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BARBIE | CRÍTICA

La muñeca reina en el verano 'Barbieheimer'

La actriz Margot Robbie como protagonista principal de la cinta.

La actriz Margot Robbie como protagonista principal de la cinta. / M. G.

El mismo año 1959 en que nacían las muñecas Barbie se estrenaba Con faldas y a lo loco, en la que Marilyn decía: "Soy tonta. No, idiota simplemente. Si tuviera un poco de cerebro no estaría en este tren con esta orquesta de chicas". El estereotipo de la rubia tonta hipersexuada y sin cerebro presentado a la vez en versión de muñeca y de personaje cinematográfico interpretado por la actriz que con más autodestructivo talento lo interpretó tantas veces. Desde el principio las feministas declararon la guerra a la muñeca acusándola de proponer ese arquetipo de rubia oxigenada y tonta de piernas kilométricas y cintura de avispa obsesionada con el maquillaje y la ropa que respondía perfectamente al ideal masculino cinematográfico y publicitario de finales de los 50 y los 60. Mientras los fabricantes y la legión de fans de la muñeca, que no han dejado de crecer en este casi medio siglo transcurrido durante los que se ha convertido en un icono universal, la han defendido como un modelo de mujer capaz de conciliar la belleza, la elegancia y el esmerado cuidado de sí misma para mantener las proporciones canónicas de pecho, cintura y caderas, con la independencia, la inteligencia y la vida profesional. Con una alta capacidad de adaptación a los tiempos, incorporando otras medidas, otras razas y limitaciones físicas. 

Hacer una película sobre la muñeca era una empresa de altísimo riesgo. Primero por lo grotesco del asunto, seamos claros. Después por el peligro de importar la polémica entre apocalípticas anti Barbie e integradas pro Barbie. Afortunadamente para la productora (y para los millones de espectadores que abarrotan los cines para verla) se tomaron las dos únicas decisiones que podían hacerla viable. La primera fue la de jugar las cartas pop-horteras a lo bestia, sin cortarse, superando, por nombrar algunos de los más extravagantes y disparatados ejemplos que recuerdo, The Girl Can't Help It de Tashlin con Jane Mansfield, Myra Breckinridge de Sarne con Mae West y Raquel Welch, Hairspray de Waters con Divine o aquella Modesty Blaise cuyo cartel, vestuario, decorados y música fueron una cumbre pop-hortera en parte malograda por el error de encargarle la dirección al serio Losey (¡qué maravilla habría hecho Richard Lester y qué cosa más interesante podría hacer hoy Tarantino, admirador del personaje creado en cómic y novelas de Peter O’Donnell y Jim Holdaway que homenajea en Pulp Fiction!). Aquel error no se ha cometido aquí, y esta es la otra decisión acertada: la dirección se ha encargado a Greta Gerwig, avalada por Lady Bird y Mujercitas. Excelente decisión. La directora capaz de sumar en sus dos primeras películas el relato muy autobiográfico de la conquista de la libertad de una adolescente con inquietudes vitales y artísticas, y la poda o puesta al día del clásico -durante tantos años tenido por femenino (literatura para señoritas) y después reivindicado como prefeminista- de Louisa May Alcott, era la ideal para lograr el imposible de empoderar a Barbie, dar autoconciencia a la muñeca y enfrentarla al mundo real -porque el guión tiene algo de El show de Truman- sin dejar de explotar la capacidad de atracción del brillibrilli, los plásticos de colorines y el delirio hortera del universo Barbie.

Y lo ha logrado. Su película, como la taquilla demuestra con la histórica recaudación global de 337 millones de dólares en su primer fin de semana, ha entusiasmado a los barbiefans sin ofender sensibilidades feministas. Todo lo contrario. Se ha celebrado como el definitivo empoderamiento de Barbie (estupenda y muy divertida Margot Robbie) con el añadido de la liberación de Ken de su servidumbre machista (el blandiblú Ryan Gosling encuentra en el muñeco el papel de su vida), aunque Ken ha sido más bien el súbdito del matri o barbiarcado americano. Se acabó la cosificación sexy-consumista de la mujer que según las feministas representaba la muñeca a través del inteligente procedimiento de meter la controversia en la película, convirtiendo a Barbie en una Espartaco auto liberada y liberadora de la esclavitud de las medidas y la moda, exploradora del mundo real que hay más allá del suyo (la sombra de Truman y su show). Hay humor inteligente desde el principio, parodias ingeniosas y sobre todo un deslumbrante diseño de producción firmado por Sarah Greenwood –Orgullo y prejuicio, los Holmes de Guy Ritchie, La bella y la bestia, El instante más oscuro- que crea el universo rosa chicle artificialmente perfecto de Barbieland que satisface a los fans, divierte a todos y por oposición al real hace posible la reescritura correcta sin renunciar al brillibrilli. ¿Cínico? Sí. Pero eficaz.  

El único problema es que a veces se le nota demasiado el cálculo milimétrico, de despacho más que de inspiración, para hacer políticamente correcta y hasta reivindicativa a la muñeca y su universo sin renunciar a todo lo que tenía de Venus de plástico y laca de los suburbios acomodados de la América de los 50 y los 60. Pero no importa. Ha roto las taquillas, ha dado recaudaciones prepandémicas y ha generado el fenómeno veraniego (un poco monstruoso) del Barbieheimer que une los pelotazos de las películas de la muñeca y de la bomba atómica, de Barbie y del Oppenheimer de Nolan (que, por cierto, menos me gusta cuantos más días pasan). Debe ser verdad lo que cantaban Astaire, Buchanan, Levant y Fabray en The Band Wagon: Hip hooray! The American way: The world is a stage; the stage is a world of entertainment!. Y escenarios del entretenimiento son en estas dos películas Barbieland o Hiroshima.  

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