La cadena fácil | Crítica

Todos somos un experimento

  • Tras 'El cuaderno perdido', en 2015, la editorial Pálido Fuego nos lleva ahora otra cima del enigmático autor norteamericano Evan Dara, 'La cadena fácil'

Vista aérea de Chicago, la tercera ciudad más grande de EEUU, donde se desarrolla gran parte de ‘La cadena fácil’, de Evan Dara.

Vista aérea de Chicago, la tercera ciudad más grande de EEUU, donde se desarrolla gran parte de ‘La cadena fácil’, de Evan Dara. / tannen maury (Efe)

"Noche tras noche me sentaba a ver lo ocurrido con la campaña, lo que pasaba y qué decían los candidatos, y todos los días aquello no era más que la misma estupidez horripilante y degradante... (...)".

Acaba de leer lo que siente un personaje de El cuaderno perdido, de Evan Dara.

Es un libro en el que también se dice esto: "(...) aquel amasijo de audífonos, lentes de contacto, fórmula Grecian y hombreras ganó las elecciones porque casi la mitad de sus paisanos con derecho a voto no lo ejercieron".

Acaba de leer la mejor definición jamás escrita de Ronald Reagan y su victoria en 1980.

Dara es, según su propia definición, un "escritor norteamericano que (por lo general) reside en Europa".Evan Dara no se llama Evan Dara.

Esto no es verdad del todo: si uno quiere, puede llamarse como le da la real gana. Y este escritor quiere llamarse y ser llamado así.

"El nombre de un hombre, considerado en general como simple interpretación sonora de lo que es ese hombre, puede ser también, en cierto modo, un presagio de lo que hará, si se puede leer a tiempo el significado", escribe William Faulkner en Luz de agosto.

El verdadero nombre de Evan Dara es otro. Lo que ocurre es que él no quiere que se sepa.

Y en El cuaderno perdido se lee: "Cada uno de nosotros es un experimento... cada uno de nosotros es un problema a la espera de resolución...".

Alguien ha dicho que podría tratarse de Richard Powers, el premio Pulitzer de este año y finalista del Man Booker con El clamor de los bosques. Pero no...

En el Ulises, de James Joyce, se puede leer: "Cuando leemos la poesía del Rey Lear, ¿qué nos importa cómo vivió el poeta?". Hay una teoría que sostiene que la obra de Shakespeare no es de él, un actor de poca monta que recogía, copiaba, firmaba y hasta se encargaba de montar en el teatro las obras que le llegaban de su verdadero autor, Christopher Marlowe, huido del Reino Unido después de organizar (e inventar) su propia muerte.

Por motivos menos escabrosos que Marlowe -que cada cual decida si da pábulo o no a su historia- Dara también está lejos de su país natal.

Portada del libro editado por Pálido Fuego. Portada del libro editado por Pálido Fuego.

Portada del libro editado por Pálido Fuego.

El lugar europeo en el que reside es Amsterdam. En la capital holandesa pone a salvo su privacidad. Si con otro nombre ha concedido entrevistas, se ha puesto bajo los focos tras prestarse al maquillaje, ha recibido premios, escuchado vítores, soportado aplausos y compartido tertulias, lo desconocemos. Desde luego, como Evan Dara, no ha hecho nada de eso. Y es su intención seguir de esa manera. Es un enigma.

Quien en España quiera conocer a Dara tiene la oportunidad de hacerlo gracias a la editorial malagueña Pálido Fuego, que publicó en 2015 El cuaderno perdido y ahora, en septiembre de este año, La cadena fácil. El primero es de 1995, el segundo de 2008.

El padrino y el anfitrión de ambos libros en nuestro país es José Luis Amores, su editor y traductor. Hay que imaginarlo en el mundo desde el otro lado de la soledad residencial -como titula el crítico Stephen J. Burn el prólogo a El cuaderno perdido- trasladando a nuestro idioma las novelas de Dara. Nada, pero que nada, fáciles.

Y ahí radica su poder de atracción. La complejidad no es en el caso de los libros de Dara -como bien señala Amores en la nota preliminar a la edición española de La cadena fácil- un "medio espurio de lucimiento del escritor". Antes al contrario, lo que persigue, y consigue, es una entrega compulsiva a la lectura de una página tras otra, una dedicación exclusiva por parte del lector dispuesto a disfrutar de cada párrafo, de cada página con las dificultades de una obra -y esto hay que decirlo claro- que no es en absoluto inaccesible.

Porque no hay aventura en los hallazgos fáciles ni en los descubrimientos sin obstáculos ni en los caminos trillados y señalizados con toda clase de indicaciones. ¿Qué interés hay en una singladura que no demanda bríos, esfuerzos? ¿Acaso no es mayor la recompensa cuando la travesía exige implicación? Los cruceros literarios -me temo que los otros también- no son de placer, sino de aburrimiento. La claridad de un libro que lo da todo (por) hecho es tan cegadora que en verdad no muestra ni enseña absolutamente nada.

Es entonces, sí, cuando puede ser cierto el tantas veces anunciado naufragio de la novela. Y su hundimiento. Que sin embargo no tiene lugar con Dara. Y recuérdese aquí a Juan Benet, otro difícil: "Se trata de un género que lo admite todo sin que se le puedan poner limitaciones por ningún lado. Es un género muy amplio". Y tanto La cadena fácil como antes El cuaderno perdido corroboran el diagnóstico del también esquivo autor de Saúl ante Samuel. Con ambos libros, desde su escondite de Amsterdam, su desconocido y misterioso autor, alejado de los medios de comunicación y de las ferias librescas y reacio a facilitar cualquier información extraliteraria, ha reventado las apreturas del corsé que intentan disimular las lorzas de la novelística más fofa, ramplona y autocomplaciente.

Las suyas son obras, como afirma en el prólogo de El cuaderno perdido Stephen J. Burn -el hombre que hizo que Amores llegara hasta Dara después de su encuentro con motivo de la publicación también por Pálido Fuego de Conversaciones con David Foster Wallace-, "que llevan el arte de la novela en nuevas direcciones, exhibiendo un intelecto único, además de apremiantes mensajes sociales codificados".

Si ha llegado hasta aquí habrá comprobado que no se ha dicho nada de lo que narra La cadena fácil. ¿Por qué? ¿Para qué? Quizá baste con apuntar -copiando de la contraportada del libro- que su protagonista es Lincoln Selwyn, un joven británico criado en Holanda que aterriza en Chicago en otoño de 2000 para estudiar Humanidades.

Y ahora, sepa de él.De nosotros. Experimentos...Compre un ejemplar de La cadena fácil. O haga que se lo regalen. Y léalo, claro. Y lea también El cuaderno perdido. Son dos montañas muy escarpadas. Con riesgos. Y para alcanzar la cumbre hay que salvar desfiladeros laberínticos. Si lo hace descubrirá que el paisaje final que le ha sido reservado, como la senda que ha recorrido para llegar hasta él, es inconmesurable.

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