puntos). Último toda la Liga, puede decirse que en enero ya estaba en Segunda, pero a la estela del tiralíneas del peinado esculpido de Tsartas divertía y creaba ocasiones, muchas ocasiones.

Volviendo a nuestros días, Sampaoli encarna e ilustra la división con que a la fuerza quieren catalogar el fútbol. El aura que desprende el casildense hipnotiza igual a Valdanitos que a Clementes, porque a los dos les da vidilla. Dice una cosa y hace otra para después en el análisis de lo ocurrido insistir con que todo discurrió según lo primero.

El Sevilla de Sampaoli gana más que ninguno. Gana una barbaridad y eso ya permite que el prisma se abra. Partidos como el del jueves ante el Athletic van en una dirección clara, pero otros en los que se mezclan pragmatismo y chispazos de calidad acaban siendo recordados más por esto último que por lo otro. Es inherente al género humano hacer prevalecer lo óptimo sobre lo pésimo, y cuando la balanza está más o menos igualada (incluso no estándolo) el resultado favorable empuja hacia abajo el platillo de las bondades. La amnesia es el más peligroso de los efectos secundarios de la euforia.

Ni el Sevilla jugó tan fantásticamente bien en la goleada al Espanyol en el 6-4 tras el que la afición salió del estadio como con Curro en sus grandes tardes, toreando a las farolas, ni tan rematadamente mal con el Athletic. Al menos eso dice el resultado de ambos encuentros.

El problema está en las etiquetas, y en eso si ya tenemos bastante con las que se ponen desde fuera sin más conocimiento que las corrientes y las modas, hacen un flaco favor las que eligen y se colocan los propios interesados. Esto es fútbol y ni los bilardistas son tan insensibles y sanguinarios ni los menottistas mean colonia.

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