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Juan Pinilla | Cantaor

“Hoy apenas hay cantaores flamencos comprometidos”

Juan Pinilla

Juan Pinilla / MG

El cantaor flamenco Juan Pinilla Martín nació en Huétor-Tájar, Granada, el 2 de enero de 1981. Con 25 años ganó el Festival del Cante de las Minas con el premio Lámpara Minera, uno de los galardones más codiciados del mundo flamenco. También fue nominado a los Premios Premios Grammy Latinos en 2014 en la categoría mejor disco de flamenco. La crítica especializada ha destacado en él su “conocimiento enciclopédico del cante, la habilidad para introducir poetas contemporáneos y su capacidad didáctica como escritor e investigador”.

–Su último disco, ‘Humana raíz’, se ha financiado a través de lo que se llama el micromecenazgo. ¿Es que ya no hay casas discográficas que se arriesguen?

–El llamado micromecenazgo te da libertad total y absoluta para ser tú mismo y hacer lo que quieres hacer. Riesgo y casa discográfica son términos contradictorios, como diría Groucho Marx. Hoy en día, son mucho más interesantes los sellos independientes, como el de Mamita Récords, que es el que ha grabado mi disco.

–¿Es este su disco más personal?

–Sí, en tanto que es el primero que compongo, escribo, produzco y dirijo. Yo me lo guiso y yo me lo como. Son mis letras, mis sones, mis querencias, mis planteamientos, mis anhelos. Estoy contento con el resultado, que ya es mucho decir.

–¿Cómo está actualmente el panorama flamenco?

–Como un barco a la deriva. No hay planificación ni nuevas fórmulas desde las instituciones. La pandemia ha demostrado que es uno de los sectores más precarios dentro de la música. Estructuralmente está como los cimientos de un edificio que ha resistido varios terremotos. Mantente mientras cobro. Ya está. Así de triste.

–¿Cómo concibe usted el cante flamenco?

–Como la música que escuché desde mi niñez y dentro de la cual me nutro en estos días. No lo veo como un producto, por más que se empeñen en venderlo así. El flamenco es la antítesis del marketing. Es una música que nació entre las capas más populares de Andalucía y que hoy ha conquistado las más altas cimas.

–¿Hay más cantaores de izquierdas que de derechas?

–No. Yo diría que sociológicamente la mayoría son de derechas o incluso, de extrema derecha. Estos últimos, sobre todo, se agrupan en torno a esos que dicen que no son ni de derechas ni de izquierdas. En la historia del flamenco hay ejemplos dignos y gloriosos de artistas comprometidos políticamente, pero en la actualidad son muy residuales. Apenas hay.

–¿Cuáles son sus temas preferidos a la hora de cantar?

–Me dejo llevar por la intuición. Nunca he tenido un repertorio fijo. Soy muy aficionado y conozco lo suficiente el paño como para ofrecer momentos distintos en cada recital. Los repertorios encorsetados son la comida basura de este mundillo.

–¿Le cantaría usted a una pandemia?

–Si fuese a una epidemia de lucidez, como escribió Saramago, sí, por supuesto. Pero me niego a cantarle a la epidemia de tiflosis y de ceguera en la que estamos instalados. No sabemos de la misa la mitad sobre esta pandemia. Llamaría a ese tema Levántate y piensa.

–Usted es un firme defensor del andalucismo. ¿Cree que los nacionalismos o regionalismos están en declive?

–No. Al revés. Creo que están en auge. Nunca he visto más banderitas de España que en estos días. El auge de la extrema derecha ha hecho resurgir el nacionalismo español más rancio y casposo. El que se instala en la bandera para usarla como arma arrojadiza y canalizar sus odios.

–¿Cuándo el cante necesita ser reivindicativo?

–El cante es reivindicativo desde que nace. Su estética ya lo es. No es necesario hacer letras a propósito, porque, a menudo, corremos el riesgo de caer en la demagogia.

–¿Le gusta que le llamen ‘cantaor protesta’?

–Tras el 23-F apareció un listado de fusilables, personas a las que había que fusilar, confeccionado por la extrema derecha. Allí aparecían Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Antonio Gades, Manuel Gerena, José Menese... Ellos sí merecen esa etiqueta porque alzaron la voz en tiempos muy difíciles. Yo tengo menos mérito. Soy, como escribió el poeta Javier Egea, un cantaor con “conciencia de naves hundidas”.

–¿Cree que el compromiso social ha desaparecido en el mundo del cante?

–Ha desaparecido de la sociedad. La gente ha asumido ese discurso tan antiguo, que viene de la noche de los tiempos, de no meterse en problemas, de callarse, aunque su vida esté en la miseria. Eso sí, ven una bandera y se van detrás hipnotizados por discursos vacíos y enfermos de odio.

–¿Qué queda de aquel muchacho que ganó la lámpara minera del Festival del Cante de las Minas en 2007?

–Queda todo. No puedo decir que haya cambiado mucho, a excepción del avance físico hacia la madurez. En lo esencial sigo siendo aquel muchacho empeñado en dejarle un mundo mejor a los que vienen detrás, enamorado de la vida, la familia y los amigos. Un cantaor con mucha fe en el flamenco y en la poesía, especialmente en el movimiento poético que surgió de la teoría de Juan Carlos Rodríguez.

–¿Qué cantaor ha admirado o admira más?

–Admiro mucho a los clásicos, sobre todo. No me podría decidir entre Manuel Vallejo y la Niña de los Peines. Entre esos dos genios anda la cuestión.

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