'El espectáculo debe continuar' | Crítica

Una afortunada conspiración

  • Birimbao sale del confinamiento con 'El espectáculo debe continuar', una emocionante exposición colectiva con la que la galería de la calle Alcázares celebra sus 30 años de vida

Una obra de Magdalena Bachiller.

Una obra de Magdalena Bachiller.

Cierto aroma de conspiración desprende esta muestra. Artistas, galeristas, diseñadores de la exposición se han efectivamente conjurado para ofrecer al espectador un espacio placentero de acogida y unas obras que, sin pretenderlo, generan una serena alegría. No sé si se debe al final del encierro o a un intento de recordar los treinta años de la galería que el confinamiento impidió celebrar como merecían. Sea cual sea la razón, quede ahí la apreciación para conocimiento (y beneficio) del aficionado.

Las piezas confirman la impresión reseñada. Así, la obra colgada de Paz Pérez Ramos (hay otras dos en la oficina que deben verse) es un trampantojo, un engaño visual, construido con papel vegetal recortado y alfileres, un juego espacial que hace vibrar el material llevándolo hasta espacios ideales, para hacer volver enseguida a la vista que regresa de la ilusión con un regusto de ironía. Cerca de este trabajo aunque apuntando a una dirección diferente, el de Maríajosé Gallardo: una mezcla de tapiz e ilustración, con figuras parientes lejanas de las de Goya: monos (Los Caprichos los convirtieron en pintores y músicos) y un macho cabrío cuya aviesa mirada hace pensar en los aquelarres pintados para el cenador de los Duques de Osuna, tomados probablemente del acta del proceso de la Inquisición a las aldeanas de Zugarramurdi.

Ruth Morán es otra artista presente en la muestra. Ruth Morán es otra artista presente en la muestra.

Ruth Morán es otra artista presente en la muestra.

Gloria Martín mantiene su reflexión sobre los elementos de la institución arte. Estudió hace algunos años el yeso de los vaciados de estatuas y ahora dirige su atención al mármol. No a la escultura (de momento) sino a las placas pulimentadas que pueden servir de cubierta a una mesa o de soporte a una porcelana o a algún bibelot tan apreciado por el siglo XVIII. La autora presenta las piezas de mármol frontalmente con lo que las obras hacen pensar en cuadros: sea un plano blanco rico en matices de color o aun aquellas pinturas hechas sobre mármol y más frecuentemente sobre pórfido, soportes que daban especial realce al pigmento. Concha Ybarra encierra una sugerente figura casi imposible en sucesivas orlas. ¿Plantea un juego de interior/exterior también expresado en la cerámica colocada junto al cuadro?

Ruth Morán contribuye a la muestra con una propuesta que me parece novedosa. Morán venía construyendo hasta ahora sus cuadros de modo muy pictórico: con pinceladas, líneas o trazos formaba el espacio. En esta obra parece optar por la geometría. Sobre un fondo de exactas cuadrículas (que despierta la memoria de Agnes Martin) coloca pequeños triángulos equiláteros, a veces emparejados. El trabajo es sobre todo una apuesta por el ritmo. Manuel Barbadillo solía decir que el ritmo era el más decisivo elemento de las artes pláticas. Tenía sin duda razón pero por eso mismo la opción por el ritmo es arriesgada. Ruth Morán corre satisfactoriamente ese riesgo.

También domina el ritmo en las dos obras de Magdalena Bachiller (una de ellas en la sala y otra en la oficina de la galería) aunque en un sentido muy diferente. El motivo de los dibujos de Bachiller son bandas de un material flexible que se alzan, oscilan o vibran a veces sobre un nítido horizonte y otras, sobre una multiplicación de esas mismas formas. De este modo trabaja con elementos abstractos que sin embargo poseen un dramatismo casi paisajístico o sencillamente un indudable movimiento. Si el ritmo, suele decirse, es el tiempo incorporado a la forma, la calidad rítmica de estos cuidados dibujos está fuera de toda duda. Puede que el componente dramático que señalé antes se deba justamente a esta viveza del ritmo.

Las abstracciones de Ramón David Morales son algo más difíciles. Sin duda son construcciones geométricas en las que dominan los colores planos pero encierran alusiones a una cierta figuración referida al sol y a su capacidad de deslumbrar. Tal vez hagan falta más de las tres obras presentes en la muestra para comprender este trabajo.

Una obra de Mariajosé Gallardo. Una obra de Mariajosé Gallardo.

Una obra de Mariajosé Gallardo.

Menos complicación tienen los dos trabajos de Carlos Montaño, al menos para quienes recorrieron la gran exposición de la Diputación Provincial. La escultura forma parte de su, digamos, imaginario y el cuadro se alinea en los estudios espaciales motivados por ese hexaedro incompleto utilizado como contenedor de servilletas de papel.

La escueta obra (El guardaespaldas) de Ana Barriga contrasta con la amplitud pictórica de Montse Caraballo que trama formas vegetales, entre el paisaje y el bodegón. Son obras generosas en el uso del color y de consistente sensualidad, pero en las que sobre todo llama la atención la manera de modelar el espacio del cuadro mediante la conexión mutua de figuras que se transforman y encadenan entre sí.

La exposición es recomendable pero sobre todo gratificante, por la frescura de las obras con las que algunos autores reiteran una línea de trabajo y otros anuncian caminos nuevos. Algo que merece pena aprovechar al salir del largo confinamiento.

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