Sevilla FC

25.001 gargantas con nudo

  • El sevillismo tragó saliva para digerir un bochorno histórico a la vez que no perdonaba la corbata de Montella sólo en citas con 'glamour'

Las finales no se juegan, se ganan. Y si no se ganan, se compiten. El sevillismo ha sabido entender cada mensaje que le ha dado cada uno de los momentos de su historia. Ayer en el Wanda Metropolitano tocó digerir una de las mayores decepciones desde que en 2006 empezó a sentirse un grande, un grande de verdad. Llegó a creérselo, y lo demostró en finales y finales, en desplazamientos masivos en los que se superaba a sí mismo.

Pero esta vez igual de colorista y alegre que fue la ida se tiñó de lamento y de sensaciones difíciles de entender la vuelta. "¿Por qué, papá?, ¿por qué jugamos tan mal?". Una final de Copa es la final de los padres y los hijos, pero esta vez éstos tenían que ver cómo sus progenitores les enseñaban que de la misma forma que hay que animar al equipo, hay que regañarlo cuando no da la cara. El sevillismo mandó de vuelta al vestuario a los jugadores y a su entrenador cuando éstos se acercaron al final del partido a pedir perdón. Una lección de vida que se repite en cualquier casa cuando un hijo saca un pie o los dos del tiesto. "Mañana hablaremos; hoy no te quiero ni ver".

Porque hubo mucho que tragar. 25.000 nudos en las gargantas y otro más, en la corbata de Montella. El italiano sabe que cavó su fosa ayer como entrenador de este club y el sevillismo no le perdona cosas como ésas, que en citas como la de ayer use traje y corbata y en la Liga, en sentido figurado y en sentido literal, haya preferido el chándal o hasta el pijama.

La afición, que tuvo que tragar después de kilómetros y kilómetros con ver a su equipo arrastrarse en el peor escenario posible, escuchaba a la hinchada contraria corear el nombre de su eterno rival, mientras horas antes de la final ya perdía la séptima plaza en la Liga con la victoria del Getafe en Éibar, precisamente allí donde los que trataban de pedir perdón mientras el Barça recibía la Copa también encajaban, sin Messi enfrente, cinco goles.

El sevillismo dio el mensaje contundente de desentenderse del partido, de lo que pasaba en el terreno de juego, para jugar el suyo. Cantaba con rabia el himno de El Arrebato mientras el Barça anotaba de penalti el 0-5. Cantaba con rotundidad un "Pepe Castro, dimisión" y un "el Sevilla somos nosotros" que dolían como una punzada en el corazón en un sillón del palco y ovacionaba a Iniesta mientras era sustituido al comprender la dimensión de su fútbol, la inmensidad de su actuación en su última gran final como azulgrana. El manchego jugó a sus anchas, recibiendo en cada balón con comodidad sin que Montella ni ninguno de sus ayudantes en el cuerpo técnico lo advirtieran o trataran de poner remedio al agujero negro del sistema defensivo del entrenador napolitano. El colofón a su partido, participando en el segundo y en el tercer gol de su equipo, lanzando un balón a la cruceta, iniciando cada contragolpe junto a Cillesen, fue recibir solo, hacer una pared y meterse hasta la cocina para hacer el cuarto.

De todo se aprende. El sevillismo, con esos 25.000 nudos en las gargantas del sector norte del Wanda, aprendió a tragar en una final. Pero también dio su particular lección. Fútbol como la vida misma.

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