Haría bien Manuel Jiménez en asimilar sin aspereza que a su Sevilla lo van a recibir en la mayoría de lo estadios españoles como a un grande. El equipo se ha ganado a pulso esa calificación pese al traspié en Riazor, donde el Deportivo de Miguel Ángel Lotina se dispuso en el campo sin miedo a ceder campo y balón al contrario para contrarrestar su poderío ofensivo sobre la base del orden táctico, las ayudas constantes y la presión asfixiante a sus puntales. El Deportivo pisó mucho menos el campo del Sevilla que viceversa y su público, salvo algunos pitidos aislados antes del gol de Juan Rodríguez, jamás se lo recriminó.

Han cambiado las tornas y así actuaba el Sevilla años atrás cuando recibía al Real Madrid o al Barcelona. Ahora el público de Nervión no tragaría con ver un planteamiento como el que realizó Lotina el sábado. Pero sucede que el Valencia, en la primera jornada de Liga, también dispuso ante el Sevilla a muchos más hombres por detrás del balón y en campo propio que al revés antes de que se rompiera el encuentro por la expulsión de Kanoute. Y si dos equipos como el Deportivo y el Valencia no tienen reparos en ceder la posesión y la iniciativa al conjunto de Jiménez, qué no harán otros equipos con muchísimo menos pedigrí e historia.

"El Deportivo ha tenido que correr una barbaridad e incluso ha cambiado sus sistema de juego reforzando el centro del campo con Juan Rodríguez; nos dan trato de equipo grande, y eso es para sentirse muy orgulloso", comentó Jiménez al término del partido. El 4-2-3-1 de Lotina se le atragantó al equipo del arahalense como el 4-2-3-1 de Emery en la primera jornada. Y ésa es la cuesta arriba que debe superar desde ya un equipo al que ya no sólo se le encerrarán los rivales en el Ramón Sánchez-Pizjuán. A Jiménez le enorgullece ese trato de grande, aunque por dentro se incomode ante el descaro especulador del rival. Pero es el sino que debe afrontar este curso el Sevilla, la pendiente que debe escalar ante rivales a priori inferiores.