Marginados e innovadores

La música. Una historia subversiva | Crítica

Turner presenta en castellano la peculiar visión de la historia de la música de Ted Gioia como la del triunfo permanente de la subversión y la marginación

Sex Pistols, el punk como gozne crucial de la revolución permanente del rock.
Sex Pistols, el punk como gozne crucial de la revolución permanente del rock. / D.S.

La ficha

La música. Una historia subversiva

Ted Gioia. Trad. Mariano Peyrou. Madrid: Turner Noema, 2020. 575 páginas. 29,90 euros.

Este libro de lectura absorbente parte de un malentendido y una falacia. El malentendido, creer (o pretender) que existe algo poco menos que fijo e inamovible llamado “historia de la música”. En realidad la historia de la música es algo en permanente construcción, que se va creando con estudios de todo tipo y carácter, también los de Gioia. No hay nada como una historia de la música oficial e institucionalizada. La falacia consiste en atribuir a esa “historia de la música” así señalada todos los tópicos imaginables: aburrida, monótona, controlada por las instituciones elitistas que la han falseado y manipulado desde tiempo inmemorial buscando el decoro, la respetabilidad y el control social y quitándole por ello a su objeto (la música) su carácter subversisvo y vitalista. Es por eso que Gioia se revuelve para contarnos la verdadera historia de la música, que no tiene nada de respetable ni de aburrida. Una falacia del hombre de paja absolutamente de libro.

Esta es una obra de tesis. A saber: casi todas las innovaciones musicales de la historia han partido de los márgenes, de los inadaptados, los excluidos sociales, la escoria. En un proceso que se repite una y otra vez desde el paleolítico, las élites han tratado de ocultarlo siempre, a menudo con éxito, apropiándose cuando ya era inevitable de los avances para, convenientemente rebajado su poder transgresor, hacerlos pasar por propios.

Ted Gioia es autor de los extraordinarios trabajos sobre la historia del jazz y del blues publicados también en castellano por Turner. Como gran especialista en la música popular americana del siglo XX, Gioia mira el papel fundamental que jugaron las comunidades negras en el nacimiento del ragtime, el blues, el jazz y el rock y afirma que todo lo innovador proviene de África, mientras que lo convencional es de origen europeo, una simplificación que justamente muchos historiadores de la música llevan décadas combatiendo: la música es en todas partes mestiza y determinar qué pesa más y de dónde procede puede ser un ejercicio esencialmente estéril.

El discurso de Gioia abunda en dualidades de este tipo. Le otorga a la música un poder cercano a la magia y la vincula al chamanismo, al trance, a la medicina y a los rituales sagrados, pero también a la creación de identidades colectivas y a la transmisión del conocimiento. Fueron los pitagóricos los que, conectando la música con las matemáticas, trataron de categorizarla, presentándola como una ciencia racional y eliminando todos sus elementos mágicos. Esta división de la música es un auténtico frente de batalla que atraviesa la historia. El control analítico de los pitagóricos se vincula a la disciplina y el orden que imponen las instituciones; las emociones fuertes y los estados de conciencia alterados, al poder radical de una manifestación capaz de trastornar a los individuos y a las sociedades. Hasta cualidades sociológicas prospectivas otorga Gioia a las canciones: las canciones de hoy nos dibujan la sociedad de dentro de cincuenta años. Las canciones (Gioia habla siempre en término de “canciones”) se han alimentado siempre de dos fuerzas esenciales, el sexo y la violencia, y los intentos de las élites por limar sus aristas más perturbadoras terminaron empecinadamente en fracaso. La guerra cultural (la expresión es del propio autor) fue ganada siempre por los marginados, así que cuando el nombre de un poderoso aparece vinculado a algún avance musical significativo conviene sospechar que se trata sólo de la apropiación, institucionalización y difusión de algo que en realidad puso en marcha antes un esclavo, un sometido, un desclasado.

La apuesta de Gioia es fuerte, pero poco consistente. Resiste mientras se enfrenta al pasado remoto, en el que la especulación resulta casi gratuita, pero empieza a encontrarse con problemas en cuanto se acerca al tiempo en el que a los occidentales les dio por crear sistemas de notación musical. Hay páginas apasionantes sobre el mundo antiguo e ideas poderosas relacionadas con la Edad Media, como el hacer a las qiyan musulmanas de Al Andalus (esclavas) las auténticas creadoras del estilo de las canciones trovadorescas, pero los problemas empiezan pronto. Gioia se obsesiona con descartar a la academia de cualquier aporte innovador, pero entra en contradicciones permanentes, entre otras cosas, porque no termina de definir bien la figura del marginal, que resulta siempre difusa, convertida en una etiqueta que se puede colgar a cualquiera. Por un momento parece que si te has peleado alguna vez de adolescente y de adulto has pedido aumento de sueldo, eres un transgresor y ya puedes escribir sinfonías geniales.

El crítico e historiador de la música Ted Gioia (Palo Alto, 1957).
El crítico e historiador de la música Ted Gioia (Palo Alto, 1957). / Dave Shafer

El mismo concepto de innovación musical resulta demasiado resbaladizo en sus manos. En realidad, sobre unas formas y unos estilos dominantes, las innovaciones se proponen continuamente desde frentes muy distintos; que algunas triunfen y otras no depende de muchos factores interconectados cuya explicación es compleja y no puede reducirse al status social del innovador y al capricho o la voluntad de la clase dirigente (depende de dónde, cuándo, quién...). En las últimas décadas, la historia social de la música se ha desarrollado de forma muy fructífera y todas esas relaciones entre el poder y el arte, entre la cultura de élite y la de masas, el agro y la urbe, la ceremonia oficial y la fiesta callejera han sido abordadas desde perspectivas diferentes y enriquecedoras. Su esquema de marginados como audaces innovadores y poderosos como meros censores y manipuladores es simplista y no atiende a la diversa casuística histórica.

Gioia empieza a hablar del Renacimiento en la página 231 de su libro y en la 333 está ya enfocando hacia la música negra norteamericana. Es decir, al gran período de casi cuatro siglos de creación europea que engloba Renacimiento, Barroco, Clasicismo y Romanticismo, el musicólogo americano le dedica menos de un quinto de su trabajo, que está además lleno de sesgos de confirmación y malinterpretaciones notorias. Es sin duda en el tratamiento de las diversas tendencias de la música americana y popular en el mercado de masas del siglo XX, empezando por el blues y terminando con el hip hop, en el que el discurso de Gioia se asienta en una argumentación más sólida y su defensa resulta más incisiva y vehemente. Que su perspectiva es netamente americana lo demuestra el hecho de que al british pop lo llama la invasión británica y que hace del country (tendencia insignificante fuera de los Estados Unidos) una de las corrientes fundamentales de la música de finales del siglo XX.

Más allá de esta perspectiva y aunque no sea del todo convincente el tono doctrinario e innecesariamente polémico de su autor (a su pesar y aunque lo niegue), la lectura de esta obra puede resultar fascinante para cualquiera que se acerque a ella con la mente abierta y el ojo crítico, pues se trata de un acercamiento original y plagado de ideas que, sin duda, suponen un interesante aporte para esa olla sin chef con la que se construye a diario la historia de un arte tan apasionante y complejo como el de la música.

El caso de Bach

Buena parte de los sesgos de confirmación y las contradicciones que achaco al autor estadounidense parten de su obsesión con eliminar a la academia y al arte religioso de (casi) todas las tendencias innovadoras de la historia (no tiene más remedio que reconocerlas llegado el siglo XX, aunque lo hace de forma muy subsidiaria: por ejemplo, las creaciones electrónicas de Stockhausen en los años 50 no son en realidad tan novedosas, porque en los 30 Lionel Hampton ¡ya tocaba el vibráfono!). Pero lo cierto es que todas las innovaciones que se dan en Occidente desde la Edad Media hasta al menos el siglo XVI parten de la música sacra. Hay contradicciones, incomprensiones y olvidos en muchos detalles (desde el Ars Nova a los minimalistas), cuyo comentario exhaustivo quedaría fuera de las dimensiones de esta reseña. Así que me centraré en acercarme al caso de Bach, al que dedica apenas cinco páginas, suficientemente significativas.

Gioia necesita considerar a Bach un subversivo, y parte para ello del famoso libro de John Eliot Gardiner, La música en el castillo del cielo, a pesar de que si algo hace Gardiner en esa obra es considerar a Bach un músico transgresor, sí, pero volcado en cuerpo y alma en crear un corpus de música bien regulado y destinado a cantar la gloria de Dios. Para Gioia la transgresión de Bach consiste en alguna pelea documentada cuando era joven, en que le gustaba la cerveza y en los problemas que tuvo con algunos de sus empleadores. Empecinado con la idea de que el sexo está detrás del carácter progresivo de las canciones, Gioia incluso especula sobre la vida sexual del compositor, dejando en el aire que quizá no fuera demasiado convencional por el hecho de que tuvo veinte hijos y por haberse casado en segundas nupcias "con una cantante de veinte años, Anna Magdalena Wilcke, cuando él ya iba camino de los cuarenta" (en realidad tenía 36), lo que roza francamente el delirio.

Cuando pasa de la vida a la obra es peor. Gioia malinterpreta el famoso memorándum que Bach escribió para el Concejo de Leipzig en 1730, que utiliza como una muestra de que el músico pedía "libertad para seguir las tendencias más avanzadas de su tiempo". En realidad, Bach sólo pedía más músicos. Y cuando Scheibe lo acusa de "grandilocuencia" sólo está haciendo hincapié en el carácter contrapuntístico de su música que, en efecto, iba contra la novedad del moderno estilo galante, que era justamente lo innovador en los años 30 del siglo XVIII. Lo galante, por sencillo, ligero y directo, estaba además mucho más cercano al gusto popular, que es algo que Gioia reivindica permanentemente en su libro, dando, entre otras cosas, enorme relevancia al papel del público varios siglos antes de que realmente tuviera una influencia decisiva en la evolución del estilo musical.

Finalmente, su afirmación de que Bach es más popular hoy por sus obras profanas que por las sacras es por completo sorprendente y gratuita. "Su música para teclado genera más interés que sus cantatas", afirma Gioia, sin decir qué datos maneja para extraer una conclusión que dista muchísimo de ser evidente. Una vez más, el deseo de vincular lo secular con la innovación musical en cualquier tiempo y lugar (lo religioso es para él sinónimo del control institucional) juega al escritor americano una mala pasada.

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