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Sara Mesa. Escritora

"Las dinámicas de grupo pueden contribuir a que aflore el lado oscuro"

  • La autora retrata la atmósfera opresiva de un internado en 'Cuatro por cuatro', finalista del Herralde.

Libros como El trepanador de cerebros o Un incendio invisible -novela ganadora del Premio Málaga de Novela- habían revelado a Sara Mesa como una de las autoras más prometedoras de la actualidad, que se desmarcaba entre otras virtudes por su visión desesperanzada y su talento para las atmósferas enrarecidas, también por su capacidad para crear personajes singulares, frecuentemente canallas a los que observaba desde un humor malévolo no exento de compasión. Mesa (nacida en Madrid en 1976, pero residente en Sevilla desde niña) conseguía que el lector sintiera que ese ángulo escorado por el que optaba no era un gratuito gesto de excentricidad: en aquellas páginas, de una manera nueva, estaba recogida la vida con toda su carga de extrañeza. En Cuatro por cuatro (Anagrama), una opresiva ficción ambientada en un elitista internado con la que consiguió quedar finalista del Herralde, la escritora propone un puzzle narrativo que reflexiona sobre la podredumbre que esconde todo orden y las perversiones que depara el sentido de comunidad. Una obra que se presenta en Sevilla este martes, a las 19:30, en la librería Beta Imperial.

-Da la sensación de que este Cuatro por cuatro consolida esa voz tan personal suya, pero aquí es mayor la sensación de asfixia.

-Siempre es bueno identificar un estilo con un autor, pero yo no creo que tenga una voz ya afianzada. Siento que tengo que evolucionar todavía, me gustaría seguir indagando. Con cada libro intento dar una expresión distinta; no es un propósito que me marque conscientemente, pero sí me doy cuenta de que voy haciendo tentativas. En este libro, por ejemplo, ese lado de humor negro aparece menos.

-El internado se levanta como un refugio frente a un mundo hostil, pero la realidad de dentro se revelará más estremecedora.

-El internado apuesta por el aislamiento, la protección frente a los males consiste en blindarse. Pero a la larga eso es mucho más peligroso, porque parte de una construcción irreal y absolutamente artificial: ese sentirse distinto, ese sentirse superior.

-En ese escenario, la brutalidad que retrata es más sutil: los métodos pedagógicos rechazan los castigos físicos.

-Los responsables saben que los castigos físicos generarían rebelión, de modo que la manera de controlar es por otra vía, mediante la presión psicológica. Está muy trabajado el sentido de pertenencia, en el fondo es el mismo modo de funcionar de una sociedad secreta, una secta. Los mecanismos de presión son mucho más soterrados, pero probablemente más fuertes.

-Ignacio, uno de los personajes, empieza siendo la víctima pero acabará siendo un verdugo. Es sólo un ejemplo de la corrupción que se extiende a todos, nadie se salva en el Wybrany College.

-Todos tenemos nuestro lado oscuro individualmente, pero lo que me interesaba explorar es cómo las dinámicas de grupo favorecen situaciones que en otras circunstancias no tendrían por qué pasar. Es difícil que el lado oscuro que tiene cada uno salga en contextos de libertad, de igualdad, de solidaridad, pero menos que aflore en esos contextos opresivos y cerrados, donde predominan el aislamiento, la diferenciación, lo elitista.

-A usted el ámbito de la enseñanza no le resulta desconocido: durante un tiempo dio clases.

-En centros donde los niños eran desobedientes y difíciles de controlar. Pero lo curioso es que yo creo que estos no son peores que los de enseñanzas privadas que están más controlados. En estos ambientes de seguridad donde los niños parecen en un principio responder a un orden también hay mucho que tragar.

-La adolescencia parece un territorio muy estimulante para escribir sobre él. ¿Lo ha sido esta vez?

-Es muy estimulante, pero muy complejo también. Yo tengo mi recuerdo de la adolescencia, pero no se puede transferir al resto. De hecho, en la parte centrada en los adolescentes, hay un narrador externo, se cuentan las cosas sin explicarlas. La segunda parte está ya contada por un adulto. Me cuesta mucho meterme en la cabeza de una adolescente si no es la que yo fui.

-Un incendio invisible terminaba con Wallace Stevens, ésta recurre a un poema de Alfred de Musset para cerrar. Parece que, a pesar de que no haya vuelto a publicar poesía desde Este jilguero agenda, sigue interesada en el género.

-Sí, pero no quiero que la gente piense que este libro tiene un estilo retórico, se asocia la poesía con eso, y yo he buscado que sea más directo. Quería que fuera más sencillo a la hora de leerlo, pero no lo ha sido precisamente a la hora de escribirlo. Cuando uno termina una obra, aunque pases tus momentos de duda, eres consciente de que has hecho algo válido. En este caso no ocurrió así exactamente: el libro me dejó desconcertada.

-Pero quedar finalista del Herralde le habrá dado seguridad.

-Anagrama es un sello que me parecía inalcanzable, es una institución cultural en España. Y estar ahí va a hacer que me lea más gente, pero cada libro ha estado donde tenía que estar: agradezco también que una editorial como Tropo, sin conocerme, me publicara un libro, arriesgándose y haciendo una bonita edición. La trayectoria me parece la razonable: no es que yo me haya marcado unos pasos, sino que las cosas han ido viniendo así. Supongo que he tenido suerte, pero también he trabajado mucho. Creo que las metas se pueden conseguir si alguien tiene vocación y es persistente... y yo soy muy cansina [ríe].

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