Carmen Montes Cano | Traductora sueco

"Los suecos despiertan interés porque, como sociedad, representan un modelo exitoso"

  • "Como en otras profesiones de la cultura, en la traducción editorial hay inestabilidad y tarifas insuficientes", señala esta filóloga gaditana licenciada por la UGR que en 2013 ganó el Premio Nacional de Traducción

La traductora Carmen Montes Cano (Cádiz, 1963)

La traductora Carmen Montes Cano (Cádiz, 1963) / G. H.

Carmen Montes Cano (Cádiz, 1963) ganó en 2013 el Premio Nacional a la Mejor Traducción por la distopía Kallocaína, de la autora sueca Karin Boye. Esta licenciada en Filología Clásica por la Universidad de Granada tiene un vasto historial académico y no menos extenso es su recorrido en la traducción editorial.

Fija de los grandes sellos españoles, es la persona que traslada a la lengua de Cervantes las palabras, los silencios y el tono de la cultura de los países nórdicos que tanto interés suscitan. Especializada en el sueco, ha traducido a más de un centenar de autores: Ingmar Bergman, Harry Martinson, Sara Stridsberg, Fredrika Bremer, Jo Nesbø, Camilla Lackberg o Henning Mankell, entre otros.

 –Primero de todo, por cortesía, ¿cómo afronta y ha afrontado la pandemia?

–Gracias, sí, ¡qué tiempos…! Bueno, supongo que como mucha gente, con el miedo natural, con temor al ver cómo nos transforma la pandemia y qué desigualdades y debilidades pone de relieve... Por suerte, la mayor parte de mi trabajo la realizo desde hace muchos años sin moverme de casa, de modo que en ese sentido no ha supuesto un gran cambio para mí.

–Respecto a las dificultades del sector cultural, ¿hay mucha precariedad en el ámbito de la traducción?

–Bueno, yo diría que existe mucha precariedad laboral en términos generales, casi cabría afirmar que es lo que impera, como también ha venido a dejar patente la pandemia. Pero sí, al igual que en otras profesiones relacionadas con el ámbito de la cultura, también en la traducción editorial se dan la inestabilidad y las tarifas insuficientes.

–¿Se valora más a día de hoy a los traductores o sigue entre los ámbitos más bajos del escalafón en el sector editorial?

–Creo que no son afirmaciones excluyentes. Hoy en día se valora más a los traductores, o la labor de los traductores, en buena medida gracias a la acción pedagógica y divulgadora que viene llevando a cabo la asociación ACE Traductores desde su fundación hace ya más de treinta años. Y, sobre todo, hoy en día los lectores son más conscientes de que existe el traductor. Sin embargo, un informe del Ministerio de Cultura de 2017 señalaba que la traducción editorial aporta a la industria –es decir, a las editoriales– el 35% de su facturación anual, lo que en términos generales y salvo excepciones coyunturales o particulares, no se refleja en la remuneración.

–Creo que llegó a conocer a Henning Mankell en persona, ¿cómo era en el trato cercano el escritor sueco?

–Sí, tuve esa suerte, aunque lo cierto es que lo conocí muy brevemente. Fue en Barcelona en 2007, cuando Mankell ganó el Premio Pepe Carvalho y la editorial Tusquets me invitó a asistir a la entrega. Me pareció una persona humilde y discreta, y también muy vital y con mucho sentido del humor.

–Habiendo idiomas más sencillos, ¿por qué eligió el sueco?

–Fue casualidad, y digamos que el sueco me eligió a mí... Por circunstancias personales, me fui a Suecia dos años después de terminar los estudios de Filología Clásica en Granada. Debido a mi formación, no concebía el estudio de una lengua sin profundizar necesariamente en su literatura. La conocía sólo fragmentariamente y por traducciones, por supuesto, y una vez en Suecia, la estudié en la Facultad de Humanidades de Estocolmo y me enamoró enseguida. Fue sorprendente, además, comprobar hasta qué punto se desconocía aquí su condición vanguardista y precursora, en ciertos aspectos decisivos muy por delante de otras literaturas.

–Hay una moda con lo sueco y lo nórdico que vuelve cada cierto tiempo. ¿Qué es tan atrayente para el resto de países de esta cultura?

–No sabría decir. Quizá sea que tenemos la sensación de conocerlos, pero cada cierto tiempo, nos llega alguna noticia, alguna información, alguna obra literaria traducida, alguna moda, algún avance tecnológico, alguna vanguardia artística que nos recuerda que están ahí y que, en realidad, no sabemos muy bien quiénes son ni cómo piensan, ni mucho sobre su historia o su cultura, en el fondo. Creo que también despiertan curiosidad porque, de alguna forma, como sociedad, representan una fórmula de éxito.

–¿Qué peculiaridades tiene el idioma sueco a la hora de la traducción?

–Pues una particularidad del sueco que puede plantear un problema de traducción es por ejemplo el hecho de que, salvo en los pronombres personales de tercera persona del singular, no existe distinción formal entre el género masculino y el femenino. Si un autor quiere mantener oculto el sexo de sus personajes, por ejemplo, puede hacerlo perfectamente. Es lo que ocurre en un relato de Jonas Hassen Khemiri o en la poesía de Karin Boye, que en ocasiones oculta deliberadamente el sexo del destinatario de sus poemas. Nosotros tenemos que elegir entre masculino y femenino a la hora de ponerle un adjetivo a un yo o a un tú. Salvo que se pueda usar un adjetivo que termine en -e, lo que no siempre sucede.

–¿Cuál es el dicho sueco que más le gusta?

–Hay muchos, pero uno muy interesante es Att prata är silver, att tiga är guld. Literalmente, hablar es plata, callar es oro…

–Leí en otra entrevista suya que el usted está en desuso en Suecia y se utiliza sobre todo el tú...

–Sí, es muy interesante. Es una cuestión sociológica que se refleja en el uso de la lengua. El uso de un antiguo y supuesto usted sin base en el paradigma pronominal resultaba ofensivo hasta no hace mucho, y lo correcto, lo idiomático y lo igualitario era llamar de tú a todo el mundo. Pero las lenguas cambian con sus sociedades, y hoy en día, en los comercios, los restaurantes y otros comercios de servicios, por ejemplo, parece que se está extendiendo el uso de ese pronombre que hasta hace tan solo diez o quince años se consideraba discriminatorio y una falta de respeto.

–¿Cómo lo traslada usted a sus traducciones?

–En mis traducciones siempre conservo ese uso para nosotros un tanto anómalo del tú, porque produce en el lector el efecto de extrañamiento que le permite ser consciente de que, aunque esté leyendo en español, el territorio por el que se mueve es otro. Le permite aprender y también recordar que, al leer, está viajando.

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