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'Ella, Kimika' | Exposición

Más allá del viejo tabú

  • La japonesa Kimika retrata el órgano sexual femenino a través de sus elegantes obras textiles

Una imagen de la exposición de Kimika en la galería Zunino.

Una imagen de la exposición de Kimika en la galería Zunino.

La denuncia es antigua y conocida. Las autodenominadas Guerrilla Girls, en un gran cartel, preguntaban si las mujeres, para ser aceptadas en el museo, debían desnudarse. Lo argumentaban: entre las obras del Metropolitan Museum, Nueva York, sólo un cinco por ciento eran de artistas mujeres pero el ochenta y cinco por cien de los desnudos eran femeninos. Linda Nochlin, en cuidado análisis histórico mostraba cómo los artistas varones dispusieron y se apoderaron visualmente del cuerpo de las mujeres. Eran los dueños de la mirada. Manejaban los cuerpos de las modelos hasta convertirlos en mero objeto de agrado. En una dirección aún más hiriente, la artista brasileña María Tereza Alvez señala que los desnudos femeninos del siglo XIX francés (¿recuerdan la Fryné de Jean-Léon Gérôme?) reproducen los gestos y actitudes de las mujeres ofertadas en mercados de esclavos.

Había sin embargo un tabú. Lo señala Freud en Tres ensayos para una teoría sexual y en El malestar en la cultura: el órgano sexual femenino no podía representarse. En el arte de Occidente la vulva estaba vetada, prohibida, carecía de visibilidad. Gustave Courbet rompió este tabú con un célebre cuadro que hoy titulamos El origen del mundo. El cuadro, en la colección de un antiguo embajador del Imperio Turco en Francia, colgaba, al parecer velado, en un salón reservado a caballeros. Más tarde la pintura peregrina por subastas y galerías, hasta que los nazis, durante la ocupación de Francia, lo requisan. Recuperado por su propietario, termina comprándolo Jacques Lacan. El célebre pensador también acabará ocultándolo bajo un lienzo de Masson que reproduce, suavizándola, la figura pintada por Courbet.

Muchas mujeres artistas, como Georgia O’Keeffe, han descrito la vulva en su obra

Dejo aquí la historia, que he prolongado en exceso, para decir que mujeres artistas han insistido en llevar al lienzo la vulva. Georgia O’Keeffe la acerca a los perfiles de una flor y algo parecido hace en esta exposición Kimika con sus elegantes obras textiles. Cuidadosos recortes de tela diseñan formas que también podrían verse como hojas de árbol, caracolas o pequeñas y vibrantes llamas.

Una de las piezas de Kimika. Una de las piezas de Kimika.

Una de las piezas de Kimika.

Kimika es el nombre artístico adoptado por la japonesa Kimiko Nonomura. Formada en la Universidad de Aichi, estudió materiales de pintura tradicional japonesa y técnicas pictóricas. Una vez graduada trabajó como restauradora en el Centro Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del Museo Nacional de Kyoto. Más tarde viajó a Irlanda, donde reside un tiempo y desde ese país se traslada al territorio de la República Árabe Saharaui, para participar en el Encuentro de Arte y Derechos Humanos, ARTifariti. Poco después establece su residencia en Sevilla aunque no pierde su impulso viajero para llevar su trabajo a distintos países.

Kimika emplea recortes de tela con una visión muy pictórica. Sobre un plano negro de filos deshilachados superpone los trozos de tejidos. No oculta la naturaleza textil de estos pequeños fragmentos (por lo que las obras adquieren valores táctiles) pero los ajusta entre ellos y sobre el fondo con excepcional delicadeza hasta el punto de recordar a obras con papel recortado, como las de Matisse. Yendo a cada una de estas piezas, algunas conforman contrastes de luminosidad que hacen pensar en el claroscuro, otras juegan con la línea, otras con diversas formas de profundidad y la mayoría van componiendo paso a paso formas de vibrante color. En todos los casos se despierta una doble percepción: la ilusoria de la forma y el color, y la que reconoce el fragmento de tela como objeto encontrado. Además, las piezas unidas directamente al muro de la galería tienen algo de instalación.

Subrayo este último aspecto porque hace pensar en un proyecto llevado a cabo por la autora en ARTifariti. Su conocimiento de las calidades textiles y su sensibilidad para el color, Kimika supo apreciar las posibilidades de las melfas, los velos de algodón, teñidos en vibrantes colores, que usan las mujeres saharauis. En una de sus estancias en la República Saharaui les propuso transformar el muro levantado por las autoridades marroquíes en testimonio y denuncia de la situación. Para ello pidió a las mujeres fragmentos de sus velos con los que compuso un gran mural. De algún modo, la pared de la galería es recordatorio de aquella obra, precaria pero potente muestra de una cultura que muchos ignoran y algunos pretenden silenciar.

Un libro de artista de Kimika. Un libro de artista de Kimika.

Un libro de artista de Kimika.

También pueden aludir a este muro los libros de artista que realiza Kimika. Son ejemplares únicos, de formato cuadrado que al abrirlos se despliegan en una suerte de extensible. Cada hoja tiene por ambas caras formas compuestas con fragmentos de tela con clara aspiración pictórica, como ocurre en las piezas que aparecen en la pared de la galería. Los libros encajan en la cultura de la papiroflexia pero también hacen pensar en los biombos característicos de la cultura oriental. La muestra encierra pues muchas claves, algunas muy sutiles, que el espectador sabrá valorar.

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