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OBITUARIO | MANUEL SALINAS

Manuel Salinas, un silencioso cultivador de la sensibilidad

  • Desde sus inicios en la galería M11 el pintor sevillano destacó por el uso del color, la elegancia y una radical independencia. Sus abstracciones perseguían, como la música, un ritmo y un aire propios

Manuel Salinas retratado en su estudio en 2009.

Manuel Salinas retratado en su estudio en 2009. / Juan Carlos Vázquez

De Manuel Salinas recordaremos siempre su cercana amabilidad, tocada con un rasgo de sencillez, su elegancia y su independencia.

En la segunda mitad de los sesenta, jóvenes pintores sevillanos promueven una nueva marea de modernidad. Permanecen los ecos del Club La Rábida, aunque la referencia es ya la galería La Pasarela que poco después cederá el relevo a Juana de Aizpuru. En 1974 aparece la galería M11 de breve pero brillante ejecutoria que aspiraba a potenciar el arte contemporáneo no sólo con exposiciones sino con una suerte de estudio y documentación.

Estos artistas veinteañeros optan por la pintura abstracta. Los tiempos están cambiando y estos jóvenes se apartan de la ascética informalista para respirar otros aires. No forman desde luego un grupo. Tampoco mantienen una línea común. Hay quien parece impresionado por los espacios de color de Rothko, otros exploran las posibilidades artísticas de la pintura industrial y y los soportes de material plástico y no falta quien intenta penetrar en la tierra de nadie abierta por Robert Rauschenberg.

Entre esos autores Manuel Salinas Milá (Sevilla, 1940) mantiene de modo radical su independencia. Se mueve sin duda en las coordenadas que aquellos años van dibujando en Sevilla: celebra su primera exposición individual en el Club La Rábida (1962), en 1965 expone en La Pasarela, más tarde colgará su obra en Juana de Aizpuru y es uno de los fundadores de la galería M11. Su trabajo, sin embargo, posee un aire propio.

Destacó siempre en Salinas el uso del color. En algunos momentos domina especialmente el trazo y el cuadro se acerca a una rítmica grafía, pero más característicos de su trabajo son los pequeños planos de color. No llegan a ser geométricos porque sus bordes son imprecisos, indefinidos. Sobre un fondo, casi transparente porque el color sólo tiñe el lienzo, se recortan estos potentes planos donde el color es muy brillante y el pigmento, sólido, casi escultórico. Estos planos (los ingleses los llamarían patches) se yuxtaponen estableciendo entre ellos, a veces, agudos contrastes de tinta y componiendo en otras ocasiones una muy diferenciada gama de un mismo color.

Una segunda característica de su obra es la potencia de la materia. Salinas se esfuerza en mostrar la fuerza del pigmento, con una puesta de pintura sólida que rompe cualquier ilusión: el cuadro es un objeto que si se separa de los demás, es por su capacidad para hacer vibrar la sensibilidad (la vista pero también el tacto) del espectador.

La coexistencia entre zonas que parecen sólo teñidas y aquellas otras que acumulan y concentran el color vuelcan sus cuadros hacia fuera: parecen buscar una tercera dimensión pero no en profundidad sino en relieve.

Estas notas confieren a la pintura de Salinas un considerable ritmo. No son los suyos cuadros uniformes ni buscan una ordenada armonía: más bien obligan al espectador a sintonizar con el ritmo del cuadro, entrar en él y seguirlo, como ocurre con la música.

Salinas no se encerró en Sevilla. Forma sin duda parte de la ciudad: pinta el cartel de toros de la Maestranza el año 2009 y el paño de la Verónica de la Hermandad del Valle en 2012, pero expone en las galerías Ciento (Barcelona), Buades y Almirante (Madrid). Siendo muy joven expuso en Lisboa (D. Juan de Borbón acude a la muestra) y en América Latina, manteniendo vínculos con centros de Colombia y México. El año 2003, el Ministerio de Asuntos Exteriores lleva su pintura a Bratislava, Bucarest, Sofía y Berlín, exposiciones comisariadas por Paco del Río.

La pintura abstracta española a lo largo de los veinte años de especial vigor (1969-1989) fue muy diversa. He apuntado las diferentes direcciones que se daban en Sevilla, pero estos autores siempre estuvieron unidos por un cuidadoso y atento cultivo de la forma. En Cataluña tuvo especial solvencia una pintura más atenta a las ideas, que oponía al arte conceptual los valores materialistas de la pintura, según las ideas del grupo Support et suface.

Manuel Salinas, por su parte, se mantiene siempre fiel a las cálidas vertientes sensibles y a veces sensuales de la pintura, al atractivo y el brillo de la apariencia. La cultura occidental, desde Platón, no puede evitar la mala conciencia al disfrutar de la apariencia pese a que, como apuntara Nietzsche, es el vigor de lo que aparece el que mantiene vivo el germen de una vida compartida.

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