Dentro del inoportuno parón que interrumpe el vértigo de lo que más nos gusta, que es el todos contra todos liguero, aparece un clásico, otro clásico más que añadir al apretado calendario. Se trata de un Italia-España con el atractivo de lograr el salvoconducto que nos ponga en la final de la Liga de Naciones. Y con Francia y Bélgica al otro lado del cuadro, no cabe duda de que esta Final Four lleva en su valija un atractivo considerable.

Será en San Siro donde se pleitee por un lugar al sol de la final y donde se incremente el amplio número de colisiones con los transalpinos. Para siempre en el mejor capítulo de la memoria histórica figura aquel 4-0 en la final de la Eurocopa de hace nueve años. Pasó mucho tiempo y parece que fue ayer cuando Íker Casillas se desgañitaba pidiéndole al árbitro que no alargara el sufrimiento de su amigo Gianluigi Buffon en la final de Kiev tras el gol de Mata, cuarto del partido.

Pasó mucha agua bajo los puentes y de nuevo nos encontramos frente a frente. En los dos últimos choques salió cruz para nuestra selección. En octavos de la Eurocopa de 2016, el estadio de Francia escenificó un 0-2 para que en la semifinal de la última Eurocopa cayésemos en la tanda de penaltis por los fallos de Dani Olmo y de Morata ante Donnnarumma. Aquella noche abrió el marcador Federico Chiesa, que hoy se presenta como la mayor amenaza para Unai Simón.

La realidad se muestra ciertamente cruda y el rol de favorito cae de lado italiano. No es que sea determinante, pero parece la squadra azzurra más sólida que España. Luis Enrique llegó al puesto con una intención renovadora encomiable, pero ha pasado el tiempo y el asturiano no deja de hacer probaturas sin terminar de dar con la tecla. Y en ese laboratorio interminable, ausencias tan incomprensibles como la de Iago Aspas, pero lo que está por jugar nunca se da por perdido.