Música como totalidad

¿Por qué la música? | Crítica

El Paseo/Serie Gong publican conjuntamente '¿Por qué la música?', obra del filósofo e hispanófilo francés Francis Wolff

Imagen del filósofo francés, nacido en 1950, Francis Wolff
Imagen del filósofo francés, nacido en 1950, Francis Wolff
Manuel Gregorio González

02 de enero 2021 - 06:00

La ficha

¿Por qué la música? Francis Wolff. Prólogo de Félix de Azúa. Trad. Juan Córdoba. El Paseo/Serie Gong. 576 págs. 35 €

Este es un libro logrado y ambicioso, cuya intención es la de explicar un hecho, por lo demás, misterioso: en qué consiste la música, cuál es su base antropológica y de qué modo la música afecta y se dirige al hombre, a su acendrada sentimentalidad, presentándose como el arte más inmediato, y también el más elusivo, en cuanto a su concreción poética. A esto se añade un aspecto, sumamente interesante, como es la evolución histórica de lo musical y su vinculación al resto de las artes. Y otra cuestión más, que el lector sabrá apreciar en su valiosa pertinencia. ¿Por qué la música? es un libro bien escrito, (también es un libro muy francés, por su forma de abordar el ensayo); pero sobre todo, es un libro que busca la claridad y la halla. Lo cual no es de escaso valor cuando se abordan asuntos relativos a la música de vanguardia, atonal, dodecafónica, etcétera, y su paralelismo con otras disciplinas artísticas.

Wolff facilita la sencilla comprensión de un hecho complejo como la música

Quiere decirse, pues, que esta obra de Wolff es una obra de notable rigor intelectual, que cumple con su función divulgativa sin acudir a simplificación alguna. El modo en que el autor explica la naturaleza y la repercusión del sonido en el ser humano parece sólido y suficiente. Y la forma en que dicha propiedad sensitiva, que alerta sobre la amenaza circundante, se convierte en una vía expresiva de la especie, elude lo meramente especulativo y se apoya con éxito en lo razonable. Recordemos que Worringer quiso ver el origen de la abstracción artística en un horror primordial a la realidad acechante del albor del mundo; y que una de esas fuentes de terror era el rumor populoso, el ruido informe y enemigo de la noche. Esta cuestión nos lleva, como ya se ha mencionado más arriba, a la vinculación de la música con el resto de las artes. Y es en el paralelismo que establece entre la aspiración formal de las artes plásticas y la renovación musical emprendida por Webern, Schönberg y otros, donde Wolff alcanza páginas de estimable pericia, por cuanto faculta dos visiones de importancia para el lector, como son la naturaleza, a un tiempo sencilla y árida, de las vanguardias, y el vasto friso histórico en el que se incardinan. Esta es, probablemente, una de las partes más destacadas del presente ensayo, ya que facilitan la sencilla comprensión de un hecho complejo, y alcanza a explicar el carácter íntimo de las vanguardias históricas, con claridad pareja a la de Seldmayr, pero con una diferencia notable: para Wolff, aquel vértigo abstractivo no era sino una de las vías posibles en la evolución del arte. Y no necesariamente la más interesante o la más perdurable.

A este respecto, el lector curioso de tales asuntos haría bien en completar esta lectura de Wolff con La deshumanización del arte de Ortega y Gasset, ensayo pionero y de suma perspicacia. Por otro lado, y en el mismo sentido, en el sentido de lo formal, Wolff arbitra una matización de importancia, ya que aclara el modo en que la música comunica o despierta nuestros sentimientos. Esta es una vieja cuestión que había alcanzado su cima en el Romanticismo, cuando la música y la pintura parecían ser los idiomas más apropiados para desentrañar el misterio y la locuacidad del mundo. “Y las cosas decían una verdad -escribe Valle- que los hombres aún no saben entender”. Es esta verdad musical la que Wolff ciñe a sus propios límites, sin atribuirles una literalidad extraña e imposible. La música conoce las formas del entusiasmo, de la melancolía, de la tristeza, de la exasperación, del tedio y de la furia. Pero el modo concreto, la forma precisa en que dichos sentimientos nos asaltan, no está en manos del compositor, sino del oyente, ahormarlos y adaptarlos a su propio corazón. Digamos, entonces, que para Wolff la música es una vía expresiva, concreta pero difusa, en la que se recoge con inmediatez el sentimiento humano, y ello gracias a su carácter elusivo, vago, universal, extraordinariamente versátil. Ese es, en fin, el sentido último de ¿Por qué la música? Un ensayo notable, como advierte en su prólogo Félix de Azúa, pero cuya voluminosidad -son más de quinientas páginas- no obra en contra de su ligereza.

Viaje hacia el sonido

Antes que Worringer, es Conrad quien ha expresado el miedo como fuente de abstracción. Y para ser más precisos, quien ha representado un estadio anterior al sonido: el ruido informe de la selva y el silencio inhumano, de sobrecogedora hostilidad, que emana de lo verde. Este es el légamo inicial, -el viejo corazón de las tinieblas- desde el que se alza, pautadamente, la música. Y es así como el hombre transforma un exterior inhóspito en un orden íntimo, en un sonido interno. A este respecto, podríamos decir que la obra de John Cage (4' 33'') es la audición del hueco estructurado de una música, y no tanto el ruido liberado por su ausencia. Para que tal ocurra, debe obrarse una larga educación que va desde la hoguera primordial, y su tópico entrechocar de huesos, al fastuoso estruendo de la ópera, donde se coaligan la escenografía, el drama, la música y el canto. Vale decir, algo cercano a aquella “obra de arte total” que postulaba Wagner. Así pues, es una peripecia quimérica, sedimentada durante milenios, y su íntima necesidad humana, lo que Wolff aventura, razonadamente, en estas páginas.

stats