Andalucía

Narcos S.A.El cártel de los taifas

  • Las bandas del Estrecho de Gibraltar se asocian para reducir costes y se arman para evitar que sus rivales les 'vuelquen' el hachís

Un todoterreno negro de alta gama derrapa a gran velocidad en una rotonda de La Línea, pierde el control y se empotra contra un viejo Ford Fiesta, cuyo lateral queda destrozado por el impacto. Su dueño es un hombre mayor que ha observado la escena desde la terraza de un bar cercano, cuando se llevaba a la boca una taza de café. Aturdido, se pone en pie mientras ve bajarse del todoterreno a dos individuos a los que alguien informa, en medio del barullo, de que su volantazo acaba de dejar sin coche al anciano. Uno de los hombres se dirige a su acompañante y le pide de inmediato 10.000 euros. El otro replica que es mucho dinero, pero el primero insiste tajante para que obedezca. Mil, dos mil, tres mil... y así hasta 10.000. En efectivo y en billetes grandes. "Aquí no ha pasado nada, nosotros nos hacemos cargo de su coche. Tenga usted, aquí tiene el dinero para que se compre otro", afirma mientras pone el fajo en la mano del afectado. Algunos aplausos se escuchan como telón de fondo.

Los narcos hace tiempo que no se esconden en el Campo de Gibraltar. Marcan su territorio con gestos cotidianos en los restaurantes de postín de la comarca y en las piscinas de los hoteles, donde individuos llenos de tatuajes y cargados de cadenas de oro fuman cachimbas rodeados de prostitutas, a unos metros de donde unos turistas nórdicos toman disciplinados el sol sobre las tumbonas.

Los sindicatos policiales y la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) denuncian la necesidad de reforzar la seguridad en una comarca que siempre ha padecido la actividad de los narcotraficantes de hachís y de los contrabandistas de tabaco, pero a los que hasta ahora habían sabido mantener más o menos a raya.

La cercanía a Marruecos y Gibraltar y el trasiego cada año de millones de personas y de más de 100 millones de toneladas de mercancías por el Puerto de Algeciras han configurado el carácter de un territorio estratégico como punto de encuentro de dos continentes y puerta del Mediterráneo. La AUGC calcula que unas 3.000 personas y 30 bandas conforman el lumpen del narco en la comarca, la más castigada con diferencia por el desempleo en España pese a la existencia del próspero Polo Industrial, del primer puerto del país y de acoger una de las urbanizaciones de más lujo de España, Sotogrande, donde rodeados de campos de golf se refugian anónimamente multimillonarios de medio mundo.

Al comienzo del negocio del hachís, los narcos españoles compraban la droga en Marruecos y se encargaban de su transporte hasta las costas del Estrecho y su distribución posterior, sirviéndose de una malla clientelar a sus órdenes. Pero los tejemanejes pasaron luego a estar controlados por los marroquíes y, especialmente, por un hombre autoapodado como el Messi del hachís, Abdellah El Haj Sadek Membri. Para qué dejar que sean otros quienes se queden con el valor añadido de la mercancía que uno produce. Este tangerino, afincado en Algeciras desde los 15 años y que pronto cumplirá los 35, se define a sí mismo como "un empresario" que no sólo daba trabajo, sino que pagaba de manera excelente a sus empleados a uno y otro lado del Estrecho.

El pasado 29 de noviembre y tras mil episodios que darían para varias películas -incluida la fuga de un conocido bar de su propiedad, el Shisha Beach, en la que resultaron heridos dos policías- se entregó de forma voluntaria a las autoridades españolas tras un sorpresivo acuerdo con el fiscal jefe de Algeciras, Juan Cisneros. Acompañado de sus abogados y de cinco integrantes de su banda también buscados, se personó en el Juzgado de Instrucción número 1 de Algeciras. Entregaron sus pasaportes y depositaron las fianzas para quedar en libertad, de 80.000 euros en el caso de Abdellah y de 25.000 en el de sus compinches. Desde ese momento, todos deben presentarse a diario en los juzgados hasta la celebración de los juicios que tengan pendientes por tráfico de drogas.

¿Por qué lo hizo y a cambio de qué? No hay respuesta. Mientras, continúa dejándose ver por los mismos sitios que antes frecuentaba, incluido el hotel de cuatro estrellas donde durante mucho tiempo tuvo reservada un ala con varias habitaciones. Allí vivía y en ocasiones también alojó a sus colegas del equipo de fútbol del que era capitán, el Pollo DG, iniciales alusivas a una conocida marca de lujo.

Quienes se mueven en ese mundo aseguran que tras su aparente paso atrás, sea o no cierto, el Messi del hachís dejó el terreno libre a narcotraficantes con menos escrúpulos aún que él para enfrentarse a las fuerzas de seguridad. Nadie conoce a ciencia cierta cuánto hachís se mueve, pero se sabe que las guarderías (naves, casas y chalés donde se almacenan los fardos) están llenas hasta las trancas. Muchas noches, si la mar lo permite, pueden arribar a las playas una decena de gomas de hasta cuatro motores fuera borda. El precio de cada una de esas embarcaciones ronda los 300.000 euros, pero el valor de la droga que transportan puede ser diez veces superior. El riesgo de ser detenido o de caer al agua la oscuridad merece para muchos la pena si a cambio hay una paga de miles de euros, hasta 20.000 por trayecto en el caso de los pilotos.

Atrás quedaron los tiempos en los que los narcos, si eran atrapados por la Policía, se tiraban al suelo y no ofrecían resistencia. Los apedreamientos a los agentes que tratan de evitar los alijos en las playas o las embestidas a las patrullas con todoterrenos son frecuentes: en caso de toparse con un control, un primer vehículo despeja el camino a modo de ariete a un segundo, que es el que transporta la droga. Si el primero de los conductores es detenido, quizá sólo sea acusado de imprudencia al volante y por conducir un vehículo robado.

Hay algo peor: las armas de fuego han entrado en escena. Paradójicamente, los narcos consideran que sus principales enemigos no son los cuerpos de seguridad, quienes a fin de cuentas sólo hacen su trabajo, sino las bandas dedicadas a dar vuelcos, a robarles la droga. Armados hasta los dientes y con sicarios a sueldo, se enfrentan sin dudarlo a quienes pretenden quitarles el pastel.

En los tímpanos de los policías aún silban los disparos realizados el pasado 5 de abril por cuatro individuos atrincherados en una nave de Botafuegos, en Algeciras. Tras horas muy tensas, fueron convencidos por un mediador para que se entregasen de forma pacífica. Una vez fuera y tumbados en el suelo, con voz temblorosa confesaron a los agentes que les habían confundido con unos palilleros disfrazados de policías que venían a robarles la mercancía, unos 2.000 kilos de hachís. Las bandas ven peligrar su negocio a manos de estos ladrones advenedizos. Y no están dispuestas a consentirlo.

Los nuevos taifas del hachís están en vías de formar un cártel para defender sus intereses. Abdellah está y no está y, en esa espera, es el clan de los Castañitas (los hermanos Antonio e Isco, Francisco) el que destaca por encima del resto, aunque sin ejercer el liderazgo absoluto que se les atribuye. En cierto sentido, hacen y dejan hacer.

No les faltan recursos financieros y, desde luego, los medios materiales de los que disponen son mucho más numerosos y potentes que los de los cuerpos policiales. Se da ya por hecho que comparten los puntos (vigilantes) a lo largo de la costa, los radares para detectar a las patrulleras y el pago de sobornos, además de repartirse las zonas de atraque donde se llevan a cabo los alijos, desde las playas de Algeciras a las de Sotogrande. En el territorio controlado por Narco S.A. es posible comprar las gomas mediante renting y subcontratar la custodia de los alijos.

De esa actividad viven de manera directa muchas familias, aunque el temor de las autoridades es que la influencia social del narco aumente de tal forma que haga imposible una marcha atrás y se instale en buena parte de la población la sensación de que, al fin y a la postre, es un mal menor.

La droga sirve para pagar casas enormes, coches de lujo, ropa cara y comilonas, generando así un círculo vicioso de narconomía del que se nutre indirectamente, quiera o no, gran parte de la población. Lo mismo pagan en efectivo un almuerzo de miles de euros, unas prótesis mamarias para sus mujeres en una clínica de Marbella o los desperfectos causados a un coche tras una maniobra al volante. No es raro compartir comedor en un restaurante junto a un grupo de personajes ataviados con el uniforme tradicional de chándal oscuro y capucha, que degluten sin apenas hablar y que no dejan de mirar con desconfianza a su alrededor.

Los millones del narcotráfico también pueden permanecer ocultos en una caja de caudales oculta bajo un plato de ducha, a la que se accede tras pulsar un sofisticado mecanismo electrónico. El lavado de dinero es una de las grandes preocupaciones de las fuerzas de seguridad, tanto como las operaciones de descarga de la droga, porque supone el último eslabón del proceso delictivo. Se tiene constancia de que los narcotraficantes poseen empresas pantalla de todo tipo. Pero demostrarlo requiere de muchas horas de investigación, de muchos más agentes, de más jueces y, en definitiva, de un gran esfuerzo económico, imposible cuando ni tan siquiera hay recursos para dotar con chalecos antibala a todos los guardias civiles.

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