La búrbuja del fútbol
León Lasa
Abogado y escritor
Hace unos cuantos meses, cuando acababa el año 2011, acompañé al Betis B a jugar un partido de competición oficial de Segunda B a Villanueva del Fresno, provincia de Badajoz, en el far west español. Después de almorzar en Jerez de los Caballeros, y siguiendo el ritual propio de todos los partidos de fútbol, nos encaminamos hacia esa localidad orillando dehesas llenas de cerdos ibéricos y encinas centenarias. Tuve que mirar en un mapa para saber con exactitud dónde se encontraba aquella población pacense de apenas 3.500 habitantes. Al entrar en el núcleo urbano, vislumbré a unos metros el pequeño estadio: un modesto terreno con una gradita para 100 espectadores. Hice tiempo paseando por un pueblo de calles completamente desiertas, y quince minutos antes de comenzar el encuentro me aproximé al campo de fútbol. Allí una masa de doscientas personas gritaba contra los dos dueños del club, que llevaban sin pagar a los jugadores desde el inicio de la temporada. Dos furgones de la Guardia Civil intentaban poner orden en aquel alboroto. El partido se jugó en medio de aquellas incidencias. Al terminar el mismo, los jugadores -la mayoría traídos desde Madrid con contratos y promesas imposibles de cumplir- se encerraron en el vestuario para reclamar el dinero que se les adeudaba. Así estuvieron varios meses. Hasta que el Sporting Villanueva desapareció del mapa competitivo a principios de 2012, dejando un cúmulo de deudas de todo tipo. De los propietarios que soñaron con emular a Florentino Pérez nunca más se supo. Un ejemplo, a pequeña escala, de la sobredimensión y locura colectiva que ha vivido el fútbol español en los últimos años con excepciones puntuales. Otro, en grado mayor, de esa megalomanía y sinrazón es el inacabado nuevo estadio del Valencia, ejecutado sin haber sido capaces de vender el antiguo. Un marrón del que ni el club ni quienes le prestaron el dinero saben cómo salir. El Valencia debe más de 300 millones de euros.
El fútbol, por sus propias y peculiares características, es terreno abonado para los despropósitos económicos. O, al menos, lo ha sido hasta ahora. Un lugar común que no solamente ha servido de proyección social o escaparate de personajes de todo tipo, sino en el que las decisiones financieras, sus consecuencias, rara vez han salpicado a quienes las han tomado. Así las cosas, con esa impunidad de futuro, empeñarse, endeudar al club con proyectos de dudoso rendimiento pero de rédito inmediato y asegurado en forma de aplauso fácil es claramente tentador. Se dice por parte de organismos oficiales, de consultoras que saben de qué va el asunto, que no se debe sobrepasar el 70% del presupuesto anual en el pago de nominas y salarios. Este axioma, sobre todo en la época de vacas gordas, ha sido incumplido sistemáticamente y la deuda de los clubes en la actualidad roza los 3.000 millones de euros. ¿Por qué? Básicamente por una aplicación grosera del cuento de la lechera, tirando siempre con la llamada pólvora del rey. Se firman jugadores de fichas altísimas dando por cierto resultados completamente aleatorios -el fútbol no es una ciencia exacta- y descontando objetivos que en muchos casos no se alcanzan: "fichamos a estos jugadores porque con ellos alcanzamos con seguridad la Champions, garantizándonos unos ingresos que servirán para amortizar esos gastos". Un bucle peligroso. Un penalti errado en la última jornada, un gol en propia meta, echa por tierra esas quimeras y convierte en fallida una cuenta de resultados que sobre el papel cuadraba perfectamente. Y si no, hasta hace bien poco, para eso estaban las operaciones urbanísticas. No en vano gran parte de los presidentes de los clubes importantes de fútbol se dedicaban a la única industria nacional: el ladrillo. En el capítulo de gastos, por tanto, no queda otra que la reducción sistemática de las cantidades abonadas en concepto de fichajes y salarios, aceptando las consecuencias deportivas que de ello se deriven. Tal decisión conllevará por pura lógica algo que se impondrá más temprano que tarde en la mayoría de los equipos: la apuesta decidida por la cantera. En cualquier caso, la Liga Nacional de Fútbol Profesional trabaja sobre un Reglamento de Control Económico de los clubes y sociedades anónimas deportivas afiliadas a la Liga Nacional de Fútbol Profesional que recoge como objetivos prioritarios fomentar una mayor disciplina y racionalidad en las finanzas de los clubes y alentar a estos a operar en base a sus propias capacidades de ingresos y a fomentar el gasto responsable en beneficio del fútbol a largo plazo.
Pero si, como en la mayoría de las decisiones económicas, lo más importante es atemperar los egresos, no por ello debemos dejar de tocar, siquiera sea de pasada, la cuestión de las entradas. Y ahí, dado que en la mayoría de los clubes los ingresos derivados de la venta de los derechos televisivos suponen la parte del león de ese capítulo, debemos incidir en la tremenda desproporción existente entre lo que perciben los dos grandes -casi el 50% del monto económicon- con respecto al resto del grupo, diferencia que no se acompasa ni de lejos con el pay per view que cada uno genera. En un futuro cercano, sólo un acuerdo sobre un reparto más equitativo de esos derechos entre los clubes o una ley estatal que, como en Italia, fije los criterios de esa distribución evitará lo que muchos tememos: que la Liga de fútbol española se parezca cada vez más a la escocesa y pierda interés año tras año.
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