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Meditaciones | Crítica

Ortega, filósofo con canotier

  • En estas 'Meditaciones'. el profesor Fuster entresaca párrafos del Ortega más periodístico, con mayor vocación de actualidad, recogido en sus ocho tomos de 'El espectador', tomos llenos de inteligencia, perspicacia y encanto

Ortega, en julio de 1914, junto a la Residencia de Estudiantes

Ortega, en julio de 1914, junto a la Residencia de Estudiantes

Ha sido costumbre del último ensayismo deplorar a Ortega por su ampulosidad modernista y su variedad temática, que le llevo a explorar numerosísimos asuntos con la pertinencia y la audacia, también con la superficialidad, a veces, que quiso atribuirle Azaña, cuando dijo de él que “no tenía ideas, sino ocurrencias”. Ocurre, sin embargo, que el ocurrente Ortega no fue sólo el señor con canotier que nos hablaba, temible seductor, del “dharma” en el golf, lanzando al aire misteriosas volutas de humo. Ortega es, principalmente, un extraordinario avizorador de lo nuevo en todos sus órdenes; función ésta que cumple, junto a su gran antagonista D'Ors, dando pie a una de las horas más altas y fructíferas de la Europa del XX.

El Ortega de 'El espectador' es un Ortega fluctuante y escueto, que salta de 'El origen deportivo del Estado' a un 'Esquema de Salomé'

El profesor Fuster ha tenido la feliz idea de espigar y agavillar algunos párrafos del Ortega más trepidante, que el propio filosofo había recogido en los ocho tomos de El espectador. Se trata, por tanto, de una doble operación, tendente a una pluralidad concisa. Si el Ortega de El espectador es ya un Ortega fluctuante y escueto, que salta de El origen deportivo del Estado a un Esquema de Salomé, estas frases y párrafos entresacados por Fuster suponen una mayor compresión aún, dentro de una obra que se daba como en esbozo, al paso, apuntada del natural. No deja de ser, pues, una paradoja que el vanguardista Ortega, que el augural Ortega, escribiera en un hermoso y anticuado español de timbre modernista. Y ello cuando la estética tendía a la deshumanización, hacia una limpia tiranía de líneas, y no al idioma florido, arborescente, preciso, inagotable, como la propia inteligencia del madrileño.

Con todo, la lección crucial que cabe obtener de esta vibrante colectánea es la facunda voracidad del filósofo y su interés por cualquier manifestación del hecho humano. No por casualidad, Ortega es hijo de periodista. Y, en buena medida, su obra se dará en los rotativos de aquella hora mayor del periodismo patrio. Así, estas escogidas Meditaciones pudieran ser un modo de asomarse, desde una altura excepcional, a la primera mitad del XX.

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