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cal flyn | escritora

"Somos capaces de vivir en condiciones insospechadas"

La escritora escocesa, Cal Flyn. La escritora escocesa, Cal Flyn.

La escritora escocesa, Cal Flyn. / Capitán Swing

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

PASEOS POR LUGARES LÍMITE. Recorre montañas de restos mineros y el campo de Verdún, incluida la Zona Roja, pasa la noche en una isla desierta (a excepción de una manada de vacas asalvajadas) en las Orcadas. Cal Flyn (Inverness, 1986) nos presenta en Islas del Abandono algunos de los lugares más inhóspitos y extraños del planeta para descubrir que la vida, e incluso la presencia humana, se empecina en resistir en casi todos ellos. El título que ahora publica Capitán Swing fue elegido Mejor Libro de Viajes de 2021 por The Washington Post.

–En ‘Islas del Abandono’ habla de desastres nucleares y desiertos. Pero nada tan deprimente como el paisaje post-industrial y apocalíptico de Paterson.

–Curioso, porque no creo que la gente con la que hablé pensara que el lugar era apocalíptico. Desde luego, tiene problemas sociales, incluyendo altas tasas de drogadicción y violencia criminal. Pero entre las fábricas y molinos derruidos me encontré con una comunidad que iba más allá de estos lugares abandonados, porque esos edificios enormes llenos de graffitis les ofrecían un escape de un mundo que resultaba aplastante. Aprendí que hay más de una forma de interpretar un lugar así: que el deterioro puede ser tanto atractivo como repulsivo, y que los riesgos físicos de estar en un sitio como ese pueden ser parte de su atractivo.

–¿Cómo se cuela uno en Chernóbil?

–Cuando fui, era algo bastante fácil: había empresas locales que podían gestionar todos los permisos importantes y ayudarte a contratar a un guía o un intérprete y un chófer. Yo pasé allí dos días y una noche. Había un pequeño hostal donde se recibía a los visitantes (investigadores y algunos turistas) e incluso una tiendecita que vendía chucherías y cerveza, y a la que acudía sobre todo el personal de la planta nuclear desmantelada, que trabaja en la zona por turnos estrictamente delimitados. En general, moverse por allí era seguro, aunque hay unos cuantos “puntos calientes” señalizados. Pero hay otros lugares dentro de la zona (como el Bosque Rojo) a los que los visitantes no pueden acceder. Sólo a los científicos con una razón de peso para hacer allí trabajo de campo se les permite la entrada, bajo medidas de control muy estrictas. La zona de exclusión está ahora cerrada por la guerra de Ucrania: las tropas rusas ocuparon el lugar durante más de un mes y, por lo que se vio, los soldados actuaban de una forma arriesgada, inconsciente (cavando trincheras en suelo contaminado y demás).

–¿La ha hecho más esperanzada esta experiencia en lugares límite?

–Pues yo creo que sí. Son lugares abiertos a la interpretación. Depende del marco mental en el que entres en ellos. La investigación para este libro terminó convirtiéndose en el descubrimiento de la luz en la oscuridad y, en ocasiones, en una confrontación entre mi coraje y mi cobardía. A menudo, las historias que me iba encontrando me recordaban que tanto las personas como la vida natural son muy fuertes y adaptables, capaces de pervivir en condiciones insospechadas.

"Las tropas rusas han mostrado un comportamiento inconsciente a su entrada en Chernóbil"

–Precisamente, apunta que el abandono progresivo de las tierras de cultivo procura una forma indirecta de mitigar las emisiones de CO2. Pero tenemos hemorragias como los cultivos de soja en el Amazonas o los incendios de Siberia.

–Vemos distintos patrones de reforestación y deforestación a nivel mundial: las estimaciones varían pero, en general, se acepta que la masa forestal, o permanece estable, o está aumentando ligeramente. La cuestión es que, al cortar un bosque antiguo, no sólo liberamos carbono sino que amenazamos la biodiversidad. Por eso es preocupante ver la tala incontrolada de árboles en el Amazonas o el Congo, las joyas de la corona del planeta. Dicho esto, los nuevos bosques almacenan el carbono muy rápidamente, y, si los dejamos solos, se transformarán en ‘viejos bosques’ en un par de décadas. La reforestación tiene un gran potencial, pero no es suficiente por sí misma para protegernos del cambio climático.

-Dibuja también que hay otra forma de acercarse al tema de las especies invasoras: en algún momento, encontrarán su lugar en el nuevo ecosistema. Pero los riesgos de pérdida de diversidad están ahi.

-Por supuesto: quitar o no a una especie invasora resulta un dilema por este motivo, ninguna de las dos opciones es buena. O, dependiendo de la perspectiva, ambas podrían resultar en un ecosistema funcional a largo plazo. Creo que el daño causado al exterminar o arrancar las especies colonizadoras sobrepasa los beneficios. Pero claro, será algo a observar en cada caso. A veces, ya vamos tarde: no es viable arrancar a la especie invasora, por mucho que lo deseemos. El consuelo es que parece que los ecosistemas son más dinámicos a la hora de absorber nuevas especies de lo que hemos podido pensar. De modo que... es una situación complicada, ¿acción o adaptación? Lo que es inacción disfrazada. 

–¿Cómo explica el retorno de la gente a zonas peligrosas o degradadas?

–Para mí, tiene mucho sentido. Encontramos muy difícil cambiar nuestro modo de vida, especialmente, si siempre hemos vivido en el mismo sitio. Mucha gente decidió, tras pensarlo mucho, dejar Detroit, por ejemplo. Pero otros, que todavía conservaban su empleo, o tenían un montón de familia en la zona, o sentían que no tenían muchas perspectivas en otro lugar, sintieron que quedarse era lo más conveniente. Chernóbil es un ejemplo extremo, pero si fueras un granjero que ha vivido en un pequeño pueblecito ucraniano toda su vida, quizá mudarte a un alquiler más caro en Kiev, donde tendrás que encontrar un trabajo, perdiendo el contacto con los vecinos de toda tu vida, podría suponer un trauma. Así que volver a tu escenario y modo de vida familiar, incluso aunque esté en ruina absoluta y plagado de un peligro invisible, puede llegar a parecer la mejor opción.

–¿A qué lugar abandonado le gustaría ir?

–A los viejos puertos balleneros de Georgia del Sur. He leído que a los puertos abandonados de Stromness y Leith llegan elefantes marinos en ciertas épocas del año, y que muchos de los viejos edificios balleneros aún contienen mobiliario, papeles y objetos personales –como una cápsula del tiempo–. Mi tío abuelo trabajó allí a principios del siglo pasado. De hecho, en algún lugar del ático tiene que haber una talla de marfil que le dio a mi padre a la vuelta de una de sus incursiones.

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