Cine

Panahi: filmar en reclusión

  • 'This is not a film', la película clandestina y prohibida del cineasta iraní, llegó al último Festival de Cannes en un 'pendrive' USB escondido dentro de un pastel.

This is not a film. Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb. Sección Oficial (Fuera de concurso), Festival Internacional de Cine de Gijón 2011.

Circula la leyenda de que la copia de This is not a film que se proyectó en el pasado Festival de Cannes salió de Irán en un pendrive USB escondido dentro de un pastel. Más allá de que la anécdota sea cierta o no, el último trabajo del iraní Jafar Panahi se sitúa de pleno dentro de ese cine clandestino marcado por la censura y la falta de libertades. Un cine que, además, como en Akerman, Rousseau o Dwoskin, asume la reclusión, impuesta o escogida, como marco para la reflexión sobre la mirada y la práctica del diario o el autorretrato como nuevos formatos de experimentación creativa individual en la era de los pequeños dispositivos digitales. 

Es de sobra conocido que Panahi, director de títulos esenciales del cine contemporáneo como El globo blanco o El espejo y ganador del León de Oro en Venecia con El círculo, ha estado bajo arresto domiciliario e incluso en prisión cerca de tres meses como consecuencia de su participación en la Revolución Verde que denunció irregularidades en las últimas elecciones iraníes que refrendaron en el poder al islamista radical Mahmoud Ahmadinejad. Desde entonces, con una sentencia de seis años de cárcel y la prohibición de viajar al extranjero, conceder entrevistas o hacer cine en los próximos veinte años, el caso Panahi ha saltado a los teletipos rodeado de manifestaciones de apoyo de compañeros de profesión de todo el mundo.

En este contexto, una película como This is not a film, que puede verse esta semana en el Festival de Gijón, adquiere una dimensión política de la que su propia forma, como ocurre siempre en el reflexivo cine de Panahi, se erige en portavoz discursivo de primer orden. Recluido en su amplio apartamento de Teherán, Panahi y el director de documentales Mojtaba Mirtahmasb deciden filmar in absentia, a saber, registrar el día a día de un director retenido en su domicilio y al que se le prohíbe hacer cine: Panahi cuenta los avatares de su caso, habla por teléfono con su abogada y con los amigos que lo llaman y ensaya en su salón la película que tenía en proyecto, una adaptación de Chejov trasladada al ámbito de la represión social (femenina) iraní, apenas pertrechado de unas cintas adhesivas que marcan en el suelo los espacios (imaginarios) de sus decorados mientras lee el guión y sus diálogos en voz alta. 

Parafraseando el trampantojo de la representación del C’est n’est pas un pipe de Magritte, This is not a film expande las paredes del apartamento de Panahi al territorio de una reflexión sobre la creación y sus límites (no sólo ideológicos ni políticos, también estéticos), poniendo, una vez más, el cine ante el espejo. En un determinado momento de la lectura del guión, Panahi desiste en un gesto de frustración y cansancio: “Una película no es lo que se cuenta de ella –dice– una película es lo que se filma...”. Panahi reivindica así un cine del rodaje, un cine que se deje penetrar por los imponderables del azar, un cine en el que un gesto imprevisto de un actor pueda convocar emociones que no pueden escribirse en las páginas de un guión.

Para seguir con su discurso, poco importa ya que se trate de una improvisación o de un puesta en escena, Panahi muestra en su televisor algunas escenas de El espejo, El círculo y Crimson Gold, momentos en los que una mirada de un actor o la elección de una localización dicen y expresan más que cualquier diálogo que pudiera haber estado escrito o que cualquier plano que pudiera haber estado dibujado en un story-board.

Mientras tanto, This is not a film sigue con atención los movimientos majestuosos y amenazantes de la gran iguana que la hija de Panahi tiene en el apartamento, una iguana que se sube por los muebles y estanterías, que escala por el cuerpo del cineasta clavándole sus garras. En un momento, tal vez premeditado y calculado, una vecina viene a pedirle al cineasta que le cuide a su perro por unas horas. Más tarde, el joven estudiante de arte que recoge la basura entabla una conversación con él que éste graba con su teléfono móvil antes de acompañarlo, ahora con la cámara profesional, en su recogida planta a planta en el ascensor. Al llegar a la verja del portal, límite y frontera de la reclusión, Panahi filma la Fiesta del fuego que se celebra en la calle: “Lo importante es que las cámaras estén siempre encendidas”. Lo importante es filmar, filmar con nada y de la nada.

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